Tienes una herida abierta justo en el epicentro de tu cuerpo, de la cual se derraman casi imperceptiblemente tus recuerdos. Sin valor para mirar el esperpento, es suficiente con las ligeras vibraciones que brotan de cada gota, de cada olvido. Todo es un mismo lugar que nunca fue, salvo en tus sueños. La posibilidad real de que no eres suficiente te acompaña, para no dejarte hacer luto en la soledad que tanto has malcriado. De trozos de cristal está hecho el oxígeno que te mantiene apenas a flote, porque cada día es una rendición a la deriva.

A pesar de todo, hay un amanecer más que, fugazmente, deja su destello como un latido efervescente. De hiperactividad, de falsas sensaciones vacías, se deshace el brillo que rodeó en algún momento tus pupilas. Ni siquiera tienes tiempo de un último baile, esa es la condena de la realización. Existir nunca fue pensar, sino sentir el ritmo del todo que danza con la nada. Observas dentro de ti y las raíces ya no tienen color, porque el sufrimiento, aunque silencioso y tenue, ha adormecido al infante que allí creaba universos.

Me gustaría consolarte y asegurarte que no existe la vejez, pero incluso a ella la he visto fundirse con la brisa, como cenizas esparcidas por un acantilado. Y si sólo fuera ver, aún podría alejar de mi sombra el deje de sus lamentos. Lo que antes era vivace se transforma en adagio, no por búsqueda del relato sonoro, sino por los silencios que ensordecen el correteo de las pequeñas personas, que ya no juegan en la calle, que ya ni siquiera son.

Navegando entre las redes de tus constelaciones, donde tus posibles y tus quizás discurren, una lágrima furtiva adolece de añoranza. Los planetas que representaban una huida eran personas que quedan atrás, allí donde los espacios entre estrellas cada vez se hacen más palpables. Nada me complacería más que anestesiar el ahogo que te supone el peso del mediodía. No puedo engañarte, no soy capaz porque mis manos ya no pueden tocar las melodías que podrían llevarte a tal lugar. Las yemas de mis dedos sobre el papel son barcos hundidos, sumergidos hasta el hadal. El tacto de la compasión es suave pero calcinante, en las profundidades de la aflicción.

Puede que hayas comprendido parte de tus vacíos y la momentánea paz te haya complacido. Tienes que encontrar la forma de avanzar, aunque sea en un círculo menguante. Hay fantasmas de la infancia que son imposibles de domar, o quizá tengas las quemaduras más recientes. El limbo no necesita de formalidades, se atiene a las consecuencias, y éstas son tuyas para siempre. Hablar de un final te es incomprensible aún, como lo es el nacimiento de otra realidad que no esté sobre ti. Puedes recurrir a la imaginación, y sin decoro lanzarte a mundos que no perteneces. Es posible ganar distancia, hasta que el ciclo inevitablemente se cierre. Entre las ficciones momentáneas es donde la esperanza se siente más real.

Hay algo siniestro en la negación, y es que no alarga nuestra estancia en esta odisea. Aceptar la disconformidad es un acto brillante que todo ser humano puede imaginar, pero no tantos alcanzan a realizar. Erosiona las paredes del pasillo que cruzamos cuando no tenemos fuerzas pero no hay alternativa. No hay nada imperfecto en padecer nuestros errores como una ventisca que nos inmoviliza. Son los tiempos, diría con calma el árbol, que cambian para comenzar a ser ellos mismos de nuevo.

La confusión es comprensible, y significa que aún conservas la inocencia necesaria. Desgraciadamente ninguna pureza del alma puede revertir el proceso, y la herida es y será incesantemente dolorosa hasta cumplir su propósito. Cuando el atardecer nuble las páginas, es probable que tengas la tentación de caminar hacia atrás, de descoser la torre de ilusiones que una vez sostuvo el complejo imperio de las emociones. Es ahí donde la trivialidad martillea las notas más altas que podemos soportar. Es el momento de levar anclas.

Llega el anochecer y escribirás compulsivamente sobre las ausencias, los pecados y los tormentos. Tratarás de no perderte en el más allá, para regresar con entereza. Y fracasarás, no hay más remedio. Vi en la noche cientos de navíos deshacerse en el pecho malherido del océano, y allí estaba tu cadáver. En tu primer ocaso, alma errante, te buscarás con el miedo a pedir auxilio propio de la insignificancia. El dolor será real y aun así un simple paso.

No en vano te acercarás a mí, temblando, como presa de visiones y el pasado. Un último viaje, me dirás, implorando, pues tal será la impaciencia, el engaño. Rodeado de reflejos a los que negarás tu conciencia, dejando así agonizar el fuego fatuo. Por un fugaz instante te darás cuenta, perplejo, de que lo opuesto a la vida era el tiempo. La tiranía de su dominante avanzar, la inexistencia de cada momento sentido, vivido y recordado. El museo de los vacíos hirientes será el punto de no retorno, y sin batalla ni victoria, el renacer será concedido. Siempre y cuando hayas aprendido a dejar que muera parte de ti. Estaré a tu lado si ese es tu deseo, pero no puedo garantizarte que vayamos a ver otro amanecer. No podemos dominar al astro rey, somos aquello que se pierde en el horizonte.

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