AUTOR: TOMÁS GRAU

En 1945, el acorazado Yamato fue desterrado a los confines de la historia alternativa al convertirse en el mayor acorazado de la historia que nunca tuvo la oportunidad real de entrar en combate. Erigido en sus inicios como el estandarte de un poderío militar inexistente y el protector de una ideología monstruosa y bárbara, en sus últimos momentos acabó cargando con el rencor de una ciudadanía agotada.

Un superviviente de aquellas últimas horas, Yoshida Mitsuru, publicó sus memorias en 1952, y su manera de ver el evento lo marcó para siempre en la memoria de la población japonesa. Es una obra que transcribe los hechos de tal manera que casi pueden revivirse. Una en la que valores militares prototípicos como la búsqueda de gloria o la entrega en el combate se reconocen pero se sienten superfluos, especialmente en el contexto suicida de la operación naval que hizo zarpar a la Yamato. Leer a Mitsuru ahora se siente a veces como leer una carta de suicidio. La tersa y parca prosa de Mitsuru le acerca estilísticamente a los poetas clásicos japoneses, pero el contenido y la tonalidad de sus palabras rebosan imprecaciones militares. Mitsuru no esconde su deseo de morir, su falta de entendimiento a lo que sucede, su complejo de inferioridad y la constancia de su propia suerte. No entiende por qué él, entre todos sus compañeros, fue escogido para vivir; por qué tuvo que ser él el rescatado por la Fuyutsuki. Tampoco entiende las decisiones del alto mando, ni las de los americanos. Respeta y teme a la aviación estadounidense, pero no entiende por qué no les rematan mientras tratan de sobrevivir en el agua. Admira el talante de su superior, el almirante Itō, pero es consciente de las críticas del resto de la armada japonesa hacia la operación Ten-Ichigo y de lo inútil que acabará resultando. Críticas como la de Ryunosuke Kusaka, que trató por todos los medios de pararla, o del capitán Atsushi Ōi, que al oír que la operación se hacía para mantener el honor del imperio japonés, su respuesta fue “¿A quién le importa la gloria? ¡Idiotas!” Tanto los compañeros de Mitsuru como sus superiores parecen estar viviendo una situación de afasia colectiva, y sólo el humor y la vaga promesa de honor y gloria les impide tirar la toalla. Años después, Adam Curtis elaboraría una descripción similar del «mundo falso» que percibe en la Rusia post-soviética a través del documental HyperNormalisation.

La pérdida de rumbo y la sensación de futileza experimentada por Yoshida Mitsuru durante la ejecución de la Operación Ten-Ichigo quedarían grabadas a fuego en el imaginario social. Tratando de darle un sentido a su influencia, el autor dedicó la mayor parte de su vida civil a la escritura, publicando numerosas columnas en pro de la paz y contra el militarismo. En su vejez, fue testigo de una repentina popularización del navío con el que casi se hundió en su juventud y, para tratar de comprenderlo, dedicó un texto a discutir sobre el papel que esta nueva “generación de la Uchuu Senkan Yamato,” o Space Battleship Yamato en inglés, le estaba dando al viejo símbolo fascista. Aunque no se trataba ni mucho menos de la primera vez que esta nave era utilizada en la ficción popular nipona (ejemplos includen Shin Senkan Yamato, del legendario Ikki Kajiwara), la historia quiso que fuera la serie de televisión de Academy Productions, más tarde convertida en saga cinematográfica, la que acabara inmortalizada. Aunque presentado de una forma mucho más simplona y con un público objetivo infantil. Mitsuru reconoce en esta franquicia el potencial para que su vieja nave se convierta en vehículo sobre el que jóvenes acostumbrades a vivir en una “época de inseguridad” puedan subirse para sentir, aunque sea por un momento, que todo va bien. Aunque se da prisa en desestimar el valor moral o incluso ideológico de su narración de altos vuelos y melodrama, se apresura a reconocer la humanidad de su relato, y reconoce abiertamente el esfuerzo por recrear los contornos de la Yamato. En última instancia, Mitsuru parece aprobar la nueva función que su nave está cumpliendo entre una juventud que ya no tiene necesidad o deseo de luchar en el campo de batalla, ni parece abocada a una vida de dificultades.

