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Faer
Nunca fue mi intención ver arder a Evan en La rueda de los dioses. Observé hasta el último instante, como si expiara mi culpabilidad fingiendo dolor por la pérdida. Era una parte necesaria del proceso.
Mis historias llegaron rápidamente a oídos de otras tribus vergur. Surgieron nuevas creencias, aberraciones que mezclaban impunemente nuevos dioses con los antiguos. Nadie parecía haber escuchado mis palabras con atención, y sin embargo malgastaban mi nombre para justificar sus imprudentes conflictos. Fue entonces cuando empecé a comprender que mi labor no podía alterar los hechos. Mi existencia estaba escrita dentro y fuera de cada hilo del tiempo. No era parte de los hechos, sino la sombra de ellos. Ocurrían y yo solamente debía contemplarlos.
Evan combatió a las tribus que osaban introducir estas nuevas creencias entre las antiguas familias vergur que ya contaban varias generaciones de ritos y conocimiento establecido. En los antiguos dioses vergur, el Dios de la misericordia los escuchaba mediante rituales de sacrificios. Acostumbraban a honrarle con pequeños animales, quemándolos en La rueda. Si era época de hambruna, cuanto mayor fuera el sacrificio más rápido vendría la opulencia; así creían, y así disponían. La vida de los vergur era extensa y las generaciones se mezclaban, llegando a convivir perspectivas muy diferentes en el trabajo de los cultos. La sangre corría de un modo u otro, haciendo de la muerte natural una rareza a la que no veían ningún beneficio.
El choque de perspectivas traía conflictos continuos, pero entre quienes permanecían habitando un mismo lugar, compartiendo tierras, se mantenían las bases firmes. Todos los congéneres de Evan creían que él acabaría alcanzando la muerte por mera vejez. Era el primer vergur en establecer leyes y delimitar un lugar para controlar las condiciones de vida de su gente. Cuando apenas había alcanzado edad para cazar y proveer, organizaba partidas de caza con sus coetáneos, amigos y vergur cercanos a él. Las armas, aún primitivas, vieron su fin tergiversado y se sumaron a los elementos diferenciadores al discurrir las posiciones de poder entre vecinos. El miedo a seres sobrenaturales se transformó en miedo hacia los de su especie.
Al mismo tiempo que unos descubrían la fuerza del afecto entre los de su sangre, otros vieron en la violencia un medio válido para sobreponerse a los demás. Justo cuando de nuevo había un gran emplazamiento vergur con dirección y guía, las profanaciones derrumbaron los cimientos.

Llegaron a oídos de Evan los rumores de que un anciano hablaba en la noche con seres de piedra. Después fueron habladurías sobre un tal Zhalek confabulando para llevar a los vergur más allá de las montañas. Finalmente, mientras realizaban sus ofrendas al Dios de la misericordia, se escucharon rezos en lenguas desconocidas, allá en la lejanía. Las esperanzas de un pueblo unido se desvanecían.
«En estas tierras que hemos trabajado para hacerlas nuestro hogar, no permitiré que las sombras que hablan en la noche corrompan el espíritu de aquellos a quienes llamo familia. Sois el futuro de nuestra raza. Mi lugar está al otro lado. Hoy os entrego lo único que me queda por ofreceros. Sálvese así la pureza de nuestras raíces».
Y así, Evan dijo adiós a los suyos antes de colocarse en la rueda y arder lentamente, sin mostrar señal alguna de agonía o sufrimiento, bajo la espiral de fuego que le llevaría a ser la mayor ofrenda que podía hacerle a sus dioses.

