Ahora mismo estoy haciendo prácticas en una biblioteca de mi ciudad. De hecho es la biblioteca de mi barrio, la que tengo más cerca de casa, la central e, irónicamente, la que menos conocía.
Es biblioteca y es centro cultural y también es una antigua fábrica, así que el edificio es enorme. La biblioteca también lo es. Tiene un montón de espacio, un montón de libros, monta un montón de actos. Y aún y así… No tira.
Mi tarea es hacer prescripción y, honestamente, cuando me puse a investigar sobre cómo está el tema de la prescripción me deprimí. Estuve un par de semanas dando vueltas en la cabeza a los problemas concretos y abstractos que hay y que de buenas a primeras parecen imposibles de solucionar. Para empezar, la palabra en sí. Prescripción me suena a lo que es, que el médico te recete un tratamiento. No me gusta, además me parece feísima de pronunciar. Me gusta mucho más recomendar. Hay quien prefiere “compartir”, pero para mí recomendar va bien porque cuando recomiendas algo hay la espera de un feedback, de que la persona a la que te diriges con tu recomendación la acepte (y te añada algo, como otra recomendación o sus motivos para aceptar), o la rechace (generalmente dando también motivos). Además no tiene el cariz obligatorio que percibo en prescribir.
Otro de los problemas que hay es lo desconocido. Es imposible que todos los bibliotecarios conozcan todos los libros de una biblioteca. No les daría la vida ni aunque se dedicasen únicamente a leer las novedades. Así que sí, tendrán que recomendar cosas que no han leído, por un lado, y por el otro, no todos los bibliotecarios lo pueden conocer todo. Los bibliotecarios son personas y tienen intereses propios, y además es necesario que puedan guiarte no solo en cuanto a literatura se refiere, también en cuanto a materias porque, en mi experiencia, es más probable que te acerques a la biblioteca a por un libro de estadística para hacer un trabajo que a por esa novela que no encuentras en la librería. Quizá también deberíamos hablar de este punto en el futuro, sobre cómo usamos las librerías, qué les pedimos y por qué deberíamos tener un poco más de conciencia a la hora de comprar libros, pero ese es un artículo que tendrá que esperar.

Hay otro desconocido a la hora de recomendar, y a mí me ha dado aún más vértigo cuando me lo he encontrado: el usuario. No conocemos a los usuarios, no tenemos relación, ni siquiera sabíamos qué cara tenían hasta hace quince segundos, cuando han entrado y hemos sonreído diciendo “Hola, buenos días”. No sabemos qué libros quiere, qué necesita, qué libros ha leído, a qué autores detesta y qué traumas prefiere no desenterrar con un libro. Es imposible tener un cien por cien de acierto. Pero estamos predispuestos a aspirar a ese cien por cien y es desasosegante ver en sus caras que eso no es exactamente lo que buscaban. Mi único consuelo es pensar que no puedo acertar siempre, que seguramente no acierte casi nunca y que, de hecho, el usuario tiene menos idea que yo de lo que quiere, así que tenemos que formar equipo para buscar y encontrar. De hecho, plantear el tema como una búsqueda en común me ha dado buenos resultados, los usuarios están más abiertos a mis sugerencias y se sienten con más confianza como para decirme cosas que me ayuden a orientarme mejor y ser de más ayuda.
Y el tema que me traía de cabeza era lo fútil que parecía todo. Da igual cuántos actos, cuántas presentaciones, clubs de lectura, visitas, cinefórum y actividades en general se planteen: la gente no viene a la biblioteca. Bueno, sí viene, claro, pero no viene tanta como para llenarla. Y poco a poco me he dado cuenta de por qué. En primer lugar, porque para ir a la biblioteca primero tienes que salir de casa, que es una cosa que a los millenials se nos empieza a dar regular porque por algún motivo se nos exprime hasta que no tenemos energía física ni mental para enfrentarnos a nada que no sea un capítulo ligero de alguna serie mientras cenamos. En segundo lugar, tenemos que tener en cuenta el horario de las bibliotecas. De lunes a viernes o sábado, de nueve de la mañana a ocho o nueve de la tarde, por poner una franja habitual. Son horas en las que la gente está en clase, trabajando, comiendo o volviendo a casa. Son horas en las que la gente hace cosas, Karen, la gente tiene vida y facturas que pagar. Es normal que a la biblioteca vaya gente en paro, estudiantes que se saltan clase, jubilados, y gente que se ha escapado diez minutos del trabajo para coger una novela que leerán en el baño. Y la biblioteca está para ellos, para la gente que necesita ocio gratis, que necesita un ordenador, que busca una excusa para alargar unos minutos esa soledad mientras el mundo reclama a gritos su atención. Esos usuarios son los habituales y los que llevan la biblioteca en sus hombros sin darse cuenta. Los puntuales, los que vienen porque “Este libro de teoría del cómic solo está en esta biblioteca y de hecho lo tenéis en el almacén, ayúdame por favor”, generalmente vienen por urgencias, y vienen por lo mismo por lo que no vienen: porque no conocen las posibilidades de la biblioteca. No saben que no hace falta que vengan desde la otra punta de la ciudad porque la biblioteca puede mandar el libro a otra que les quede más cerca, ni saben que se hacen talleres de poesía, clubs de lectura, clases de idiomas, conferencias sobre música, cursos de informática. Y no lo saben por dos motivos: porque no se le da la suficiente visibilidad o porque tampoco se le habría ocurrido mirar.
Y eso me lleva al tercer motivo por el que la gente no va a la biblioteca: porque tenemos poca cultura de la biblioteca. No conocemos ni la mitad de cosas que podemos hacer allí, no tenemos quizá la curiosidad o no nos la planteamos como opción de buenas a primeras. Pero es normal. Nadie nace sabiendo y todos tenemos que conocer algo nuevo todos los días. Las bibliotecas, el sistema de bibliotecas y todas las cosas que se pueden hacer, son algunas de esas cosas, y tenemos la suerte de que las bibliotecas son gratis y siempre están ahí. Insisto en el tema económico porque es uno de los motivos por los que el ocio ahora mismo se está convirtiendo en un lujo. Y no debería ser así, pero para cambiar eso necesitamos una revolución que aún parece que no llega. Así que nos tenemos que buscar otras opciones. Las bibliotecas son lugares llenos de conocimiento y de cultura, y son gratis, así que nos permiten cubrir dos necesidades: la del conocimiento y la del ocio, sin costarnos un riñón, que siempre es de agradecer. Además, desde el otro lado del mostrador lo digo: los bibliotecarios tienen mucha calle viendo cosas raras y teniendo interacciones sociales extrañas con los usuarios, no vais a dar el cante, si es que lo que os corta es el relacionaros con la gente.