A primera vista, hay mucho de concesión tímida en el texto de Mitsuru, y aunque su conclusión pueda parecer suave, que un representante de la vieja generación avale con tanta seguridad lo que la nueva está haciendo tiene un significado capital. Su aprobación también es, además, señal inequívoca de que el Japón que él había vivido desapareció hace mucho y que la era Shōwa había virado radicalmente hacia nuevas vías. Space Battleship Yamato era un símbolo de ese nuevo viraje, y si hasta entonces la Yamato original había significado un horizonte político concreto, éste era el pistoletazo de salida de uno nuevo.

Estrenada en televisión en 1974 con el dinero de un productor desprestigiado de Mushi Productions, y apoyándose en el talento de viejas glorias como Satoru Osawa (autor de Submarine 707) y promesas en alza como Leiji Matsumoto (en aquél entonces conocido por obras tan dispares como Otoko Oidon, Gun Frontier y un sin fin de historias Shojo), Space Battleship Yamato empezó como un fracaso más en la corta pero ya abultada historia de los TV Manga (como se llamaba a los anime por entonces). Compitiendo contra gigantes como Heidi e incapaz de cumplir con su plan original de producción, la serie se vio abocada al nicho de un pequeño pero dedicado fandom. Este factor, unido al hecho de que se trataba de la obra en la que Academy Productions había invertido todo su capital y esperanzas, pueden ayudarnos a entender por qué el productor de la serie, Yoshinobu Nishizaki, acabó siendo una persona tan excéntrica. Mientras la “yamato fever” mantuvo rescoldos, este hombre se esforzó por avivarlos y crear incendios. El hecho de que, al final, Yamato pudiera despegar en la forma de unas películas recopilatorias que superaron, según ciertas fuentes, a Star Wars en recaudación de taquilla, tuvo que hacer mella en su ego. Hasta su muerte en 2010, Nishizaki trató a Yamato como su más querido bebé, y trató de relanzarlo, continuarlo, reimaginarlo y remasterizarlo una y otra vez, hasta que finalmente el resto de la sociedad japonesa pareció seguirle la corriente y admitir que sí, la serie estaba muy bien, y seguramente valía la pena echarle un ojo. Antes de que nadie se diese cuenta, Yamato fue el inicio de muchas cosas: el comienzo del anime “para adultos” en televisión; el inicio de incontables carreras, como la de Yoshikazu Yasuhiko (famoso por Gundam, Crusher Joe y Dirty Pair) y Kazutaka Miyatake (el hombre tras Macross); y lo más importante, el inicio del fandom otaku como se entiende a día de hoy. Con su corta tirada y dificultosa distribución, Yamato fue acicate para que varias editoriales lanzaran revistas de animación especializadas, como Animage y OUT, y la cobertura concienzuda que aportaron abrieron el apetito para un consumo dedicado. Una vez los años ochenta asomaban la cabeza, el público y ambiente que provocarían el nacimiento de Gainax, la manía por el modelismo o el mercado de los OVAs debía su existencia al hecho de que Space Battleship Yamato había conseguido generar esa devoción desmedida que, durante un tiempo, se vio como algo cool y juvenil.

Ante un legado tan espectacular, es normal tratar a la serie de 1974 como una especie de fósil de trilobites o una iglesia románica: algo muy digno de existir y atesorarse, pero que tampoco tiene mucho que ofrecer a un público actual, acostumbrado a animaciones más pulidas o ritmos narrativos más trepidantes. Voy a lanzarme a la piscina y a decir que, por encima del enésimo remake, la serie original aún conserva un encanto único. Ciertamente exhibe su edad en múltiples aspectos: su música funky y sus diseños de pantalón de campana nos recuerdan que esta es sin duda la era del Disco Dance. Su animación, qué duda cabe, resulta primitiva y quejumbrosa hasta para la época. No en vano se trataba de una serie hecha por un estudio nuevo aupado en hombros de buscavidas, si lo comparamos con los timoneles firmes de Mazinger Z o Heidi. Incluso su ritmo narrativo se antoja lento: en vez del dinamismo visual de Gundam, la serie de Yamato es mucho más abierta a secuencias melancólicas o a metódicos escalamientos de tensión. En este apartado en particular, la restauracion para Blu-ray nos permite ver la serie con una lente muy clara, haciéndonos conscientes de las planchas de celuloide y hasta las manchas de polvo. Bajo esta radical mirada, la restauración evita el error habitual de tantos remasterizados modernos de tratar de esconder la edad y circunstancias materiales de su producción. Mientras que muchos trabajos modernos parecen avergonzarse de parecer antiguos, Yamato luce ahora como un orgulloso anime de la “vieja escuela”, cuando aún faltaba todo por descubrirse. Este detalle, así como otros irrepetibles como la colaboración de Matsumoto, hacen que esta serie posea una energía particular, que la moderna de 2012 ni se acerca a evocar. Junto a otros problemas que ya trataremos, Space Battleship Yamato 2199 acaba siendo una versión peor de lo que una serie de los setenta logró hacer con la sexta parte de su presupuesto.

