Al alzarse la bandera carmín con la pálida cruz en el centro, la Orden de Sántira quedó proclamada. El Wyrm Real descendía para encontrarse cara a cara con Mazzio, quien se encargaba de custodiar las infranqueables murallas de Niviasantia. Tras ayudar a contener las llamas, la bestia alada exigía respuestas y responsables. El palacio, donde los príncipes dormían, había sido incendiado durante la noche. Ya con el alba insinuándose, después de lo que había parecido una eternidad, podían entrar en busca de los sucesores de la corona, o lo que quedara de ellos. Sin dilación alguna, era a su vez el momento de cumplir con la Orden.
Tratando de mantener la calma, Mazzio puso en conocimiento del Wyrm que la identidad del culpable les era conocida. Las águilas llevaban horas surcando el cielo y tenían localizada su huida. Niviasantia había sido inexpugnable durante siglos, dominando la mayor colina conocida por la especie humana, gracias a la lealtad de bestias que eran dueñas del cielo. Eran otros tiempos, pensó el Wyrm, que asintió aceptando las palabras de Mazzio y lo que ellas conllevaban. Bramaron sus alas y se alejó junto a un estruendo ensordecedor.
Largo y peligroso era el camino para dar caza al traidor, por lo que el águila madre se ofreció, convirtiendo así la travesía en apenas un impulso del viento. Al menos media jornada había cabalgado en su huida, adentrándose en el bosque para intentar ocultar su rastro. Unas huellas que, sin embargo, eran obvias y escandalosamente llamativas para la vista de aquellas aves que custodiaban el cielo alrededor de Niviasantia.
El águila madre tenía la sabiduría de la eternidad, pues ningún humano vivo había conocido el mundo sin ella. Le resultaba natural conservar la calma, incluso en aquella extraordinaria situación. No así para Mazzio, quien se concentraba en su deber para dejar, al menos parcialmente, las emociones a un lado. Una vida de lealtad podía ponerse a prueba en un instante, y no estaba dispuesto a dejar que decisiones ajenas le arrastraran consigo.
Allí abajo estaba el culpable, rodeado por cuatro águilas que con su basta envergadura cerraban cualquier vía de escape. La madre descendía en círculos, con el guardián listo para desmontar y encarar el momento de la verdad. Un primer paso en aquel claro del bosque y Mazzio ya pudo vaticinar a la persona bajo la armadura, ignorando a su alrededor los cuerpos de guerreros mutilados que habían intentado tomarse la justicia por su cuenta. Ambos iban completamente cubiertos y protegidos, pero eso no era impedimento para el reconocimiento mutuo, sabían a la perfección quién estaba detrás del yelmo que tenían enfrente. Meros segundos de silencio fueron suficientes para entender que únicamente uno de los dos podría salir de allí con vida.
—Por qué —rompió así Mazzio la aparente paz—. Tan sólo dime qué te ha llevado a echar por la borda toda una vida de sacrificios, lealtad y honor, pero sobre todo a traicionarme a mí y a tu reino, hermano.
—No me vengas con esas. Pude ver la bandera, y como buen peón vienes a intentar cumplir con la Orden. De acuerdo, pero no me llames hermano, no justo antes de que separe tu cabeza de tus hombros.
—Héctor, tú mismo llevas la misma cruz en la capa que guarda tu espalda. Vengo a cumplir con lo establecido, lo que nosotros mismos juramos respetar.
—¿Hace cuánto de eso, querido hermanastro? Tú quizá fueras suficientemente mayor para recordarlo, yo apenas tengo una breve imagen distante en la memoria.
—Eso no cambia nada, todo había ido bien, como debía ser. No logro entender qué te ha ocurrido.
Sumido en nervios y frustración, Héctor no parecía ser capaz de encontrar las palabras para expresarse, y tuvo que respirar hondo varias veces antes de continuar.
—Has vivido muy plácidamente sabiendo que eres el hijo predilecto de tu familia, no te has parado a pensar ni por un segundo cómo es ser un hijo bastardo.
—Pero no uno cualquiera…
—¡Exacto! Toda la ciudad sabe que mi padre es el rey, pero ni siquiera puede admitirlo. En nuestra casa nunca han podido ocultar su desdén hacia mí, y mi padre jamás me reconocerá como uno de su sangre. Y aquí está tú, queriendo jugar al hermano mayor, a pesar de que nunca has tenido un momento para darte cuenta de nada.
—Ya no hay tiempo para eso, lo has arruinado todo, sólo queda que regrese con tu cuerpo inerte a casa, para despedirte como es debido.
—Deberías aprovechar para despedirte ahora.
Sin esperar respuesta alguna, Héctor cargó con su escudo contra Mazzio, derribándole. Éste giró en el suelo tan rápido como pudo para recomponerse y encarar a su hermanastro. Alzó su escudo y espada para recibir el impacto de un corte que iba directo hacia la parte izquierda de su cuello. Mazzio tuvo que apoyarse en una rodilla, y acto seguido Héctor pateó su otra pierna, haciendo que cayera hacia el lado. Tratando uno de ponerse en pie y el otro de evitarlo, sus espadas chocaron, una, dos y hasta tres veces. En el cuarto encontronazo, con Mazzio aún buscando su compostura, su espada se encontró con la firmeza del escudo, y éste terminó por golpear su mano, que no soportó el intercambio y soltó el arma. Una nueva embestida de Héctor no sólo derribó el cuerpo exhausto de su oponente, sino que fracturó el brazo que aún le defendía, y en ese momento dejó caer también el escudo que sujetaba.

—Subestimado, ignorado y nunca escuchado —alcanzó a decir el hijo bastardo recuperando el aliento—, me voy bajo mis propios términos, y ahora el rey sentirá mi ausencia. Sé que me perseguirías hasta el mismo infierno, porque tu orgullo no te dejaría descansar.
—Hermano, todavía podemos…
—No hay tiempo, Mazzio, ya no —la hoja de su espada comenzaba a introducirse bajo el yelmo del guardián abatido, con la punta alcanzando suavemente el cuello—. Habéis tenido toda una vida, ahora sólo os queda un instante. ¿Últimas palabras?
Las águilas no hacían ruido alguno, y la brisa era tan ligera, casi muda, que se cortó con el sonido de la espada atravesando la carne, seguido del abrupto flujo de la sangre. El conjunto de aves abrió camino en silencio y dejaron que Héctor se marchara, respetando la Orden de Sántira, antes de cargar el cuerpo inerte y derrotado de vuelta a la ciudad. Entonces, un estruendo surgió del bramido de unas alas.
Imagen de Paranormal Studio
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