Si por algo destaca Octubre es porque su llegada decora el aire con tinta, té y lecturas con olor a lluvia. Y como es tradición desde hace unos años, las lecturas que propongo para este Octubre serán una recopilación de autoras que en esta ocasión se caracterizan, de un modo u otro, por reconstruir los espacios y vínculos de la memoria y la identidad de las mujeres. Asimismo, como el tamaño de la guía no es suficiente para contener la cantidad de escritoras que merecen una mención este otoño he decidido dar una falsa sensación de continuidad diaria a través de Twitter facilitando buenos títulos de lecturas que abren la premisa inicial de esta guía y diversifican los límites que me he propuesto cerrar aquí.

Leo autoras. ¿Por qué autoras?

Todo aprendizaje tiene una cadencia y la elección de escritoras suele tener una cadencia gradual. El sistema que subyace bajo la literatura, el canon, nos obliga a concebir el espacio literario como un espacio filtrado, un espacio con una falsa permeabilidad. Esto también produce el efecto de la falsa permeabilidad a la hora de empezar a construir una biblioteca de escritoras. Una, dos, no muy suyas, no muy importantes. Una escritura femenina, pero que no asuste, que no devore. Tomamos consciencia de Jane Austen y de las hermanas Brönte. Aún no hemos decidido levantar la alfombra que cubre la escotilla de la Bestia. Aparece May Alcott rodeada de señores que le enseñan a crecer y Daphne Du Maurier atragantada por la sombra de grandes señores que se bañan en sangre y reflejan su alter ego en ingeniosos detectives que resuelven casos provocados por ellos mismos. Y surge la cresta de Mary Shelley, la que hay detrás de Frankenstein, porque las mujeres siempre están detrás de todo, en sus casas, siendo tiernos ángeles del hogar mientras el hombre suda sangra y llora sobre su escritorio. Y nos damos cuenta, la Bestia que hay bajo la alfombra de toda esta feminidad respira, gruñe, despierta.

Empezamos a ver que la fragilidad que ha envuelto a las mujeres como estatuas de cristal no es más que la reflejada en el espejo. Y descubrimos a Woolf, que nos suena acompañada de grandes señores legendarios que marcarían profundamente el siglo XX y a Beauvoir, acompañada por esos dos ojos descompuestos que miran siempre a todas partes. Todas ellas nos suenan vinculadas a una gran estatua de un hombre en traje que mira al cielo. Y leemos mujeres escondidas bajo las barbas de Tolstoi y Dostoievski y leemos entusiasmados a Ray Bradbury hasta que vemos que no es más que una copia con arrugas de mujeres que escribieron lo mismo antes que él y leemos a Voltaire o a Juan Ramón Jiménez sin saber que hay alguien detrás; una traductora, una taquígrafa, o una señora que limpió sus casas para que pudieran escribir libres de quehaceres y concentrados en ellos mismos. Por esta razón hay que leer mujeres.

Leo autoras. ¿Qué autoras?

La respuesta es sencilla: todas. Desde las primeras escritoras que escondían su imaginación en los diarios y en las cartas hasta las últimas escritoras que están aullando por todas las mujeres que no pueden hacerlo. Hay algo interesante en todas ellas, o casi todas: la construcción de una memoria y de un vínculo entre todas ellas. Y aquí os voy a recomendar a algunas autoras interesantes, tal vez ya conocidas, pero que nunca viene mal volver a leerlas.

Una historia que sucede en una librería siempre es una buena historia. Aún más si se nos es presentada con los ojos de Aki Shimazaki. En general, por lo que he podido ir leyendo de autoras del noreste asiático, el relato casi siempre se encamina a una relación familiar en la que todo se suspende en una bruma petrificada que palpita. Lo que leemos en Hôzuki, la librería de Mitsuko es un relato que intercala el funcionamiento de la librería Hôzuki con el funcionamiento del alma de su protagonista, Mitsuko. Personalmente, no suelo decantarme hacia la novela costumbrista porque estoy malacostumbrado a relacionarlo con los grandes señores del XIX que me cuentan siempre lo mismo sobre París. Sin embargo, el costumbrismo que rezuman las páginas de Shimazaki es cálido y acogedor. No presenta grandes andanzas de grandes señores ni grandes señoras que acaban suicidándose por pedir demasiado al mundo. Es un costumbrismo, o a mi me lo parece, que nace de construir nuestro camino como lectores a través del relato como si camináramos bajo la cúpula de una bola de cristal.

