Hoy en día pensamos el tiempo como una dimensión física más; la de carácter más abstracto e intangible para los sentidos humanos, pero, a su vez, presente en nuestras vidas como unidad de medida de las mismas. El paso del tiempo es inexorable, mientras nosotros en tanto que sujetos no podemos hacer más que tratar de correr delante de él sin tratar de desfallecer.

El concepto lineal del tiempo, es decir, de infinita sucesión de acontecimientos, es hoy en día el más intuitivamente aceptado. El tiempo, como defendía Stephen Hawking, se creó con el Big Bang; no tiene, por tanto, sentido preguntarse qué había antes del Big Bang porque el propio Universo tiene ahí su segundo cero. Desde entonces, el tiempo ha continuado expandiéndose y se piensa infinito o, al menos, inacabable.

No obstante, este concepto de linealidad como forma de pensar el tiempo no era común entre muchos filósofos de la Antigüedad. Si nos remitimos a la filosofía platónica, en ella el Universo tenía un Alma que lo regía, que dotaba al cosmos de movimientos cíclicos y, de la misma manera, daba al tiempo un carácter perenne, es decir, eterno, en tanto que todos los acontecimientos cósmicos, también los humanos, se acaban repitiendo siguiendo el movimiento de una rueda en constante movimiento (Avelino, 2007). Esta concepción dota de especial resonancia, trascendencia y, en definitiva, eternidad al cosmos. Esta misma ideología es más complicada atribuirla al concepto lineal sin límite del tiempo, bajo la cuál nos alejaríamos del Animal Eterno que era el Universo para Platón.

Xilografía de un uróboros de Lucas Jennis. El uróboros representa la circularidad del tiempo según diversas culturas.

Así, nos encontramos ante una concepción dicotómica del tiempo: la lineal y la circular. Si nos trasladamos a las obras narrativas, es común encontrar que las historias sean lineales: tienen un comienzo, un nudo y un desenlace; empiezan de una forma y acaban de otra y, si son buenas, quizá los personajes hayan aprendido y mutado a lo largo del desarrollo. Es la forma clásica de narrar, la más sencilla y pedagógica.

No obstante, el desarrollo de historias circulares, es decir, que acaban donde una vez empezaron, ha tenido una frecuencia cada vez mayor. En ocasiones, este planteamiento cae en saco roto al limitarse a ser un mero truco narrativo que sirve como sorpresa final para el espectador pero, otras veces, esta circularidad sirve para remarcar ciertos aspectos. La circularidad dota de ese carácter perenne a la obra; transmite un mensaje que es, en muchas ocasiones, que las cosas sencillamente no cambian al estar por encima de nosotros.

Para añadirle un punto de complejidad al asunto, podríamos hablar de la circularidad imperfecta, que tiene lugar cuando la repetición de acontecimientos no es meridianamente exacta. Cambian determinadas cuestiones accesorias, en ocasiones estéticas o superficiales, pero el fondo de la historia permanece inmutable. En Inside Llewyn Davis (Hermanos Coen, 2013) podemos ver la historia de un guitarrista vagabundo (el que da nombre a la película) que asume con total estoicismo lo absurdo y desgraciado de su vida. La película empieza con Llewyn Davis tocando en un bar por unos pocos dólares, y siendo pateado a la salida por razones que desconocemos. La película, tras haber sufrido Llewyn Davis escarnios y toda clase de peripecias y haber recorrido parte de Estados Unidos en busca de un productor que le apoyase, acaba de la misma forma: Llewyn Davis sale del bar y recibe esa misma paliza, repitiendo la escena de inicio. Los hermanos Coen mandan un mensaje claro: Llewyn Davis puede luchar, aprender y cambiar; pero nunca saldrá del círculo que es su vida.

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Este tipo de circularidad, no obstante, también se suele mostrar de manera más sutil y subterránea, como ocurre en el cine de Hirokazu Kore-eda. El director japonés es una de las vacas gordas incuestionables del cine nipón actual. Sus películas son generalmente muy homogéneas en sus formas y semejantes en sus temas pero, a su vez, sinérgicas y complementarias entre sí. Tienen, básicamente, un tema común: la vida. La vida real, tangible, cotidiana; Kore-eda hace del costumbrismo un lienzo para la tragedia y la alegría. Sus historias parten de premisas sencillas, se desarrollan de manera lógica y los actores actúan con el mayor naturalismo posible, siempre tendiendo a la economía gestual. Nunca se alcanza el melodrama, sino que se transmite a través de los sinsabores y malas casualidades de la cotidianeidad.

En este marco, se manifiesta la circularidad imperfecta de la que hablábamos. En general, se presenta una premisa más o menos dramática o problemática al principio de la película. Suceden cosas, ninguna de las cuáles suele sorprendernos porque vienen dadas por la propia lógica de la concatenación de acontecimientos. Los personajes cambian levemente, se dan cuenta de ciertas cosas, se trastoca alguna parte estructural de la historia; pero, en esencia, todo sigue igual, porque la vida nos supera con frecuencia y no somos enteramente dueños de ella.