Portada de caja de uno de los primeros modelos de la nave, dibujada por el legendario Shigeru Komatsuzaki.

Así pues, la serie Yamato retoma las ideas de tanta ciencia ficción de la época que entendían el conflicto espacial como batallas entre submarinos, y deja que la tensión mane de las esperas y decisiones calculadas. Una porción importante de su drama surge de la volcánica relación entre el protagonista, el cadete Susumu Kodai, y su superior inmediato, el capitán Okita. Enfrentado a su propia juventud y deseo de venganza por su hermano, la serie es un balance complicado entre sus ansias de violencia y la importancia de la misión. El hecho de que la serie se interese tanto por este conflicto generacional es lo que le salva de sentirse una copia animada de Star Trek. Mientras que en aquella obra la estructura episódica reposa en conflictos de la semana que la tripulación debe resolver, Yamato es desde el principio una carrera contra el reloj. Tras una introducción fría y desoladora que nos lanza sin miramientos a lo que parecen los minutos finales de una batalla, el primer capítulo nos ofrece un panorama apocalíptico: la humanidad, al poco de iniciar su viaje a las estrellas, empezó a ser bombardeada desde las profundidades del espacio por una fuerza desconocida, conocida únicamente como el Imperio Gamilas, destruyendo sus colonias espaciales y convirtiendo a la Tierra en un baldío calcinado. Sin más recursos naturales que los que sobrevivieron a una apresurada huida bajo tierra, y ante el avance inexorable de la radicación provocada por los bombardeos sistemáticos, pareciera que todo está perdido. Pero, surgida de ninguna parte, la transmisión alienígena de la misteriosa Starsha de Iscandar promete una salida en la forma del milagroso Cosmo Cleaner, que podría restaurar la Tierra a su antigua gloria. Junto a un mapa de direcciones, el mensaje posee las indicaciones para construir una nave que puede, por fin, hacer frente a la flota de Gamilas. En un acto de reclamación poética, el capitán Okita y el gobierno de la Tierra deciden reaprovechar el casco de un navío que, piensan, podrá servir de símbolo para la esperanza de un nuevo futuro: la Yamato.

Space Battleship Yamato fue el inicio del fandom otaku como se entiende a día de hoy».

Space Battleship Yamato no duda en revisar hechos cuando le conviene, pero tampoco esconde la relación intrínseca entre el navío original y el de la ficción. En una corta secuencia del episodio 2 se nos narra su destino original, y se nos detallan los sucesos que tuvieron lugar el 7 de abril de 1945. Como señal de respeto, el tono y dibujo de esta parte se alejan radicalmente del estilo caricaturezco de Matsumoto y se acercan al trazado hiper-realista de Animentary: Ketsudan, histórico pero muy fallido intento de Tatsunoko Productions de crear un programa educativo sobre la Guerra del Pacífico. Emitido en 1971, este trabajo de animación destaca más hoy en día por su hiperrealismo hierático y por su devoción absoluta al documentalismo (de ahí su nombre, siendo Animentary un cruce entre anime y documentary). En comparación, Yamato parece un trabajo de Hiroyuki Imaishi. Pero el trato que ambos dispensan a la guerra, en un punto medio entre el detallismo aséptico y el respeto a los soldados, es muy parecido. A lo largo de toda su historia, Yamato nos inunda de nombres clave, descripciones frías y datos de informe. Pero su interés en focalizar el interés humano resulta evidente desde el primer momento, como en la susodicha escena histórica, en la que vemos a un caza americano saludar a la nave mientras se hunde con su capitán. Ese respeto no le impide ser cínico en varias ocasiones: la ceremonia de despedida de la Yamato, que sucede en el episodio 3, nos muestra tanto a los ciudadanos esperanzados como a los escépticos. En los últimos momentos de la serie, una camarilla de tripulantes trata de huir del conflicto y establecer una comuna en un planeta prometedor, raptando por el camino a la única mujer a bordo.