La interacción entre los usuarios y los bibliotecarios me parece imprescindible. Por un lado porque es agradable saber que no eres invisible y que no molestas (porque no eres una persona que vaya a la biblioteca a molestar, ¿verdad?), y por el otro, facilita muchísimo la vida. Los bibliotecarios conocen a la gente habitual (de hecho es muy bonito que entre una mujer por la puerta y pregunte por alguna de las compañeras porque “siempre me recomienda novelas que me gustan mucho”), y una vez que te conviertes en habitual, todo va rodado. Además en caso de necesitar algo es mucho más sencillo dirigirse a alguien que ya te ha sonreído cuando has pasado por delante de su puesto de trabajo. En el tema de las recomendaciones, además, es de muchísima ayuda. Porque, como he dicho antes, que el usuario te hable de lo que lee sirve para orientar las próximas lecturas que le vas a recomendar, pero también para orientarte respecto a otros usuarios. Si un usuario ha leído a Mary Higgins Clark y le ha gustado, y se lleva esta semana a Patricia Highsmith, puedes recomendarle a Sue Grafton, que es la autora que ha leído esa otra usuaria que lee a Highsmith y que también lee a Alicia Giménez Bartlett. Aunque tú como bibliotecaria no hayas leído a ninguna de esas autoras (todas ellas tremendamente recomendables), no hay problema: los mismos usuarios te permiten hacer recomendaciones sin sentirte hipócrita. Además, conocer la opinión de los usuarios permite incluso ampliar el catálogo.
Por otro lado, hay una voluntad de dirigir a los usuarios hacia una literatura de calidad, lo cual no me parece mal per se, pero no deja de ser algo que considero muy personal. Yo, que me paso el día rodeada de teoría literaria voy a la biblioteca a buscar novelas ligeras que no me voy a comprar pero me van a vaciar un poco el seso. Entiendo también que soy una excepción, que no es lo habitual, que tenemos que dar gracias porque la gente lea y que Edison era una bruja, pero honestamente, por el momento prefiero no sacar a los usuarios de su zona de confort, porque si la tienen es por algo. Claro que si me preguntan por algo un poco diferente los guiaré tan bien como pueda, pero leer literatura “de poca calidad” no creo que sea un problema per se. La gente quiere leer, dales lo que quieren. Aunque no sea lo que tú leerías, yo entiendo que hay gente que detesta Manolito Gafotas y el Quijote porque se lo tuvieron que leer obligados y sin embargo son para mí dos obras básicas en mi vida. Pero es que cada persona es un mundo, y lo mismo esas novelas policíacas son el soporte emocional de esta usuaria puntual, y por mucho que yo recomiende a Pessoa pues igual a la gente se le hace un poco de bola porque es difícil y da pereza y es ciertamente deprimente.
Y el tema es que la gente lea. Ahora se lee más que nunca, pero no se lee como siempre. Ahora, como dice Laura Borràs, no tenemos ni tiempo ni silencio para leer como siempre leímos, de manera que no podemos pretender hacerlo. Y las bibliotecas son lugares en los que el tiempo pasa de forma diferente, seguramente porque hay silencio o, al menos, tranquilidad. Entonces quizá podríamos plantearnos que las bibliotecas son lugares para llevarse materiales en préstamo, hacer actividades, estudiar y también leer.
Así pues, me gustaría cerrar este artículo con alguna certeza, alguna receta mágica para solucionar este tema de la prescripción en las bibliotecas, de cómo recomendar leer, de qué recomendar leer. Pero la verdad es que no la tengo, y no estoy segura de que exista, por lo que he hablado con bibliotecarios que llevan muchísimo más tiempo que yo. Así que lo que nos queda es el ensayo y error, el probar hasta dar con la tecla y el seguir usando mucho la biblioteca, a ver cuántas cosas sacamos en claro. Yo, de momento, lo que sé seguro es que me encanta hablar con los usuarios sobre los libros que se llevan y los que devuelven, saber si les han gustado o si tienen algún interés especial en la materia. Porque intento ser la bibliotecaria que querría conocer como usuaria, y algo me dice que por ahí es por donde pueden ir los tiros.
Espada y Pluma te necesita


SOBRE LA AUTORA

Estoy de acuerdo. Para mí las bilbiotecas son el lugar ideal para dar a conocer la literatura y crear nuevos lectores. Sin embargo, cada día lo tienen más difícil para hacer su trabajo, porque la gente tiene menos paciencia para sentarse a leer un libro y descubrir nuevas obras. Yo ya llevo peleándome varios meses para que la gente entre en mi blog a leer los relatos que subo gratis, pero ni así lo consigo. Pero no hay que desesperar!
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