A fecha de finales de marzo de 2019, hace apenas unos días, el grupo Amon Amarth publicaba su último single, ‘Raven’s Flight’. El videoclip oficial comienza con un texto, a modo de contextualización. En él, se nos presenta al Berserker, un guerrero implacable sin miedo a la muerte, cuya meta es entrar en el Valhalla. Por supuesto, segundos después comienza la parte de vídeo al uso, y lo que podemos observar poco o nada tiene que ver con hecho histórico alguno. Mientras tanto, la letra de la canción arenga la fiereza del guerrero del que se habló en la presentación. Con Odín de su lado nada puede salir mal. Es una ficción musical, porque dudo que un vikingo de aquellos tiempos supiera lo que es una guitarra eléctrica; pero trata de dar cuerpo y alma a una idea del pasado, por muy idealizada o adornada que esté.

En el otro lado de la balanza, teníamos aproximadamente por las mismas fechas el evento donde Google Stadia dijo hola al mundo. El servicio de videojuegos vía streaming concebido para ofrecer una experiencia inmediata, únicamente necesitando un dispositivo que se conecte al navegador Chrome, y un mando al uso como interfaz física. Una mirada, sin parangón, hacia el futuro. Una realidad venidera donde la comodidad es el único y verdadero Dios. El deseo es materializar a ese Neo capaz de aprender Kung Fu únicamente a través de la instalación de una serie de datos. La tecnología llevada a su carácter más servicial y sumiso. Acercándonos gustosamente a ser un ente físico con mucho más tiempo para producir, siendo recompensado con un rápido y fugaz descanso; acercándose a un estado vegetativo en el que disfrutar realizando el mínimo esfuerzo, para volver cuanto antes a la cadena. Relacionando así, poco a poco, más y más, vivir con producir, y no, valga la relativa redundancia, con vivir nuestra vida.
Hay otra motivación, además de la comodidad: el permitir que todo el mundo acceda más fácilmente al consumo. Jugar a videojuegos, nos guste o no, no es un derecho básico universal; no mientras haya infinidad de prioridades en esa dirección. Es una industria, ante todo; por lo que llevarla allí donde hay otras cuestiones vitales más importantes por solucionar, es crear un falso mesías. Un acto de condescendencia ruin y funesto. Es introducir un donut en la boca del hambriento, mientras observas cómo suben tus acciones en bolsa. Cuando hablamos de permitir que todo el mundo juegue, las conversaciones deberían derivar hacia interfaces accesibles, y superar las complicaciones de enfermedades o discapacidades; no de introducir el videojuego en la dieta económica de todo el mundo.

Cuando Yoshi’s Woolly World salió al mercado en 2015, las consolas de última generación ya estaban instaladas. La resolución a 4K y el streaming comenzaban a introducirse en las conversaciones de la comunidad. Yoshi, con todo su desparpajo, dedicaba su tiempo a vivir en un mundo hecho de lana. No sé si alguna vez habéis cosido, pero mi primera experiencia se remonta a más de diez años atrás.
Mi madre, a quien admiro por infinidad de facultades que ahora no vienen a cuento, por desgracia, trató de enseñarme a coser. Fueron unos meses en los que sí logré ciertos resultados, pero nada tan significativo como para atreverme a día de hoy a más que hacer algún remiendo necesario. Para ella es algo que ni recuerda cuándo aprendió. Ella tiene en su haber las herramientas para dar vida a Yoshi, y no yo. En cierto modo, y a pesar de que mi madre siente tirria hacia todo aquello que vaya unido al concepto ‘videojuego’, está más unida al Yoshi originario de Wii U que un servidor. Pero a mí, un ignorante tanto en esto de las cosas videolúdicas como en el coser, ese Yoshi me sirve de nexo con el que unir mundos que, de otra manera, nunca tendrían nada que ver entre sí.
El acto de la manualidad, el intermedio forzoso del ritual y la manufactura. Es un tiempo que el ritmo productivo de las empresas a menudo no se puede permitir. Esos múltiples instantes de la aguja transportando el hilo confeccionando una figura, a la que se unirá una constelación de emociones.
La tradición es una herramienta a la que puede darse buen uso. El filtro bien podría ser una evolución moral, una mirada introspectiva más profunda, pero nunca y en ningún caso una cuestión comercial. No voy a ponerme a usar ahora las citas filosóficas más buscadas en Google (precisamente), pero alguna debería recordarnos que la comodidad no lo es todo; que, si necesitamos de un entretenimiento vacuo y rápido, casi instantáneo, puramente servicial para vaciar nuestro estrés, es que hay otras necesidades vitales por cubrir.
Amon Amarth jamás habría podido presentar su ‘Raven’s Flight’ sin una extensa mirada al pasado, trayendo de vuelta de forma simbólica elementos que han sido transportados a lo largo de los siglos mediante el conocimiento. Vivir, al menos para mí, es ese segundo inexplicable lleno de sensaciones que de ninguna manera podemos trasladar al terreno escrito. La experiencia vital que deja poso rara vez va ligada a la inmediatez, por mucho que el cansancio y la desidia a veces quieran sugerir lo contrario. El desahogo se hace necesario porque estamos con el agua al cuello; deberíamos mirar qué nos está llevando a esa situación, pero en su lugar adoptamos esa vía de escape como una situación idónea. La propia historia del ser humano se perdería en el tiempo, si no tenemos tiempo para mirarla sin prisa.
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A veces echar el freno no debería ser algo negativo. De lo contrario, perseguiremos continuamente a una meta que se aleja a la par, mientras dejamos por el camino nuestra vida en vano. El ritual de introducirse en un videojuego es algo valioso por sí mismo, no debería necesitar de otras excusas para salvaguardarse. Si la comodidad que se consigue al eliminarlo se considera necesaria, es un síntoma de que apenas nos queda tiempo para vivir. El Yoshi de lana nunca habría tenido sentido si no hubiera detrás una dedicación minuciosa y elaborada, que lleva su tiempo y su calma. La tranquilidad de saber que estás creando algo valioso, algo por lo que merezca la pena su existencia. No hay que olvidar el valor de coser la experiencia de jugar a videojuegos. Si algún día se pierde, sólo nos quedarán los cánticos de los bardos.
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