Stan Lee, creador de Spiderman junto a Steve Ditko y una de las figuras más importantes de la historia del cómic, decía lo siguiente en una entrevista relativamente reciente:
“¿Sabes cuál es una de las mejores cosas del traje de Spiderman? Que está completamente cubierto, y por ello cualquier niño puede imaginar que es Spiderman, porque no se aprecia color de piel alguno. Podría ser negro, podría ser rojo, podría ser amarillo, podría ser de cualquier raza… Y esto no fue hecho a propósito; fue hecho accidentalmente… Pero es lo mejor que pudimos hacer: que cualquiera pueda estar bajo el traje”.
En uno de los momentos más icónicos de Spiderman 2 (Sam Raimi, 2004), el hombre araña trata de detener un tren que irremediablemente iba a estrellarse contra los edificios de Nueva York. En el fragor de su misión, el superhéroe pierde la máscara, pero consigue detener el tren y así salvar la vida de cientos de personas. Exhausto, Peter Parker se dispone a caer al vacío, pero es salvado por las manos anónimas de les usuaries del tren. Es el único momento de la saga cinematográfica original del superhéroe de Marvel en el que la gente puede ver a Peter, no al héroe idílico que tenían en mente. “Sólo es un chico”, dice uno de los neoyorquinos que podrá ver salir el sol al menos un día más gracias a ese chico. En el fondo, da igual quién estuviese tras la máscara de Spiderman, porque Spiderman es mucho más que un rostro.

A cualquiera le puede picar la araña. Spiderman no es sólo Peter Parker; hace mucho tiempo que dejó de serlo, y quizá nunca lo fue. Cualquiera podría haber estado en aquel museo de ciencias naturales junto a la araña; cualquiera de les neoyorquines del tren.
En 2011, Miles Morales, un adolescente de ascendencia afroamericana y latina es picado casualmente por la araña y acabará compartiendo el título de Spiderman junto a Peter Parker a consecuencia del paso de uno al universo del otro. Esta conjunción entre el Spiderman caucásico y el Spiderman afrolatino es ya una constante en las nuevas obras de la saga, desde los videojuegos de Insomniac a las películas de animación del Spider-verso. Precisamente Spiderverse y los cómics precursores de los que se origina directa o indirectamente abrieron una nueva perspectiva para el veterano superhéroe: existen tantos Spidermans como realidades, es decir, Peter Parker sólo es uno entre millones. Spiderman podría no sólo ser oriental u homosexual, sino también una chica otaku con un mecha, un punk, una adolescente con media cabeza rapada, un cerdo o, lo que es peor, un señor con muchos traumas.
Cualquiera podría ser Spiderman, y precisamente esa es la esencia del superhéroe. Batman no podría ser otro que Bruce Wayne, un hombre que acarrea traumas muy específicos que sirven como leitmotiv de la trama y hace de sus condiciones socioeconómicas la fuente última de su poder. Iron Man tampoco podría ser otro más que Tony Stark o un multimillonario excéntrico de la misma ralea. Thor es un Dios y Superman un extraterrestre de elevada alcurnia. Pero Spiderman podría ser cualquier chavale con ánimo de coserse su propio traje y defender al inocente. Peter Parker es un John Doe, un donnadie que hace de ello su fortaleza. Es el héroe del pueblo no sólo porque proteja al pueblo sino porque surge de él. Peter Parker no deja de ser un científico junior que vive en un cuartucho, que tras limpiar las calles de Nueva York a golpe de telaraña plateada cae al catre exhausto con el rostro de un adolescente cualquiera. Lo que conforma la identidad de Spiderman, más allá de su traje o sus poderes arácnidos, son sus principios humildes y su naturaleza de enmascarado anónimo.


