En 1974, Studios Idéfix cobró vida. René Goscinny y Albert Uderzo, los creadores de las aventuras de Astérix y Obélix, unieron fuerzas con su editor de confianza, Georges Dargaud. Un estudio pensado para dar movimiento a lo que el papel ya conocía de sobra, vio truncada su trayectoria tan sólo cuatro años después. Con el fallecimiento de Goscinny en 1977, el proyecto vio frenado su avance, abocándose a un futuro incierto y quedando sus días contados. Un año antes, al menos, el guionista de las obras puedo ver la única cinta que llegaría a firmar el estudio: Astérix y las doce pruebas.

En una de las primeras escenas, la voz del narrador nos hace saber que las historias de Astérix han sido traducidas a multitud de idiomas. Acto seguido, es el propio personaje en cuestión quien, dirigiéndonos la mirada, saluda en varias lenguas; deja claro que estamos ante una producción para todo el mundo, sin fronteras. Un matiz diferente es que, al menos en el doblaje que nos llegó, no es que sepa saludar correctamente en todos los idiomas que se proponen.

En esta apuesta por la universalidad, se crea el tema principal de la película: el ser humano como un Dios en la tierra. Un tema recurrente en las viñetas de estos célebres personajes. Si estuviéramos hablando de otro contexto, probablemente tocaría referirnos a la costumbre romana, en tiempos del imperio, de asemejarse a un ser todopoderoso. Estamos, por suerte, en otro tipo de situación. Aquí la lupa está sobre un grupo de dicharacheros galos.

Julio César llega a la conclusión de que, si al igual que el semidiós Hércules, sus enemigos logran completar doce áreas imposibles para un ser humano, sin duda serán seres superiores, viéndose obligado a someterse. Mientras tanto, el senador Brutus juega con un cuchillo, herramienta que, posteriormente en nuestra línea temporal, le quitaría la vida a Julio. Por un lado, sucede la analogía mundana del poder celestial; por otro lado, resuena el fúnebre destino, “Brutus, deja de jugar con ese cuchillo, podrías herir a alguien”.

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El comportamiento de la resistencia gala ante los romanos es, habitualmente, de menosprecio. Inconscientemente, al no sufrir las consecuencias de las conquistas que en un futuro conformarían un imperio, en el reducto galo las burlas y la despreocupación hacia el gran opresor son el ánimo general. Lo que para el resto del mundo es un lobo, para ellos es una oveja con la que jugar. En cierto modo, la idea sobre la que se construyen las historias de Astérix es ya la de un grupo de personas que, eventualmente, son sobrehumanos.

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Mientras los romanos disponen de soldados carentes de valentía, o del flemático Caius Popus, el dúo protagonista se complementa a la perfección. Fuerza y obstinación, frente a rapidez y lucidez. La gente del pueblo galo, en otro orden de los acontecimientos, está cerca de caer en la vanidad, “preparándose para ser los amos de Roma”, no sólo antes de tiempo, sino teniendo como fin una corrupción de sus supuestos ideales de libertad. Por suerte, hay una fuerza que lo equilibra todo.

Panoramix es el pilar y la base de todo. De hecho, a grandes rasgos, ni siquiera existirían estas aventuras de no ser por su brebaje mágico. El druida, de elegante y copiosa barba, hizo que Obélix sea quien es, como si de una historia de un científico loco que crea un monstruo se tratase. Astérix, a pesar de contar con su inteligencia, ésta se complementa siempre de un buen trago de poción druídica. Qué sería del pueblo galo sin la sabiduría de Panoramix, es otro dilema de fácil solución: ¡sería la ruina!

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En la actualidad, es imposible no mencionar un par de las pruebas propuestas por el consejo romano. Como si de una premonición se tratase, encontrar el documento “A38” es una fiel representación de la burocracia del día a día. Sea por las condiciones laborales, sea por un sistema de comunicación fallido, el papeleo que sostiene nuestras heroicidades cotidianas es lo más lejano a la cordura que el ser humano ha podido conocer.

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El venerable de la cumbre, a punto de mostrar en todo su esplendor una sabiduría comparable a la del druida galo, da un giro inesperado pero lógico. Qué conocimiento más importante puede haber, que saber dar pie a un anuncio de jabón divino. No quiere sino demostrarnos que todo puede llevar un mensaje; quizás no el tipo de mensaje que esperamos, pero si hay algo que esté enfrascado en todos los aspectos de la vida, eso es la publicidad.

Finalmente, el pueblo galo encuentra su papel en el enfrentamiento con el circo romano. En la propia jerarquía que predispone la historia y el contexto de la obra, la mayoría de personajes siguen estando más cerca de lo terrenal que de lo celestial. Están sometidos al público, en última instancia.

La resolución es autoconsciente, presentando un final ideal para nuestros protagonistas, pero también un retiro idílico para los derrotados. “Esto es un dibujo animado, todo es permitido”, cierra el guion. Sin duda, para lo que sí tuvieron permiso en las oficinas de Studios Idéfix, es para crear una obra atemporal.

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