Arriba: fotografía del momento de la explosión de la Yamato.
Abajo: recreación del momento en el capítulo 2 de la serie. La fidelidad al detalle es evidente.

El conflicto entre aquelles que creen en un futuro mejor y les que esperan morir por el camino es evidente en la relación entre Susumu Kodai y Daisuke Shima, los pilotos principales. Mientras que el uniforme rojiblanco del primero nos revela su naturaleza impetuosa y su declarado deseo de morir matando, el blanco y verde de Shima nos muestra a un piloto calmado y disciplinado, pero con los nervios a punto de ebullir. Durante la serie, esta relación sirve de contrapunto para el triángulo amoroso con la oficial Mori Yuki (la ya mencionada única mujer a bordo) o el alivio cómico del alcohólico y afable doctor Sado y el insoportable robot pervertido Analyzer, por no hablar del científico Sanada o el veterano ingeniero Tokugawa. Como puede verse por este listado (y me dejo fuera muchos más) Space Battleship Yamato es un elenco considerable de personajes, y por si fuera poco, en poco tiempo conocemos más a fondo al genocida villano de la historia, el enloquecido y carismático Dessler; su camarilla de secuaces, como el honorable Domel, el indolente Shultz o el servil Gantz; o la semi-divina Starsha y su misteriosa motivación para salvar a la humanidad.

A primera vista, podría pensarse que esta historia es una en la que nuestro rol es observar el crecimiento de Kodai como persona y su progresivo respeto hacia Okita. Pero el joven cadete también toma decisiones impulsivas que acaban resultando ser mejores. Su rechazo categórico a dejar morir a nadie nos hacen ver que es más empático de lo que su actitud pasota y sus ansias de venganza reflejan, y su empecinado deseo en ayudar a cualquiera que se muestre necesitade es lo que le convierte en el protagonista ideal. En el episodio 13, esa compasión la extiende ni más ni menos que hasta un prisionero de Gamilas. Mientras que Shima no puede esconder su egoísmo y Sanada se concentra demasiado en su trabajo, Kodai está allí para todes y es de los pocos que no se calla cuando el capitán Okita emite una orden impopular. Esto hace que la serie, pese a su respeto hacia las cadenas de mando, se sienta favorable hacia la juventud.

Que Yamato desea ser puente para la imaginación de la gente más joven es algo que el propio productor reconoció en múltiples ocasiones, y que Yoshida Mitsuru supo ver desde el primer momento. Pero como toda serie que se ensancha por el éxito hasta alcanzar formas grotescas, ese impulso juvenil se vio cada vez más ahogado por una montaña de mitología reverencial. Tras el empujón logrado con las películas recopilatorias y con la que iba a ser el cierre final de la saga, Arrivederci Yamato, Yoshinobu Nishizaki se vio impelido a expandirla una y otra vez, reconvirtiendo Arrivederci en una secuela de 26 episodios (en mi opinión, bastante lograda), dos películas más, un tele-film y una última secuela, para después lanzarse a otra secuela fallida en 2009 y, finalmente, dos remakes de imagen real y animado, el último ya estrenado póstumamente. Durante el camino se perdieron muchas cosas, pero a mis ojos, la que más se sintió fue ese deseo de vivir que la tripulación original manifiesta con tanto ahínco. No quiero decir que Leiji Matsumoto fuese el único que entendió lo que hacía buena a la serie, pero resulta llamativo que, al poco de cesar su colaboración, la franquicia empezase a glorificar el sacrificio cada vez más. La propia Arriverderci concluye con una sucesión sangrienta de martirios que culminan en una épica, pero al mismo tiempo soterrada, explosión final. A partir de entonces, el resto de series contará siempre con su ristra de personajes prescindibles, algunos más duraderos que otros. De los que más se niegan a morir es el villano Dessler, que oscurecido por la aparición de enemigos cada vez más rocambolescos acaba pasando a ser una especie de anti-héroe primero y un completo y total aliado después. Su megalomanía y ansias de violencia siguen siendo las mismas, sin embargo, lo que queda muy bien reflejado en el tele-film Yamato: The New Voyage, que las explora a fondo y culmina con una trágica pero adecuada nota. La decisión de Nishikazi de resucitar Yamato una y otra vez adquiere cotas cada vez más desesperadas, y como para compensarlas, recurre cada vez más a pantomimas baratas de espectáculo. En la siguiente historia, Be Forever Yamato, la película cambia abruptamente de ratio (de 1.85:1 a 2.35:1) para simbolizar la entrada del navío en una nueva galaxia, y la siguiente obra, Final Yamato, ostentó hasta 2019 el título de película animada más larga de la historia (sería superada por En este Rincón del Mundo, de Sunao Katabuchi, por apenas 5 minutos). Para entonces, el constante retorno al mismo tipo de historia ofende menos que la decisión, absolutamente incomprensible, de devolverle la vida a personajes como el capitán Okita para luego sacrificarlos en una ornamentada pero ridícula contienda final. Une tiene la impresión de que, cuanto más trataba Yoshinobu de alargar el chicle, más perdía el norte de lo que Yamato había logrado crear. En vez de eso, es como si al producto le hubiera poséido una especie de fanatismo hacia la franquicia, depositaria ahora de una sensibilidad específica pero cada vez más plagada de consignas conservadoras, como la importancia de tener hijos. En esto último es precisamente donde el remake de 2012 escogió centrarse a cambio de permitir más personajes femeninos, lo que revela, en todo caso, que más mujeres en tu show no implica progreso necesariamente.