Me sorprende que los que abogan por mantener la esencia de sus superhéroes insignia no se hayan parado ni por un momento a reflexionar sobre los subtextos que los nutren. Recientemente ocurrió una de las polémicas más vivas de los últimos meses en lo referente a la inclusividad en los videojuegos y, en particular, en Spiderman 2. En resumen, en uno de los podcasts que puede escuchar el superhéroe como acompañamiento a sus constantes balanceos se utiliza el lenguaje inclusivo. ‘Une entomologue’, se dice, en referencia a un personaje no binario (en inglés utilizan el pronombre They para referirse a elle). Además de eso, aparece en determinado momento una pareja de chicos jóvenes a los que Spiderman ha de prestar ayuda, Black Cat se confirma como bisexual y toda una calle está adornada con banderas del colectivo LGBTIQ+. Evidentemente, esto generó una reacción furiosa de conservadores que abogaban porque se estaba mancillando la inmaculada esencia de Peter Parker y todo lo que representa Spiderman. ‘Lo han metido forzadamente sin pedir permiso’, decía uno. Pero, además, supuso el desconcierto de varios youtubers que decidieron quitar el podcast o aprovecharon para ridiculizar el lenguaje inclusivo y a quienes lo usan. La reacción es consecuencia de la guerra contra lo woke (la inclusión de los colectivos históricamente oprimidos y minoritarios en la ficción) porque se relaciona con la debilidad contemporánea frente a la dureza de los tiempos clásicos. Lo woke parece demoler los patrones de representación en el arte de masas, hasta ahora acopados por los mismos estereotipos y clichés dramáticos.
Este caso representa mejor que ninguno el funcionamiento de acoso y derribo de las posturas conservadoras, que pretenden justamente aquello que les da nombre: conservar, inalterar aquello que (les) funciona, preservar una supuesta imagen incólume que, en este caso, es Spiderman, pero podría ser la raza o religión predominante en su país, el sistema económico o las jerarquías sociales en las que ocupan posiciones privilegiadas. Como biólogo e interesado en la conducta animal y los procesos de adaptación no deja de sorprenderme cómo los seres humanos (algunos) son tan resistentes al cambio y también a medir la magnitud de sus efectos. Somos capaces de cerrar los ojos frente al cambio climático y desestimar sus consecuencias, a la vez que atisbamos el fin del mundo por la llegada del lenguaje inclusivo, las parejas homosexuales y los cuerpos no canónicos a la ficción. Hasta nos inventamos un término, lo woke, para dar entidad a un problema social inexistente. El miedo al cambio no es sólo miedo a algo inevitable, sino que también imposibilita la mejora de la estructura social para el conjunto. Lo que se disfraza de conservación de una supuesta esencia verdadera y perfecta de las cosas no es otra cosa que recelo a perder privilegios, resistencia al inevitable cambio de las sociedades e incapacidad para adaptarse al contexto. Comodidad con aderezo de cobardía.
Sin embargo, en el caso de las críticas a la inclusividad a Spiderman 2 se añade una guinda al sinsentido del pretendido conservadurismo en la ficción: la estupidez y el desconocimiento. Pretender que Spiderman, como héroe, y Spiderman, como obra, sean bastiones de las ideas conservadoras es agarrarse a un clavo ardiendo, porque en la misma esencia del superhéroe está la tan criticada inclusividad, la adaptación a los valores progresistas de las sociedades, la comprensión y la ayuda al prójimo. Spiderman perfectamente podría ser no binario, tener novio o ser de Tailandia; seguiría siendo Spiderman. Las decisiones de Spiderman 2 son, efectivamente, un paso adelante para garantizar la inclusividad, (por el motivo que sea, económico, ideológico o ambos), pero también una manifestación contemporánea de la esencia del hombre araña, que siempre será más araña que hombre, y que abraza tantas realidades como existen. Al último que le importaría que le hablasen con lenguaje inclusivo es a Peter Parker, un chaval comprensivo y amable que sólo busca el bien común, que todo el mundo se sienta bien por encima de su bienestar personal. En Spiderman se destila una idea primordial: el todo es más importante que el uno, el sacrificio del héroe por el colectivo es la idea que le mueve a enfundarse la máscara (‘un poder conlleva una gran responsabilidad’).
Evidentemente, en la imagen primigenia de Spiderman siempre estará Peter Parker, un varón cisheterosexual al que le gusta la chica guapa y recatada del instituto. Pero dudo mucho que Spiderman sea sólo eso y que, sobre todo, sea principalmente eso. Como decía Stan Lee, Spiderman podría ser cualquiera. ¿Quiénes somos para negarle a una persona no binaria o transgénero, una chica lesbiana, un hombre bisexual o une chique asexual que podría ser Spiderman? Es más: ¿quiénes somos, si quiera, para negarles la posibilidad de existir en su universo y ser salvades por Spiderman? Si negamos eso, negamos la esencia misma de Spiderman, que es cualquiera y podría ayudar a cualquiera. Resulta extraño que los que se proclaman como los mayores fans y defensores del superhéroe no sean capaces de disfrutar con él cuando se muestra de la forma más prístina e inclusiva. No quieren salvar a Spiderman; quieren salvarse a sí mismos.
Espada y Pluma te necesita


SOBRE EL AUTOR







Excelente el texto, compañero. Muchas veces estos hechos dicen más de la sociedad que de la empresa a la cual se adjudica un uso «woke» o de la mercantilización de los discursos progresistas. Muy preciso el análisis, y necesario.
Un saludo desde Argentina!
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