Coloco en el escaparate unos libros de ocasión que acabo de comprar. Son más o menos las cuatro de la tarde y empiezan a caer copos de nieve. […] Tarô levanta la cabeza y se lanza corriendo a la acera. Extiende sus manitas para atrapar los copos, con la boca abierta hacia el cielo. Sonrío. Cuando se vuelve hacia el escaparate, nuestras miradas se encuentran. Me llama en lengua de signos:
—¡Mamá, la primera nevada!
Le respondo articulando cada sílaba:
—Sí, es el ha-tsu-yu-ki.

—Hôzuki, la librería de Mitsuko, Aki Shimazaki 2019 (Nórdica libros)

En la misma línea encontré hace relativamente poco a otra escritora con unos planteamientos similares a Shimazaki, pero dando otra vuelta de tuerca y generando una incómoda distopía americana. Es cierto que en Hôzuki se plantean problemáticas como la maternidad, la prostitución o la dificultad de abrirse a los demás en la sociedad japonesa, pero siempre late una sensación de calidez en todo lo que relata Mitsuko, una especie de confianza que no puede depositar en los demás, pero sí en nosotros como lectores. Sin embargo, Pequeños fuegos por todas partes nos hace replantear las vitrinas de cristal que nos separan de los demás. ¿Os acordáis de Westworld, cuando en el primer capítulo una mosca se posa sobre el ojo de Dolores Abernathy al principio y cuando se vuelve a posar al final del capítulo Dolores pestañea? Pues el maniquismo que empieza a romperse se lee y se sufre en esta obra de Celeste Ng. Nos encontramos una situación similar a la que nos encontramos con Shimazaki: dos mujeres que deben enfrentarse no solamente a la maternidad, sino a cuidar los frágiles vínculos que un sistema voraz ha trazado para ellas. En Pequeños fuegos, no obstante, nos encontramos esta circunstancia descrita tras una lente, tras un cristal. Empezando por ese cambio de narrador respecto a la intimidad que nos planteaba Mitsuko con su escritura de diario y continuando por una representación casi matemática de la realidad de Shaker Heights que se va agrietando poco a poco con la llegada de Mia y Pearl.

Y siguiendo esa inquietante línea entre el desastre que se aproxima y la fragilidad de una esfera de cristal que nos protege no hay mejor poeta que Sara Teasdale. El acceso a su obra no es tan sencillo como las dos anteriores y me sorprendí de no poder encontrar en ninguna parte su mejor obra poética Flame and Shadow. Lo que hace especial a Teasdale es precisamente esa inquietud que augura un desastre, pero que al mismo tiempo nos encierra tras una vitrina para que podamos contemplar el fin del mundo. Es una poesía muy elegante y precisa, con mucho color y, según he comprobado, muy poco leída. Cuando estuve buscando su obra por las librerías no les sonaba ni el nombre, pero hace poco vi que se editó en España su poemario Love songs. No es el mejor. Quiero decir, es una poeta increíble, pero no creo que Love songs esté a la altura de Flame and Shadow o Rivers to the sea sobre todo porque Love songs es una escritura del recuerdo, mientras que Flame and Shadow aúlla al mundo su final.

There will come soft rains and the smell of the ground,
And swallows circling with their shimmering sound;

And frogs in the pools singing at night,
And wild plum-trees in tremulous white;

Robins will wear their feathery fire
Whistling their whims on a low fence-wire;

And not one will know of the war, not one
Will care at last when it is done.

Not one would mind, neither bird nor tree
If mankind perished utterly;

And Spring herself, when she woke at dawn,
Would scarcely know that we were gone.

