[Las hogueras son la sección exclusiva de Patreon en la que, una vez en confianza, las reflexiones nacen al amparo del fuego…]

Voy a intentar ordenar o al menos mencionar unos cuantos hechos que han ocurrido en las últimas semanas para tratar de explicar el porqué de este título tan feo con el que he decidido bautizar esta hoguera y que creo está más que justificado (nada personal, Carlos Boyero simplemente representa la figura de un cierto tipo de crítico que no es exclusivo de su persona y que casi parece más el producto de otra época…)

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Nos hemos quedado sin colaboraciones, como diría el meme aquel de nos hemos quedado sin cena. Como todo el mundo puede ver (siempre hemos querido ser abiertos y dejar a la vista de todo el mundo el número de patreons y el dinero que nos entra) tenemos el Patreon bastante tambaleante. Lo normal en el medio, en realidad. Porque nuestra situación personal no es ni mucho menos la excepción, estos días hemos visto también cómo Feminist Frequency, la organización de Anita Sarkeesian centrada en combatir el sexismo dentro del mundo de los videojuegos, anunciaba su cierre para 2024 después de 15 años en activo. Se suma así un nombre más a la lista de medios u organizaciones que echan el telón y al final, sea por unas razones u otras (económicas, salud mental, acoso, etc.) pero parece que siempre son el mismo tipo de proyectos los que acaban cayendo.

Y es que una reacción habitual y normal ante estos cierres y la precariedad imperante en el medio es intentar una mezcla de rabia y racionalidad que divide la culpa entre el público y uno mismo: por una parte, una especie de mea culpa que se puede resumir en expresiones como “Bueno, es el público el que decide lo que consume…”, “quizás no hacemos tanta falta como creemos…”, “si no nos leen será que no somos lo suficientemente buenos…”, “igual es que no lo hacemos tan bien y no se nos va a echar tanto de menos si un día cerramos…”, por otro lado esa rabia mezclada con ego que te puede llevar a pensar: “la gente es idiota y tiene un gusto de mierda, por eso no nos siguen…”

Está mal y no es justo. En primer lugar no es justo depositar tanta responsabilidad en la gente, que tiene sus propios problemas y movidas como para que nadie vaya a echarles en cara que los proyectos culturales y/o que intentan ofrecer algo diferente no siguen adelante porque ellos no los apoyan lo suficiente. Y en segundo lugar, no sería justo con mis propios compañeros. No sería justo porque yo puedo cuestionarme a mi mismo, creer que lo que escribo no interesa o no tiene valor, pero lo que escriben mis compañeros sí lo tiene y, a mi en concreto, lo que tienen que decir sí me interesa.

Espada y Pluma funciona de manera coral, esto lleva entre otras cosas a que yo puedo dudar de mi capacidad a la hora de escribir, pero no de la de mis compañeros. No es siquiera una cuestión de compañerismo, sino de mantener ojo crítico suficiente como para saber distinguir la calidad de su trabajo (igual que el de tantas otras plumas cuyo trabajo acostumbramos a compartir)

Pero no centremos la discusión en nosotros, sino en el medio, que es donde realmente está el problema. Vale. No es justo culpar y cargar las responsabilidades en el público/consumidor, tampoco en aquellos que hacen su mejor esfuerzo por traer textos de calidad en entornos de absoluta precariedad. Pero entonces, concretamente ¿Dónde está el problema? ¿Qué sería lo justo?

¿Y quién gana? Sorpresa: las empresas. Se acabó el riesgo, donde antes había que descubrir e invertir ahora sólo hay que limitarse a recoger los frutos del trabajo hecho de forma independiente, impulsar aquello que ya se ha impulsado solo.

Las empresas y medios, que antaño se dedicaron a subvencionar a críticos imbéciles cuya labor parecía más centrada en despotricar sobre todo aquello que les ponían por delante y más interesados en la barra libre de los festivales que en las películas que allí se proyectaban, escurren ahora el bulto y condenan a la precariedad a una nueva crítica que está más formada y depurada que nunca, que entiende el valor de la subjetividad y de intentar construir en vez de destruir.

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Ahí confluyen, como un hecho más junto al deterioro de las condiciones materiales y el cierre de medios independientes, clips resucitados como el de Carlos Pumares cagándose en Twin Peaks: Fuego camina conmigo (David Lynch – 1992) o Carlos Boyero calificando Everything Everywhere All at Once (Dan Kwan, Daniel Scheinert y Daniels – 2022) como “lamentable película, un disparate inentendible, bobamente imaginativo, pesado de ver y de escuchar”. No es necesario personalizar estos comentarios en individuos concretos pero sí que son representativos de cierto tipo de crítica. Gente superada hace años por esa crítica más joven y preparada que sin embargo siguen viviendo desde hace demasiado tiempo de opiniones canallitas que los medios pagan quizás por inercia porque es a quien pagaban antes mientras que las nuevas generaciones se enfrentan a la precariedad y a la irrelevancia.

Y así y todo hay que aguantar que desde esos mismos medios se hable de “crítica blandita” y se relacione la honestidad crítica (y al parecer la calidad de esta) con ser un capullo impresentable y, por supuesto, pasando por encima de las condiciones en las que trabaja la crítica. Los mismos medios que han hundido los precios ofreciendo cuencos de arroz a cambio de X piezas, los que han apostado todo a la dictadura de los clicks y a la toxicidad que estos generan, alegan que si no pueden pagar más es por la falta de ingresos. Mendigan y cargan el muerto en el consumidor y el trabajador en lugar de exigirles a quienes siempre han tenido el dinero, a quienes antes pagaban y ahora no, sin siquiera cuestionarse si existirá relación entre esa falta de ingresos y el haber depreciado el trabajo de aquellos que escriben en sus páginas.

Pero ahora la culpa es de la nueva crítica, porque “nos gusta todo”, porque nos parece mejor dedicar los escasos recursos y tiempo de los que se disponen a intentar ver lo bueno y obviar lo que nos parece malo en lugar de intentar destruir el trabajo ajeno. Porque alguno al parecer se ha pensado que lo de ser crítico tiene que ver con criticar todo. Y yo me pregunto qué podría sacar yo de decir que algo es una mierda. Es más, me pregunto qué podría sacar quien me lea de que yo diga que algo es una mierda.

En la época donde más productos audiovisuales se estrenan y consumen, es cínico e inconcebible (aunque comprensible dentro de las dinámicas del neoliberalismo) que se pretenda culpar a los individuos de la situación del medio, a unos por no apoyar a la crítica y a otros por no dedicar su tiempo a escupir veneno. Es tonto e inexplicable que esas empresas multimillonarias que estrenan obras y obras cada día estén más obcecadas en destinar recursos a nutrir catálogos constantemente en lugar de a pagar en condiciones a una crítica con más cultura audiovisual que nunca para que se dedique a redescubrir las producciones que hayan podido pasar bajo el radar del gran público. Es absurdo que, controlando los canales de información más que nunca, no estén optando por devolverle el valor a una crítica capaz de servir de filtro y guía para un usuario que es tan potencial consumidor de un producto como lo es de las redes sociales en las que leer sobre ese producto.


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