A lo largo de nuestra estancia en este planeta, nos asaltan continuamente cuestiones que no podemos resolver de forma concluyente. Quiénes somos, para qué estamos aquí, o por qué, son algunas de estas dudas irresolubles. Vagamos encontrando pequeñas pistas, por momentos sintiéndonos cerca de hallar respuestas, logrando cierta calma en las voces de nuestro interior. Ni siquiera necesitamos la falsa esperanza de cruzar un veredicto final que nos permita estar en paz con nuestra conciencia, es inevitable preguntarse acerca de nuestras existencia, es algo inherente a ser seres conscientes.
Daria Kovalenko, al igual que la autora, Margaryta Yakovenko, atravesó un momento en que hogar, patria y nacionalidad pasaron a ser concepto ambiguos. A temprana edad tuvo que abandonar Ucrania, lo que marcaría un antes y un después en su desarrollo identitario.

Quienes no hemos vivido la experiencia de emigrar —o más concretamente, tener que emigrar—, podríamos pensar que la historia de Kovalenko nos cuenta algo que no podemos entender. Hay cierta lógica en ello, y sin embargo la obra prima de Yakovenko posee una habilidad innata para la transmisión de semejante experiencia. Es una labor empática que nos facilita con un balance bien conseguido de prosa directa y elocuente. Como si la expresividad de Gloria Fuertes se hubiera puesto de acuerdo con la lírica de Albert Camus, la joven escritora española es capaz de ofrecernos un ejercicio de empatía tan accesible como complejo.
Tanto en ruso como en ucraniano, existe la expresión “не в своей тарелке” y “не в своїй тарілці”, respectivamente en ambos idiomas, que traducida literalmente viene a decir “no estar en tu plato”. Localizada más correctamente a nuestro idioma, hace referencia a cuando no estamos en un lugar, estado de ánimo, o situación, que sea apropiado para nosotros. Más allá de la referencia culinaria original, lo cierto es que ocurre algo similar cuando ocurre un cambio forzado drástico en nuestra vida: no es tanto las diferencias propias de cada lugar, sino el efecto de no estar en tu lugar.





La forma en que nuestro contexto nos percibe no es un ofrecimiento de contrato social, sino una presión que nos transforma a la fuerza. Puede llegar a ser una adaptación nada amable, en determinadas circunstancias. Lo que el exterior refleja de nosotros, puede no tener nada que ver con nuestro interior, complicando así aún más la percepción que tenemos sobre nuestra propia identidad. Saber quién eres siempre conlleva una introspección incómoda; es por eso que ‘Desencajada’ debería ser una lectura tortuosa, y sin embargo no lo es. El trabajo de Yakovenko es tan personal como honesto, incluso cuando se permite el espacio creativo suficiente para que la ficción cuente lo que su verdad necesita decir.
La herencia sociológica que recibimos al ir a parar a un lugar no está conformada únicamente por las vivencias particulares con la gente de nuestro alrededor. Un lugar, demarcado como un país o localidad, gestiona a las personas mediante leyes, y éstas a su vez funcionan gracias —o a pesar de— la burocracia. Estos engranajes pueden tratarnos de formas muy diferentes dependiendo de quiénes seamos. Y en este caso no hablamos de una cuestión existencialista, sino material. La clase social a la que perteneces es un factor determinante a la hora de comunicarte con el país que habitas. Cualquiera podría asentir asegurando tener conciencia de este hecho, pero eso no es nada en comparación a leer la prosa de Yakovenko. Hay una distancia entre ser consciente de que algo ocurre y haber sido testigo de ello, no una vez, sino gran parte de tu vida. Cuando el dinero y el tráfico de papeles impresos ha de determinar quiénes somos, ¿acaso eso no significa que ni tan siquiera somos? ¿Qué hay entre el final de algo que debemos dejar atrás y el posterior comienzo de algo difuso que aún no alcanzamos a descifrar? Este son el tipo de cuestiones que, aunque no podamos llegar a descifrar al completo, aquí encontramos directrices para aprender a lidiar con sus constantes acometidas.
‘Desencajada’ es una novela existencialista y costumbrista, capaz de poner en entredicho el falso confort de nuestra identidad. Vivimos en tiempos que nos permiten compartir nuestra existencia con millones de personas, y esto no sólo nos hace sentirnos menos solos, sino que puede incluso hacernos dudar de quiénes somos. Nuestras neuronas espejo deben estar hipertrofiadas, desarrolladas mediante un exceso de estímulos imposibles de gestionar. Intentamos ser al mismo tiempo que observamos cómo el planeta intenta ser, y en dichos millones de interacciones constantes, a menudo desaparecen los hilos que deberían conectarnos con nosotros mismos.
En ‘Recreaciones’, del escritor ucraniano Yuri Andrujóvich y publicada en 1992 (con traducción al castellano en 2007 por la editorial Acantilado), se nos introduce en las desventuras de un grupo de escritores que van a participar en un festival literario, en la ciudad ficticia de Chortópil. Andrujóvich, con su humor descarado y hasta sucio por momentos, da vida a una serie de personajes que están descarriados y sumergidos en una realidad nacional caótica; retratando así una escena cultural en busca de identidad propia. Tanto es así, que en las actividades del supuesto festival literario, se puede leer: «tertulia poética «somos porque no podemos ser»». La literatura, en este caso en forma de novela, permite tanto expresar como recibir el discurso de identidad de una forma desarrollada, pero además única, radicalmente personal. Podemos sentir el amor de Margaryta Yakovenko hacia su familia, al mismo tiempo que percibir el vacío que dejan las grietas que se forman con la pérdida. Cuando Daria está más presente, otorgando la capacidad creativa de la ficción, es fácil sentir los anhelos y frustraciones, los límites infranqueables de nuestra vida.
Lo que el exterior refleja de nosotros, puede no tener nada que ver con nuestro interior, complicando así aún más la percepción que tenemos sobre nuestra propia identidad».
Lo que nos ocurre nos hace, y nos hacemos a base de vivir, tratando de ser. Todas las pequeñas acciones y situaciones de cada aparentemente inofensivo día nos transforman. Y sin embargo, al final, cuando pase el tiempo, nos damos cuenta de que sólo tratábamos de ser. Margarita Yakovenko, sin duda, es.
Espada y Pluma te necesita


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