Galena
En esta parte de Venus el suelo es principalmente arenoso, y aunque las fuerzas de los soles puede ser implacable en ocasiones, el mayor peligro lo traen consigo las tormentas de cristal. Mientras camino y cruzo pequeños desniveles llenos de rocas de las que no podría adivinar su composición, recuerdo que mi madre nos contaba pequeños cuentos para asustarnos. Su intención era quitarnos la curiosidad por el exterior. Tras la muerte de nuestro padre, es fácil comprender su temor, Ambas teníamos asumida mi partida, por lo que ha sido fácil la despedida. Ahora, una vez he perdido de vista la pequeña ciudad donde he pasado toda mi vida y me adentro en un mundo nuevo para mí, empieza la parte difícil de aceptar. Qué estoy haciendo, me pregunto a cada paso.
Siento que mis botas se hunden en el suelo ligeramente. El aire se hace pesado y solamente debajo de los árboles rocosos puedo respirar con calma. Aunque la superficie está formada principalmente por alguna variante de arena fina, lo que parece ser hielo seco y rocas ascienden de entre las profundidades para dar forma a árboles que, en ocasiones, incluso dan frutos o nos sirven para crear papel. En ciertas localizaciones cerca de la ciudad hemos establecido pequeños puntos de refugio. La idea era que sirvieran de conexión con la gente que reniega de la ciudad. Rápidamente comenzaron a hacer las veces de puntos de intercambio, los nómadas dejaban materiales que sólo puedes encontrar en las expediciones, y nosotros reponíamos reservas de comida y medicinas. Es un intercambio que surgió a raíz de tratos entre herbolarios y renegados. Ahora me temo que además se usa para otras cuestiones que desearía no tener en cuenta. Aunque no los llamamos refugios en vano, y mi primer objetivo debería ser encontrar uno de estos puntos.
En el mapa hay unos desniveles que parecen indicar un descenso hacia un punto de refugio al noreste. Tras varios años aprendiendo a usar este tipo de herramientas de supervivencia, es la primera vez que debo poner en práctica real estos conocimientos mínimos, y la inseguridad me desconcierta. Cuando regrese tendré que ser más permisiva con mis alumnos, este es un examen para el que pensaba estar más preparada. Incluso en la dudosa firmeza de mis pasos delato que temo equivocarme en la distancia que llevo recorrida. Esto no sería un problema si no fuera por la inestabilidad del suelo en sí.
A veces la densidad del aire puede resultar en no ver más allá de unos metros, pero creo que desde esta posición elevada puedo ver algo. Parecen unas hojas de cristal esparcidas por el suelo. Debería haber árboles en buen estado cerca.

Aeterna
—Es una amarga casualidad que el parlamento estuviera en llamas. Esta nación debe alejarse de todo aquello que promueva el caos. Y tú, querida, no eres sinónimo de estabilidad —dijo Belial antes de que Aeterna alzara la voz.
—Me produce náuseas que me llames querida. Cualquier palabra dulce que provenga de tu boca no es más que un encantador veneno que apesta a estiércol. Dime, ¿a cuántos de aquellos a quienes llamas compatriotas has tenido que quitarte de en medio?
Se produjo un instante de duda. La celda apenas dejaba entrar luz alguna, y Aeterna trataba de no malgastar fuerzas, dejando así que su indeseado visitante meditara y tomara la palabra cuando y cuanto quisiera.
—Si tuviera que hacer cálculos… Sabes que todo es por el bien común. Perdí la cuenta tras aquel desafortunado accidente que sufrió tu padre.
—La fortuna huye de tus huellas como la vida de la peste. Mi padre…
—¡Tu padre! ¡Tú! ¡Seres endebles y volátiles! Sois todos unas frágiles criaturas que entorpecen la prosperidad de Niarasal. Yo gobierno estas tierras. El pueblo me debe todo lo que tiene. Y sin embargo, tengo que mantenerte con vida tan sólo porque debes dar el relevo. El pueblo creía en ti, Aeterna, ¿en qué momento perdiste la fe?
—¿Desde cuándo te importa la fe? Sabes que este juego no puede durar para siempre y aun así continúas con la función.
—Decenas de generaciones, casi un centenar de guerras, hambrunas, fases glaciares… hemos sobrevivido gracias a nuestra fe. El poder de los Shari no reside en utopías como la que hizo perder el juicio a tu familia. Por suerte, los aires de cambio llegan. Un mero cambio de sangre, por supuesto. Los Shari seguiremos manteniendo el orden, cueste lo que cueste.
Se produjo un silencio en el que se podía escuchar la respiración de ambos, delatando la tensión entre la calma forzada por la celda.
—Mi hijo debió haber sido liberado esta mañana tras el sacrificio —agregó finalmente Aeterna.
—El arzobispo y sus promesas. Desde luego, todo a su debido tiempo. Ambos seréis liberados, es el trato que hice con tu hermano a cambio de frenar sus estúpidos planes de alterar la línea sucesoria. El pueblo debe ver un juicio, y convenceremos a los fieles de que basta con la sangre ya derramada y vuestro exilio a las tierras del sur. Siempre y cuando el Legado no se empeñe en complicar las cosas. Hoy ni siquiera estarías aquí, encerrada como un pobre animal desvalido, si no fuera por su inclinación al caos.
—Si crees que los seguidores de Estridón van a confiar en un juicio político movido por tus hilos, me sorprendes por primera vez.
—No necesito su confianza. Me bastará con su claudicación. Como acabo de decir, todo a su debido tiempo, querida.
Espada y Pluma te necesita


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