A veces está bien que las cosas no te gusten. No todo tiene que cambiarte la vida y volverte loco. A veces puedes comerte un plato que te da un poco de asco con rapidez para acabarlo cuanto antes, y no morir en el proceso ni necesitar demandar a nadie por ello.
No hay nada normal en Normal people, así que supongo que lo normal es terminar y plantearme para qué he estado leyendo este libro, y si no me compensará más leerme El viejo y el mar, por intentar recuperar algo de ese tiempo, o sentir que se me cuentan cosas que me resultan un poco más interesantes.
Una persona a la que leo de forma habitual es Bárbara Arena, y debo decir que no he podido evitar acordarme de ella leyendo a Sally Rooney. No hay nada en esta novela, ni en la prosa, si nos ponemos, que sea ni remotamente interesante. Los problemas fabricados, los personajes que parecen alienígenas constantes, sin comprender siquiera por qué se mueven, sin ningún deseo, ningún motivo, ni una chispa de vida. Nunca había leído un videoclip de una canción indie pop tristona, pero para todo tiene que haber una primera vez. Mucho dinero, mucho pintalabios estratégicamente mal aplicado, un coqueteo meramente estético y caricaturizante del BDSM, una romantización de las enfermedades mentales que ni siquiera llega a conseguir el efecto estético.

Entiendo que haya encantado a tanta gente. Te pone muy fácil sentirte una persona inteligente, intensa, con criterio, siempre que aceptes un pacto ficcional que da la sensación de ser el equivalente a que te disparen con una pistola a la que le sale una banderola donde pone ¡BANG!. Cuando estás recuperándote de eso, se te exige que te creas a la chica muy triste y al chico muy confuso. Porque son unos incomprendidos. ¿Nunca has sido un incomprendido? ¿Nunca has sido rico o pobre? ¿Nunca has sido la persona popular del instituto, o la que no tiene amigos? ¿Nunca has sentido ansiedad pero sólo de una forma muy concreta, que permite que seas la viva imagen de Lana del Rey? Mecachis. A lo mejor eres demasiado normal.
Así que, igual que me comería un aspic de carne y verduras, me he metido cucharadas soperas de esta novela en la boca, y en cuanto he podido notar los tropezones y he empezado a notar las arcadas, he tragado, una tras otra. Y ahora que he terminado, creo que necesito mirar al infinito un poco, mientras se me recompone el cuerpo entero.
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