Siempre es mejor usar el ascensor porque cansa menos. Simplemente debes apretar un botón y una caja te llevará al piso que desees. ¿Qué necesidad existe entonces de subir por las escaleras?
Este curso me he encontrado con el curioso panorama de un alumnado acostumbrado a tener lecturas fáciles. No me refiero, quiero matizar, a lecturas sencillas, en las que el vocabulario no es denso, la sintaxis es simple y el mensaje permite una reflexión cómoda de sofá, sino a lecturas que, aparentando una estructura compleja, en realidad no presentan nada más allá de lo que dan. En este conjunto no solamente entran lecturas cuyo ejercicio es una simple excusa para abordar un tema ni las lecturas de dudosa moralidad, sino que entran obras que anulan el sentido literario de la lectura.
La lectura durante la infancia y adolescencia es muy importante porque permite ejercitar ciertas capacidades que de otra manera no se desarrollarían. Sin embargo, la lectura como ejercicio es poco atractivo, en un primer momento, para un niño o niña que tiene acceso a internet, móviles y cualquier tipo de entretenimiento mucho más gratificante y espamentero que un libro. Por esta razón, la lectura empieza siendo lo que se conoce como identificativa.
PRIMER MOMENTO: LECTURA IDENTIFICATIVA
Yo, niño de 10-12 años que va al colegio, tiene un par de amigos y me gusta el fútbol, me identificaré más con una lectura que aborde estos temas, los de un protagonista de mi edad que cuenta su día a día en el colegio y sucede algo con el fútbol, que con la lectura de la Celestina o del Quijote. Es algo obvio, y a tener en cuenta. No es posible presentar la lectura como un acto amigable si se empieza por recomendar una lectura hostil o ajena a la realidad de un lector que aún no lee. Por esta razón, libros como El diario de Greg, El diario lila de Carlota o Xenia, tienes un WhatsApp son lecturas amigables que ayudan a los lectores iniciados en el acto de leer a no salir huyendo.

La función de este tipo de lecturas no consiste, ni mucho menos, en ofrecer al infante la puerta a un mundo desconocido lleno de giros y elementos que harán florecer sensaciones y sentimientos desconocidos hasta entonces, sino que estas lecturas permiten que el infante ejercite su hábito lector. Hay maravillosas lecturas que combinan esta naturaleza identificativa con una literatura «de verdad», como La historia interminable —o cualquier obra de Michael Ende, en realidad—, pero el objetivo de este tipo de lecturas no consiste en presentar una buena obra, sino una obra que enganche.
Ahora bien, estas lecturas tan cómodas en la que los personajes actúan exactamente igual a como lo haría el lector al que va dirigida la historia tienen un peligro: el estancamiento. La educación debe consistir no solamente en aprender, sino en crecer, y el mantenerse protegido por ecos que doblan nuestras voces es una manera de ignorar todo lo que existe fuera de nuestras vidas. De nada sirve leer entonces, si los libros no abren ojos.
SEGUNDO MOMENTO: LECTURA DE CRECIMIENTO
En Alemania se había puesto de moda, allá por la Ilustración, el género novelesco de la Bildungsroman. No es la primera vez que hablo de él; básicamente es un género que consiste en el desarrollo de un suceso que ayuda a los personajes a crecer y mejorar como personas. A Dickens le gustaba mucho, y Mujercitas es un ejemplo paradigmático de este género.
Actualmente, si nos ponemos técnicos, el Bildungroman ya no existe. En general, la caída del cristianismo implicó cierto abandono del ejercicio didáctico hasta que se volvió a retomar un tiempo después. Sin embargo, las lecturas juveniles actuales, pese a no tener la etiqueta editorial de Bildungsroman, se caracterizan precisamente por una marcada estructura de novela alemana del XVIII: el personaje principal tiene un carácter determinado que está delimitado por un contexto determinado que ve con malos ojos algún aspecto de su conducta. Un evento dispara un conjunto de consecuencias que demostrarán al protagonista que sus actos no han sido correctos y que, para restablecer el orden, debe mejorar en aquello que ha causado el mal. Finalmente, el personaje aprende y todos son felices porque vuelven a estar en sintonía con las expectativas de la sociedad.
De esta manera, Xenia, tienes un WhatsApp es una novela Bildungsroman, El diario de Greg es una novela Bildungsroman y Manolito… Hace mucho que no leo Manolito Gafotas, no me acuerdo. La cuestión es que las novelas cómodas con la que los niños y adolescentes se identifican hoy en día parten, en realidad, de un género que se caracterizaba por enseñar a cómo ser mejor persona según los valores de la sociedad de antaño ¿Pero entonces cuál es el problema?
TERCER MOMENTO: LECTURAS OBLIGATORIAS
Los infantes están inscritos dentro de un sistema social tan permeado en la cultura que no son conscientes de que sus decisiones, en realidad, no son libres. Muy en el fondo, el sentirse cómodo con una lectura como El diario de Greg no parte de un vínculo personal y especial entre un individuo que accede a una nueva realidad de la existencia y el libro, sino que nace de un pacto social que conviene un conjunto de comportamientos que se aceptan dentro de una socialización occidental y que se refuerzan en un libro.
Puede ser, incluso, que los y las autoras de los libros más leídos no sean conscientes de sus propias problemáticas argumentales y morales, y simplemente escriban una obra para entretener al público. Pero aquí es donde entra la figura del docente.