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En Still walking (2008), Kore-eda nos cuenta una historia que transcurre en un solo día: un padre casado con una mujer que ya era madre visita a sus padres para conmemorar la muerte del hijo mayor de la familia. Para el padre de familia este hijo menor será siempre un paria; era su primogénito el que debería vivir, y no él. A pesar de ser un restaurador de arte de éxito, su padre le considera un fracasado por no haber tenido un hijo de su propia sangre. El personaje parte con una serie de desventajas estructurales que nunca podrá superar, más allá de aprender a lidiar con ellas. A lo largo del desarrollo de la cinta se discute, se marcan sentencias, se establece un diálogo entre los personajes, se llegan a acercar posturas; pero, cuando acaba la película, el hijo menor sigue siendo un paria y la relación con sus padres sigue siendo nefasta.

Like Father, Like Son, Director: Hirokazu Kore-eda

Like father, like son (2013) cuenta una historia de tintes más explícitamente dramáticos: en este caso, las tensiones familiares vienen dadas por un intercambio de bebés de los que los padres tienen noticias de manera inesperada cuando los niños ya tienen varios años. Una de estas familias tiene numerosos hijos y vive en una casa muy humilde, pero tienen un día a día relativamente feliz. La otra está encabezada por un alto ejecutivo con gran capacidad económica, pero sin tiempo ni ganas de cuidar a su hijo, relegando a la madre a esta tarea. Para entender el conflicto que se sobreviene a ambas familias es fundamental enmarcarlo dentro del contexto sociocultural de Japón, que tiene una afinación ligeramente distinta a la occidental. Ante la posibilidad de intercambiar unos niños que estaban en pleno proceso de crianza se hacen explícitos los temas que subyacen a la sociedad nipona: la importancia (o no) de la sangre a la hora de considerar a tu hijo como tal, la centralidad del trabajo en la vida del hombre japonés, la estigmatización del pobre, etc. Una vez que se intercambian los niños, se genera un proceso de aprendizaje en todas direcciones, entre padre e hijo, madre e hijo y entre los propios padres, para acabar concluyendo que todo debe volver a ser como antes. Cada niño retorna a su lugar de origen. Todo vuelve a su senda. Ha habido cambios, por supuesto: quizá ese padre centrado exclusivamente en su trabajo vuelva a considerar a su hijo como una pieza más importante en su vida y los hijos vean con otros ojos a sus padres. Pero, de nuevo, en esencia todos los intentos que se ha hecho por cambiar la vida que les había sobrevenido han sido fútiles.

AFTER-THE-STORM

Podemos poner como último ejemplo After the storm (2016). En este caso, vivimos la común situación de una custodia compartida entre un padre y una madre. El padre, que vuelve a ser la figura protagonista, es alguien cuya vida ha descarrilado hasta caer en la adicción a las apuestas y únicamente poder ver cómo su dinero se va por el sumidero. A causa de una fortuita tormenta, ambos padres y su hijo se ven atrapados en la casa de la madre del protagonista. Lo que en cualquier melodrama de sobremesa se hubiese planteado como una oportunidad idílica para la reconciliación entre ambos padres, aquí se plantea como una situación tensa abocada al fracaso: esa reconciliación es imposible. Podemos deducir que, tras los títulos de crédito finales, la convivencia entre los padres será más amble, pero la realidad es que aquello seguirá siendo una custodia compartida y que el padre sigue siendo pobre al terminar la cinta. En este sentido, la última escena de la película, con el padre dejando al niño con su madre para después darse la vuelta y perderse entre la multitud, refleja a la perfección esta idea: no queda más que aceptar el destino que se nos ha impuesto, intentar lidiar con él y tratar de mejorar dentro de un marco que es imposible romper.

***

Kore-eda es, en esencia, alguien que traslada los problemas de la vida a la pantalla, con la dosis exacta de crudeza que le corresponde a aquella. No lleva los elementos dramáticos al paroxismo ni romantiza a sus personajes, sino que se limita a reflejar las verdades que subyacen a ciertas realidades cotidianas. Una de las mejores formas de hacerlo es con esta circularidad imperfecta de la que estamos hablando, que por una parte no priva al ser humano de la libertad para modificar en cierta medida su vida, pero que no hace a éste el único responsable de ésta, sino que se magnifica el carácter perenne de la vida en tanto que esta, normalmente, nos maneja a nosotros sin que nosotros tengamos la posibilidad de manejarla a esta.


Bibliografía

Jesús Avelino de la Pienda (2007). Del tiempo en Platón. Thémata. Revista de Filosofía, 38, 2007.


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