—»There will come soft rains», Flame and Shadow, Sara Teasdale

Y al otro extremo clama al cielo un rugido al mundo. Lecturas que salen de la cámara, de la bola de cristal, nos arrancan de la vitrina en la que estamos expuestos como lectores y nos arrastra a la cruda realidad. Cuando todo el mundo callaba Audre Lorde decidió que aullar era la mejor forma de enfrentarse al mundo. Si tuviera que empezar a leer a Lorde recomendaría empezar por sus ensayos recogidos en A Burst of Light and other essays (desconozco si está editado en castellano) porque es donde se leen las bases de su opresión y es donde Audre plantea varias problemáticas que afectan a las identidades subalternas de la sociedad blanca y cisheteropatriarcal. Sin embargo, para Octubre yo os recomiendo Your silence will not protect you. Vamos a empezar teniendo claro que la importancia de Audre Lorde no solo viene por su lucha, sino por dar herramientas especialmente útiles a las mujeres que no pueden acceder a ellas. Mujeres pobres, mujeres encerradas, mujeres negras esclavizadas, mujeres que se hieren a sí mismas para evitar que el sistema que las devora se lastime. A todas ellas va dirigida Your silence will not protect you. Lo que se propone en esta obra póstuma es un conjunto de ensayos que giran en torno al silencio como forma de violencia. Por supuesto, un silencio que cubre no solamente la propia violencia, sino el pasado y la memoria de las mujeres, la forma de desfigurar los puentes que unen a las mujeres afroamericanas con sus raíces y, por supuesto, deshacer la palabra y llegar a la acción. Si por algún casual os interesara leer más cosas de Audre Lorde también os recomiendo The Master’s tools will never dissmantle the Master’s house que fue una charla que dio como invitada a la New York University Institute for the Humanities y que se incluyó en su obra más conocida Sister Outsider. Aquí os dejo un fragmento.

[…] It is a particular academic arrogance to assume any discussion of feminist theory without examining our many differences, and without a significant input from poor women, Black and Third World women, and lesbians. And yet, I stand here as a Black lesbian feminist, having been invited to comment within the only panel at this conference where the input of Black feminists and lesbians is represented. What this says about the vision of this conference is sad, in a country where racism, sexism, and homophobia are inseparable. To read this program is to assume that lesbian and Black women have nothing to say about existentialism, the erotic, women’s culture and silence, developing feminist theory, or heterosexuality and power. And what does it mean in personal and political terms when even the two Black women who did present here were literally found at the last hour? What does it mean when the tools of a racist patriarchy are used to examine the fruits of that same patriarchy? It means that only the most narrow parameters of change are possible and allowable. […]

— The Master’s tools will never dissmantle the Master’s house, Audre Lorde, 1984, dentro de Sister Outsider (publicado en 2007)

Y es que Audre Lorde y muchas más mujeres que lucharon y luchan por reconfigurar una cadena de memoria e historia son las que empiezan a cimentar los fundamentos de un pasado y un presente que es producto de ese silencio, de esa violencia. Son mujeres que agitan a esa Bestia que como lectores enfrascados en decimonónicas calles de París nos negábamos a ver. Y ahora ruge.

En la misma tesitura quiero mostraros cómo los discursos de Audre Lorde se han adaptado a la virtualidad y de cómo Cristina Fallarás ha creado ese sudario de terribles voces que oyó Ajmátova bajo las torres del Kremlin. Hay un aspecto que parece estar presente únicamente en las escritoras y es la memoria. Muchos señores han escrito memorias sobre lo que hicieron cuando eran niños o los viajes que realizaron cuando tenían veinte años a Florencia, pero a nadie le importa. En cambio, el tratamiento de la memoria en las escritoras es casi testamental. No es la memoria inútil de muchos hombres singulares, sino que trazan aspectos de la memoria colectiva que, de un modo u otro, nos atraviesan a todas y a todos como sociedad. Es lo que hace especial a Svetlana Alexiévich, que no cuenta cuál fue su experiencia en Afganistán o en Kiev, sino despliega un mosaico de experiencias que van configurando la memoria de un suceso. Marina Tsvetáyeva, por ejemplo, tiene casi más de la mitad de su obra dedicada a grandes figuras de la literatura rusa de su pasado y su presente. Y probablemente sea gracias a ella que muchos escritores siguen retumbando en la memoria colectiva de la literatura rusa. Del mismo modo Ajmátova, quien escribió tanto sobre Pushkin, no solo realizaba estudios críticos de sus textos, sino que estaba configurando una memoria. Szymborska, Woolf, Espanca… Todas ellas configuran una memoria colectiva que parece nacer de ellas, pues fue a ellas a quienes se les extirpó la memoria tiempo atrás.