Hay muchas cosas incómodas en el mundo: hacer un puente con pajitas, el sistema sexagesimal, las horas en catalán, la course-navette o las lecturas obligatorias. Se asume que el profesor que imparte estos contenidos es alguien que disfruta excepcionalmente de estas incomodidades y fuerza a un pobre e indefenso alumno a interesarse por los aburridos hobbies de un adulto. Sin embargo, de entre todas estas atrocidades, la única que dura lo suficiente como para generar resquicio es la lectura. Se puede tardar más o menos en adquirir un conocimiento u otro. Incluso, una vez aprendido el contenido, puede tornarse entretenido. Sin embargo, la lectura es maleable, cambia y nunca se queda quieta, es larga y a veces densa, y a veces incluso insulta a los lectores llamándolos inútiles con el simple uso de una palabra complicada: aljibe, inquirir, espurio.
Cosas tan complejas como las horas o el sistema sexagesimal, en realidad, se encuentran fuera del núcleo personal de la existencia: se puede vivir sin saber calcular en sistema sexagesimal, se puede vivir sin haber aprobado la course-navette, se puede incluso obtener el título de secundaria sin saber ciertas cosas que se asumen básicas para la obtención de ese título. Sin embargo, la lectura es diferente porque es algo inherente al propio aprendizaje. No es posible aprender sin leer ni comprender. Es por eso, que el alumnado hace un esfuerzo inicial por comprender aquello que lee con el objetivo de equilibrar las exigencias del mundo exterior con la tranquilidad de no hacer nada del mundo interior. Una vez sabes leer de corrido y entender lo que acabas de leer, consideras que ya eres capaz de hacerlo y que, por lo tanto, ya has superado ese aprendizaje y puedes pasar a otro. Cuando sabes decir las horas en catalán, ya puedes pasar a otra cosa; cuando ya sabes las tablas de multiplicar, ya puedes pasar a otra cosa. Así continuamente. ¿Pero entonces, para qué se sigue leyendo, si ya se sabe leer?
CUARTO MOMENTO: LA LECTURA COMO PROCESO
Resulta ser que en Catalunya no se lee. O sí que se lee, pero no se comprende. Muchas veces he escuchado que la lectura se sigue realizando en el aula porque es una forma de mejorar la ortografía, pero puedo comprobar que la ortografía no ha mejorado, si ese fuese el objetivo de leer. Se leen actualmente, a nivel general, 3 libros al año por curso en secundaria, un por trimestre. Con este ritmo, en un principio, no debería haber problemas con la lectura, ¿no?
De estos tres libros, este año, dos han sido lecturas de las que hemos llamado identificativas, y una tercera lectura no se ha conseguido hacer por falta de tiempo. Asimismo, he sido el único profesor del departamento que ha trabajado las lecturas en el aula, pues el convenio del Departamento recomienda realizar las lecturas en casa. Sea como fuere, resulta ser que la lectura se asume aprendida en su día, allá por primaria, y que la lectura obligatoria en secundaria queda reducida a los deberes y un examen final. Se asume, sea como fuere, que el alumno alcanzó el nivel más alto de lectura y comprensión en el momento en el que, a sus siete años, consiguió recitar una oración compleja sin trabarse. Desde ese punto, la lectura no ha sido parte del aprendizaje, sino del hábito. No se enseña a leer porque ya se enseñó, y no se enseña a comprender porque es necesario comprender para leer.
Esta pescadilla que se muerde la cola está aplaudida por un sistema que permite este círculo vicioso: la orientación de la lectura no está enfocada en la lectura, sino en su hábito y producción. No se trata de leer mejor, o disfrutar más con la lectura, sino de leer y consumir lecturas, consumir conocimiento de ellas y construirlo para otras personas: la lectura como proceso y no como finalidad. De esta manera, en secundaria se sigue leyendo no porque se siga aprendiendo a leer, sino porque se requiere un hábito de lectura que permita recordar su importancia en el proceso de aprendizaje. Leer por leer, vaya.
Pero aquí es donde entra la figura del profesor.
QUINTO MOMENTO: LECTURAS DEL PROFESOR
Los niños y adolescentes imitan mucho. Los niños a los adultos y los adolescentes a sus iguales. Si crezco en un entorno donde toda la familia fuma, probablemente acabaré fumando. No es una condición sine qua non, pero hay cierta predisposición para llevar a cabo la costumbre de fumar. Si mis profesores no leen ni disfrutan de la lectura, probablemente yo, como alumno, tampoco la disfrute. Veré la cara cansada, el resoplido, el este libro es muy difícil e incluso alguna vez se ha visto salir de las orejas de un profesor esa curiosa venganza que dice si ya saben leer, para qué quieren que sigamos haciéndolo. El alumno, con bufido airoso y cargado de adultez, verá su libro y dirá para qué necesito leer esto, si ya sé leer. Y entre alumno y profesor se forma el pacto íntimo de la no lectura: te envío este libro para que lo leas en casa y en un mes hago el examen.
Es posible ver esta misma tónica en los exámenes de selectividad: leed este libro y responded a esta maravillosa pregunta que exige del lector que no sepa nada más que el nombre del perro de la tía de la protagonista de Nada, de Carmen Laforet. Trueno, se llamaba el puto perro. ¿Y qué se puede hacer al respecto?