Donde la serie de 1974 insistía en el espíritu de preservación humana, en la creación de lazos duraderos y en el sentido de la responsabilidad, el resto de la franquicia se perdió en un miasma de ombliguismo. Resulta irónico que, conforme pasaban los años, el propio Nishizaki parecía enroncarse más en su bebé mientras el resto de participantes seguía con su vida. De todas formas, es evidente que Leiji Matsumoto seguía guardando algo de orgullo por su aportación a la obra, porque ambos entrarían en una desagradable disputa legal que acabaría en un incómodo impasse, según el cual Nishizaki retuvo los derecho sobre la serie pero no sobre su caracterización y diseño original, que pasaron a Matsumoto. Leiji insistiría desde entonces, en diversas entrevistas, que su papel en la concepción original fue mucho más allá que diseñar personajes, lo que ya era probable si tenemos en cuenta obras pasadas suyas (como Lightning Ozma, su manga de los sesenta que ya utilizaba el concepto del navío volador y que luego SNK utilizó de molde para su Ozma Wars). Pero un vistazo a los planes de producción original revelan que Matsumoto tuvo un papel fundamental no sólo en crear personajes como Starsha, sino en sugerir que la Yamato fuera utilizada como nave protagonista. Según la documentación disponible, la historia original no hacía mención alguna a ella, y tanto Matsumoto como el guionista Keisuke Fujiwara (en sí otra figura clave en la cultura japonesa, veterano de series fundacionales como Ultraman) fueron los que aseguraron que el tono y carácter de la serie reflejara las dinámicas de un instituto o colegio universitario antes que las de una agrupación militar. Resulta evidente que la obra está imbuida tanto de un fuerte humanismo como de cierta actitud anti-conservadora, como se manifiesta en el tono místico de la trama (la figura de Starsha recuerda a la de la bodhisattva Kannon, y el viaje agarra un par de claves del Viaje al Oeste), la renuncia radical al sacrificio y hacer que Gamilas cuente con una motivación comprensible.

Para finales de siglo Yamato era más conocido como este anime importante sobre el que se peleaban autores importantes del medio que como una obra que la gente aún tuviera presente. A pesar de servir de mecha para la llama que acabaría eclosionando en el mundo otaku y resucitaría, a su manera, a una generación de japoneses de la apatía post-revolucionaria».