Honrarás a tu padre y a tu madre es una crónica del silencio. Es la red que late bajo los lazos que componen el pasado de Cristina, una red a la que negaron su existencia. Hay muchos escritores que han configurado una memoria estética de la guerra civil española, pero Cristina Fallarás configura una memoria estructural de su sujeto, de ella como identidad. Muy en la línea de Austerlitz, Cristina genera una memoria relatada en el presente, pero cuyo recuerdo va generando los cimientos del pasado sobre los que se sostiene la protagonista. Imágenes que acompañan al texto y palabras que generan imágenes, honrarás a tu padre y a tu madre es una novela que en su poliedrismo va articulando las vértebras de la propia Cristina.

Toda historia tiene un vértice, el punto en el que se cruzan todas y cada una de sus partes, desde donde parten las cosas hacia el futuro y hacia el pasado, y que sin ese punto no serían nada. El vértice de mi historia se encuentra aquel 5 de diciembre de 1936 porque allí se cruzaron todos los personajes que construyen mi propio personaje.
Ellos son realidad.

[…] Si la construcción de nuestra memoria es una reelaboración que jamás podrá ser probada ni, por lo tanto, refutada, ¿qué vendría a ser la construcción de nuestra desmemoria? ¿Con qué piezas de Lego nos manejamos, criaturas, para montar aquellos recuerdos que se nos hurtaron?

—Honrarás a tu padre y a tu madre, 16, Cristina Fallarás, 2018

Y si hay alguien que sepa configurar el espacio de inseguridad que se genera en torno a la mujer es la escritora Joyce Carol Oates. En todas las escritoras que he propuesto hay algún tipo de violencia que bloquea —o desbloquea— la composición de la memoria del personaje. No obstante, Carol Oates tiene la habilidad de encerrar al propio lector dentro de esa habitación oscura y húmeda de la que rezuma el odio y la violencia, es capaz de hundir al lector bajo los pantanos de Ransomville. Una breve lectura de El primer amor es suficiente para señalar con el dedo al lector y esperar su respuesta: sí o no. Es un texto muy incómodo pero lo peor es que el texto es bastante real. Muchos hombres han escrito sobre mujeres violadas, descuartizadas y mutiladas, incluso descritas con sadismo y, en algunos casos como Lorenzo Silva, con un morbo innecesario, peroque los sucesos estén relatados por Carol Oates con este sadismo le da una incomodidad agregada a la lectura. Recomiendo que después de leer Primer amor, si quieres continuar adentrándote en Joyce Carol Oates, leas su ensayo sobre la violencia de su escritura aquí. Escrita en segunda persona, la violencia contra Josie, , no es tan solo intrafamiliar, sino que es la normalización de esta violencia, la aceptación e incluso la idolatración del violador que surge de la religión y en el que todo tu entorno ayuda a que tu, una niña de once años, acabes aceptando a tu abusador.

Si entrabas en el pantano renunciabas a tu cuerpo. Ya no eras tú misma, tu nombre era tú, ella o chica. Se producían susurrantes sonidos de succión. El croar de las ranas. Eran como los gruñidos de un hombre: tú habías oído a los hombres gruñir y jadear, jadear y gruñir cuando escuchabas sin querer. Incluso entonces sabías ya lo que era: la pulpa animal abriéndose camino hacia fuera: rezumando, rebosando, saliendo disparada al exterior.

«¡Buena chica! Pero ahora te tengo que limpiar.»

—El primer amor, Joyce Carol Oates. Ilustraciones de Barry Moser

Este camino de lecturas lo he propuesto porque me parece interesante el vínculo entre memoria y violencia que las escritoras han ido generando poco a poco. Saliendo de esa écriture féminine que aceptaba al otro, las memoria y la estructura de las identidades de todas las mujeres que han sido atravesadas por la violencia permean juntas en estas lecturas que, en cierto modo, tienen a la mujer como un hilo con el que coser la piel de la Historia. Si has llegado hasta aquí y crees que puedes complementar estas lecturas con escrituras de otras mujeres que configuren su identidad y una memoria (mujeres trans, lesbianas, indígenas, musulmanas, africanas,…) lo agradeceremos y las leeremos y comentaremos con mucho gusto, pues al final se trata de ir formando una gran red de lecturas que puedan permear en un nuevo sistema literario que acepte las voces que han estado siempre silenciadas por el canon y el sistema literario decimonónico del que poco a poco estamos saliendo.


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