Al respecto de esos profesores, nada. Simplemente rezar por los pobres alumnos y seguir adelante con los alumnos de uno. Ahora bien, de la misma manera que el mal ejemplo se predica con lo actos, los buenos ejemplos también. Un valor muy codiciado actualmente, por su rareza, es la curiosidad. Los adolescentes y niños son curiosos por naturaleza, pero la inmediatez quizá merma esa cualidad. Y como si se tratara de un círculo, lo más simple se convierte en lo más llamativo.
La lectura se puede incentivar de muchas formas, desde hacerles convertir un libro en un videojuego hasta montar un proyecto de centro en el que elaborar un evento interescolar de repercusiones nunca vistas. Pero también se puede incentivar llevando un libro en el bolsillo.


¿Qué llevas ahí, profe? ¿Qué libro? Oh, ¡qué portada tan chula! ¿Satanismo? ¡Quiero leerlo! Fue la sucesión de comentarios que me dijeron varios alumnos cuando entré en clase con Nuestra parte de noche. Ni siquiera es lectura para ellos, ni siquiera había pensado en enseñarlo, pero el simple hecho de tener un libro que no es obligatorio, que está siendo leído por gusto y no por obligación ya despierta la curiosidad de muchos. Yo este ojo me lo quiero tatuar cuando tenga dieciséis. Y aunque no lean el libro, lo ojean, y lo tocan, y leen la contraportada, y quizá una línea, o quizá se cansan a las 5 palabras, pero ahí está el momento en el que el profesor consigue crear curiosidad con un libro por la única razón de ser un libro. Pasó con Las Olas de Woolf. Profe, llevas mucho tiempo con ese libro y no es tan gordo, ¿qué pasa? Y les leí un trozo pequeño, y no les gustó porque no lo entendieron, pero ahí está la curiosidad. Y ese es el primer detalle que un profesor debe sacar a relucir cuando espera incentivar a la lectura por el placer de la lectura misma.
SEXTO MOMENTO: LOS PUENTES DE LA LECTURA
¿Por qué les leíste un fragmento de Las olas a niños de 11 años si sabías que no iban a entender nada? Porque en algún momento lo entenderán. Muchas veces, la lectura parece ser un acto pasivo que únicamente se activa cuando se lee poesía, cuando se dramatiza en el teatro o cuando se pregunta en un examen. Esto, entre otras cosas, se debe a que la lectura dentro del entorno escolar está concebida como un proceso, tal como he dicho antes. Pero la lectura en sí no es un proceso, es un medio casi autosuficiente que eleva la condición humana a lo más alto. Al alumnado se le ha enseñado y acostumbrado que la falta de comprensión lectora se debe a la falta de comprensión del texto escrito, es decir, del vocabulario o de la sintaxis. Sin embargo, hay una cuestión subyacente que va más allá, y es la experiencia.
Si la experiencia lectora siempre ha consistido en la cómoda visita a un mundo conocido y fácil de ver, es difícil que la lectura pueda aportar algo que no aporten las películas, los juegos o la televisión. Esta reflexión se debe a pensar en la lectura como un acto informativo y que, por lo tanto, se lee para acceder a una información: leo que en la habitación hay ventanas porque las ventanas darán luz a la estancia. Sin embargo, cuando se encuentren con un texto que exija del lector una cabeza bien cargada de imaginación, se darán cuenta de que existe un vacío entre la portentosa y densa lectura de ese texto extraño y su cómodo refugio de algodones léxicos. Y ese choque produce frustración: no lo entiendo, no me gusta. Y resulta, quizá, que entiende todas las palabras, y entiende todo lo que se está diciendo, oración a oración, pero le falta la imaginación que engarza el complejo proceso de crear el mundo en la cabeza.
Y para evitar este sufrimiento y negativa hacia la lectura, se debe leer en clase. No porque como profesores nos aseguremos de que todos leen, ni porque así nos evitamos dar esa parte del temario que no nos gusta, sino porque en la lectura guiada de un texto en clase que esté a medio camino entre la lucidez y la identificación se encuentra la solución para llamar la atención y construir estrategias de comprensión y disfrute de la lectura que tengan como objetivo la lectura por la lectura misma, y nada más.
EJEMPLOS ANTERIORMENTE EXPUESTOS

