Esta columna es sobre literatura, pero no hay muchas películas más bellamente deudoras de la literatura que esta. No solo es estéticamente preciosa, es todo lo que el corazón pide. Si solo hay una cosa que debes sacar en claro de este texto, es que deberías verla.
Todos tenemos una comida que nos calienta el alma, que nos sujeta cuando todo se nos cae. Una comida que consigue, dentro de un día horrible, darnos un momento respirable. Nos lleva, de la mano del paladar, a un lugar tranquilo, donde todo es más liviano y pasajero. Para mí el puré de verduras de mi madre casi siempre cumple esa función, pero… Hay otra receta, más tontorrona y dulce que, aunque no me venga a la cabeza cada vez que alguien me pregunta, es uno de los sabores con los que vuelvo a un lugar tranquilo y feliz. La tarta de manzana de mi abuela.
Es una tarta con una base fina de bizcocho y capas de manzana laminada encima, formando una flor que decora la tarta, pintadas con mermelada de albaricoque. Está rica templada y fría, y siempre me pone una sonrisa en la boca. Tres mil años esperándote (George Miller – 2022) hace exactamente lo mismo.

Tres mil años esperándote es una película sobre una mujer y un djinn, sobre la facilidad de perderse en una historia y en los propios sentimientos. Una película que llama a la infancia, a las historias con moraleja, y a los cuentos de Las mil y una noches. Apunta a una conexión entre el mundo que conocemos y el mundo mítico, a la relación entre la magia y las emociones, el polvo y el fuego sutil. Es un canto a la sabiduría de los errores, al pasado de las historias y a encontrar moralejas que no buscábamos. La falibilidad de un ente al que se considera tradicionalmente traicionero, y la magia a la que está sometido por su propia naturaleza son cosas con las que nos podemos sentir profundamente representados, incluso cuando no estamos hechos de ese fuego sutil.
Tres mil años esperándote tiene una capa base de bizcocho, una narratóloga que conoce el cuidado y mimo que hay que poner a las historias, conocerlas al dedillo antes de creerlas. Y sin ella, nada tendría sentido. Además, la manzana, el djinn que es parte y compañero, conditio sine qua non, se presenta en capas, algunas propias, otras creadas desde la sabiduría por lo vivido. Cubierto por la mermelada de las historias que le han traído hasta este momento, nos acaba dando un resultado de delicado sabor dulce, con textura suave y esponjosa, que arregla cualquier tarde tristona.
Porque de esta tarta, y de esta película, lo importante es el proceso. El resultado final que se obtiene es tan solo el resultado obvio. Algo delicioso que te calienta el corazón.
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