Sin embargo, eso no se traduce necesariamente en una mentalidad progresista, y en muchos casos exhibe marcas claras de anti-modernismo y una actitud de desconfianza hacia los supuestos beneficios del progreso. Eso tal vez es lo que permite a la serie original erigirse como representante de ciertas inseguridades del Japón de los setenta. Hiromi Mizuno, en su artículo para Mechademia When Pacifist Japan Fights: Historicizing Desires in Anime, explora con cierta profundida la ambivalencia de la serie hacia aspectos como el patriotismo, el sentimiento de responsabilidad y el progreso, y señala varios ejemplos esclarecedores. Por ejemplo, la primera gran batalla contra el ejército de Gamilas (desarrollada en los capítulos 7 al 9), se desarrolla en el suelo de Plutón. Para entonces, sabemos que la Yamato posee un cañón de ondas potentísimo que, según el caso, podría destruir planetas enteros, pero el capitán Okita se niega tajantamente a usarla aquí, explicando que “hay vida nativa en Plutón. Si usamos la Pistola de Movimiento de Ondas, la destruiríamos junto a Plutón. No podemos permitir la destrucción de un planeta que es propiedad común a las formas de vida del sistema solar.” Ya fuera de esa “propiedad común”, la Yamato tiene la oportunidad de erigirse como salvadora de pueblos oprimidos como el planeta Beemela, en el capítulo 16. Pero la historia refleja mejor que nunca su ambivalencia al negarse a ofrecernos una historia bonita de liberación y heroísmo moralmente justificado. En vez de eso, la observamos desde la perspectiva de Mori Yuki y Analyzer, que son capturados por la cultura primitiva de hormigas-abeja subyugadas por Gamilas y se convierten en testigos de la violencia entre el pueblo indígena y la gente de la Yamato, irreconocible a la que ejercen sus opresores. Al final de la historia, la misma Yuki es la que se encarga de plantar las últimas semillas de la incomodidad, acusando a sus compañeros de erigirse como campeones improvisados del pueblo de Beemela cuando su intención original había sido extraer sus recursos. Toda esta tensión alcanza su punto álgido en la escena final del capítulo 24, la que sirve de prueba final a la Yamato y que culmina, de forma espectacular, con la casi total aniquilación del planeta Gamilas. Una vez el fragor de la batalla concluye, Kodai tiene tiempo de contemplar la matanza dejada tras de sí y lamentar, junto a una llorosa y avergonzada Yuki, las consecuencias del conflicto. En un mensaje que se siente casi cristiano en su declaración de amor, Kodai lanza un rifle al vacío mientras comprende que la razón original por la que el imperio se estaba expandiendo en primer lugar era por falta de recursos. Lo que, en otra realidad, hubiera podido dar lugar a una fructífera y beneficiosa hermandad, ha sido sustituido por el genocidio de dos pueblos.

El protagonista de Space Battleship Yamato, Susumu Kodai, acabaría siendo un héroe prototípico de la nueva ola de anime juvenil. Su fervor juvenil, mezclado con su idealismo y desprecio a la violencia, daría lugar a protagonistas como Amuro Ray, Yang Wen-li y Vash La Estampida.

Para Mizuno, es como si Yamato quisiera clamar contra la barbarie de la guerra al tiempo que vender a un joven público japonés la fantasía de un Japón asertivo y poderoso, capacitado para interferir en conflictos internacionales y ser el héroe de su propia película. No en vano observa que los malos de Gamilas tienen rasgos caucásicos y nombres alemanes, por no hablar de su indumentaria nazi-esca. En estas decisiones artísticas Mizuno ve algo similar a Yoshida Mitsuru en tanto que piensa que la prioridad de la serie es proveer de imaginación antes que reflexión o lamentación. Pero para sociólogos como Hiroyuki Arai, autor del libro Space Battleship Yamato y el Japón de los 70, la serie responde a cuestiones mucho más específicas de la década. Arai ofrece un extenso y exhaustivo estudio del contexto que vio nacer a la serie, y señala, entre otras cosas, que su plan de producción original no recurre al militarismo japonés en absoluto. En vez de eso, parece que la base original de la serie reposaba mucho más en la idea de narrar un viaje esperanzador hacia las estrellas, y la decisión de hacer al elenco japonés se debió a que pretendía dirigirse al público juvenil surgido tras la posguerra en inmerso en protestas estudiantiles. Irónicamente, aunque Matsumoto fue el que tuvo la idea de usar la Yamato como vehículo metafórico para este mensaje, su participación en el proyecto se concentraría en numerosas ocasiones a rebajar el tono patriótico que la serie acabó adquiriendo por ello.

De izquierda a derecha, bocetos conceptuales de las distintas fases del proyecto que acabó convirtiéndose en Space Battleship Yamato. Como puede verse, los dibujos originales, Space Battleship Cosmo y Asteroid 6, no contaban en absoluto con el componente militar.

