Hay veces en las que lees un libro y no te gusta, y hay veces en la que te pides un bocadillo y terminas deseando llegar cuanto antes a casa para poder exorcizar tu cuerpo por la vía rápida. Tenía aproximadamente ninguna expectativa al asomarme al libro, porque decidí de forma deliberada, dejarme sorprender. La sorpresa ha sido que no había sorpresa. Sólo un refrito aceitoso bastante desagradable.

El árbol de la ciencia es un libro que se lee rápido. Se lee rápido porque la narración no añade nada más que la información sobre las acciones que suceden. Es una forma de narrar tan directa que no es ni simple ni austera, directamente pasa a ser pobre. Una cosa es la prosa sobria y otra decidir no añadir nada a la enunciación más básica. ¿Es eso escribir? ¿Realmente, no hay nada más? ¿No es necesario que haya una cierta gracia en el decir, en el hacer, en el escribir en sí?

Y sin embargo, algunas cosas me han gustado. La historia de Luisito, el personaje de Lulú y su destino, me han parecido filones estupendos que no se exploran. Pese a que tanto lo uno como lo otro permiten una divagación filosófica, un replanteamiento de la moral, de la ética, de las concepciones de la vida y del amor, de los sueños y los deseos. Son dos puertas interesantes que se quedan cerradas en una casa en la que todo es espacio abierto que se nos vende como misterioso. Los dos misterios quedan encerrados, se pasa por ellos sin mirarlos y se despachan con un leve gesto de la mano.

Si la filosofía de esta novela es su valor, bueno. Vale lo que un bocadillo de calamares, porque mete entre un pan reseco y sin gracia un refrito que desmerece al producto original, embadurnándolo con algo similar a una mayonesa un poco rancia para que pase mejor. En un acercamiento burdo y perezoso a una obra original que es mucho más amplia y rica de lo que se deja entrever aquí. Y decir acercamiento es, quizá, decir mucho. Lo cual, para el tono idiotamente clasista de la obra, es bastante irónico.

Las conversaciones filosóficas son, en realidad, una sola conversación, dividida en varios capítulos, como para que abulte más, para que nadie se nos pierda en este meter un piececito en la filosofía, para que todos sigamos los pasos de unos personajes que no están teniendo ninguna conversación realmente interesante, fluida o creíble, pero que son hombres de intelecto (se nos dice) y que son muy y mucho intelectuales.

No voy a decirle a nadie cómo hacer autoficción, pero sí puedo juzgar la autoficción cuando la leo. Y Pío Baroja, chatín, chulapo, llévate este plato de mi vista, que necesito un antiácido.  


Espada y Pluma te necesita

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