Hay platos que, sólo por el nombre, sólo por su aspecto, sabes que van a poder contigo. A veces es peor un bocado demasiado dulce que uno demasiado salado o picante. Y hay veces que, pese a que todo te lleve a pensar que algo va a terminar por poder contigo, porque de dulce va a resultar empalagoso y tendrás que sujetarte a una pared mientras el mundo te da vueltas, al final resulta que… no era tan fiero el león como lo pintaban.
No soy la persona con la tensión más estable del mundo, así que a veces ciertas comidas me hacen marearme. Ciertos olores también lo hacen, e incluso ciertas lecturas, pese a que parezca absurdo. Soy una lánguida mujer victoriana en el cuerpo de una ansiosa mujer del siglo XXI que no quiere parar quieta nunca. Supongo que esos son los dos lobos de mi interior.

A veces es peor un bocado demasiado dulce que uno demasiado salado o picante.
Cuando vi Los puentes de Madison (1995), porque vi la adaptación antes de leer la novela, pensé que era una historia demasiado azucarada para mi gusto. Me gusta el merengue de fresa, pero si el merengue en cuestión es demasiado grande, termina dejándome la lengua apelmazada y me satura. Y por mucho que me gustó ver a Clint Eastwood y a Meryl Streep en la pantalla haciendo lo suyo, se me antojó demasiado incluso a mí, que era en aquel momento una adolescente. No llegó a la saturación, pero sí me noté un poco sobrepasada por la medida cursilería que me supuso la película. Me gustó y la volví a ver, y la volveré a ver, igual que me pasó con Un paseo para recordar y con Love story (que son la misma historia, en el fondo y casi en la superficie), pero era un poco demasiado para mí.
Sin embargo, leyendo otra novela, se mencionó ésta. Y claro, dado que no había leído la obra original, se me ocurrió asomarme. ¿Qué daño iba a hacerme una novela rosa ligerita a principios de verano? ¿Qué era lo peor que podía pasarme, que me diera mucha vergüenza ajena la obra y la eliminara de la aplicación de la biblioteca virtual antes de terminarla? Probablemente. Me hice a la idea de que era exactamente eso lo que iba a pasarme.
Pues no. Empecé la novela, dispuesta a darle una oportunidad, pero sospechando que iba a parecerme un bodrio. Y se me olvidó que estaba segura de ello casi por completo. Es una novela corta, y sospecho que si fuera veinte páginas más larga, se caería por su propio peso. Creo que es dulzona pero apenas empalaga, y que es falsamente encantadora, y lo suficientemente ligera como para que le perdone todos sus pecados. Por supuesto que es una novela rosa un poco fácil, pero las he leído infinitamente peores y con muchísimas más ínfulas y, para lo que es, creo que está estupenda. Como un trocito de red velvet en una cafetería. Si me comiera dos, a la mitad del segundo querría arrancarme la lengua, pero la verdad es que es una buena compañía para un té frío en la merienda de una tarde calurosa.
Espada y Pluma te necesita
SOBRE LA AUTORA