Con todo, si hay movimientos políticos y artísticos específicos de los que Space Battleship Yamato parece estar recogiendo más ideas, Arai señala al grupo vanguardista Zero Dimension (Zero Jigen) y el revisionismo en el cine de figuras como el samurai. En el primer ejemplo, Arai identifica las bases políticas de Yamato: ante la promesa del progreso indefinido y prosperidad creciente de los cincuenta, sesenta y la Exposición Universal de Osaka de 1970, Zero Dimension y el pujante movimiento ecologista abogaban por un retorno a la simplicidad y al desapego material. Aunque sus “rituales” públicos (como los llamaban) eran claramente anti-modernistas y podrían emparejarse con cierto esencialismo que idealizaba el Japón chamanístico y aislado, Zero Dimension contrapuso su mensaje con exhibiciones públicas que trataban de ofender la sensibilidad burguesa, especialmente a través del desnudo. Siguiendo este ejemplo, Yamato se planteó como una serie de ciencia ficción al uso que, a pesar de su premisa futurista y optimista, mantenía de forma deliberada elementos anticuados o poco prácticos, como las turbinas o un timón manual, además de la forma en sí poco aerodinámica de la nave.

Una de las performances fotografiadas de Zero Dimension, celebrada entre 1970 y 1972.

Si Arai identifica a Zero Dimension como la inspiración de la que mana la praxis ideológica de la Yamato, el cine de Akira Kurosawa o Kon Ichikawa es el contenedor. En aquellas obras, directores de sensibilidades claramente progresistas como los mencionados consiguieron que figuras como la del samurai adquirieran una dimensión nueva para una generación más joven. Películas como Los 7 Samurais consiguieron que este símbolo feudal y eslogan fascista de épocas pasadas pasase a encarnar las formas de un anti-héroe e incluso de héroe proletario. Space Battleship Yamato fue parte, por tanto, del esfuerzo de toda una generación de artistas y pensadores que, abrumades ante el recuerdo de la guerra e insegures ante lo que el futuro de Japón habría de ser, trataron de echar la vista atrás y recuperar algún tipo de esperanza en los símbolos del pasado, sin caer en los mismos errores que sus padres. Discutir sus logros y errores a día de hoy se vuelve superfluo cuando tenemos en cuenta el enorme impacto que estas obras han dejado, no ya en Japón, sino en el resto del mundo. Recordemos que Star Wars trató de representar un mundo de ciencia ficción, no ya fantástico y repleto de elementos sobrenaturales, sino que también se sintiera usado y analógico. Un mundo, por tanto, bastante similar al de Space Battleship Yamato.

Sea como fuere, para finales de siglo Yamato era más conocido como este anime importante sobre el que se peleaban autores importantes del medio que como una obra que la gente aún tuviera presente. A pesar de servir de mecha para la llama que acabaría eclosionando en el mundo otaku y resucitaría, a su manera, a una generación de japoneses de la apatía post-revolucionaria, la secuela oficial de 2009 (Yamato Resurrection) apenas fue noticia. A base de encenderla una y otra vez, la hoguera que alimentó a generaciones de fans de entonces terminó por apagarse y verse sustituida por otras más universales, menos particulares y, sobre todo, menos cerradas en sí mismas, como Gundam y Macross. Los principios sobre los que se apoyó con tanto ahínco tuvieron potencial revolucionario, pero para la década los ochenta ya habían surgido reinterpretaciones que daban vueltas a su idea, la parodiaban, la exploraban más a fondo o incluso la refutaban. Space Battleship Yamato fue sustituida, en el imaginario popular, por Gundam, Legend of the Galactic Heroes, Dirty Pair y un sin fin de ciencia ficción. Pero la imagen solitaria y fría de aquél navío acorazado, el que en la vida real había traído las muertes innecesarias de tantas personas y ahora, pasado por el filtro de la imaginación, pasaba a cargar los sueños y esperanzas de toda una época, nunca se ha alterado.


Agradecimientos

«Este artículo no hubiera sido realizable sin el enorme esfuerzo recopilatorio y traductor que Tim Eldred y la página fan de Cosmo DNA, también conocidos como Our StarBlazers, viene haciendo desde hace más de 20 años. Si os interesa sumergiros en la fascinante y compleja historia de esta franquicia, no puedo dejar de recomendaros su página oficial.» 



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