Me parece paradigmático el ejemplo de La historia interminable que he mencionado antes. Muy en la línea de Ende, el libro es una obra literaria que mantiene un ritmo accesible para alguien de 10-12 años. El argumento arranca con un fuerte caso de acoso escolar, en el que unos chicos meten a otro en un contenedor y lo insultan y humillan hasta que este huye y se mete en una librería para perderlos de vista. Sin embargo, a diferencia de otros libros que ya comentaré, todo esto no sucede en la historia, sino que está siendo relatado en el inicio de la novela como parte de la propia narrativa. El objetivo de Ende no es en ningún momento escribir un libro sobre lo malo que es el bullying en las escuelas, ni siquiera se aborda como algo a tener, en un primer momento, en cuenta; parece una excusa, vaya.
No obstante, el tema se trata. Y toda la novela gira en torno a ese mundo que quizá sí que considera que Bastian es alguien importante, y quizá sí que el libro de la historia interminable ayude a Bastian a combatir las secuelas del acoso escolar, pero el gran objetivo del libro, la razón de ser del libro, es la de ser un libro. No un manual de instrucciones, no una obra de Bildungsroman, no una novela-panfleto escrita por algún autor con más de cien libros publicados que aborde el tema del acoso como si tratara el de las drogas, el sexo, el cambio climático o el peligro de dormir con el ventilador encendido.



Leer La historia interminable en clase permite no sólo abordar el tema del acoso escolar, sino que permite acceder a un segundo grado de complejidad y profundidad anímica y espiritual que no sería concebible en un libro escrito únicamente para abordar un tema x como el bullying.
Obviamente, al alumnado le gustará más el libro escrito únicamente para abordar un tema x como el bullying y que esté escrito de tal manera que sea claro, contundente y sencillo de entender. Y La historia interminable se la tirarán por la cabeza cuando vean que es ciertamente interminable. Sin embargo, ahí entra la figura del docente que, con sus capacidades, es capaz de despejar la bruma que cubre los ojos de los inocentes y prender la chispa que despierta las verdades. A nadie le gusta leer como a nadie le gusta resolver ecuaciones, pero ambos procesos encierran en su interior un placer oculto que se despierta en el momento en el que un destello de inspiración agita la mente y el corazón. Y cuando se lee por leer, y cuando se resuelven ecuaciones por el simple placer de resolverlas, es cuando se crece como persona.
MOMENTO ACTUAL: LA INCOMODIDAD DE LA ESCALERA
Todo hasta ahora ha sonado precioso, pero (hablo a nivel personal) en mi centro la lectura en el aula es anecdótica y los libros se escogen calculadamente sencillos con el objetivo de que el alumnado pueda leerlos en casa sin necesidad de una guía o de cualquier tipo de soporte. Y me parecería bien, si no fuera porque en todos los ciclos de secundaria se comparte esta manera de concebir la lectura.
Las plataformas de adquisición de hábito lector utilizan el reflejo de Pavlov para incentivar la lectura a través de la gamificación, pero vuelve a haber un problema entre disfrutar de la lectura por la lectura y el de entender la lectura como un medio pasivo para adquirir información. Un espíritu llenado de tokens y ludopatía.

Quizás el ascensor sea lo mejor porque te sube solo. No hay que trepar, no hay que hacer esfuerzo, llegas, te montas y, acompañado de una musiquita agradable, te sube a tu destino y allí te quedas, porque tu objetivo es la puerta, y en ningún caso subir hasta ella. Sin embargo, a quien sube por la escalera, quizá le sonría la suerte y se encuentre con una moneda de cinco céntimos, y el día sería un poco menos día y algo más alegre, porque resulta que el reverso no es de España, sino de algún otro país, tan raro que la curiosidad te come por saber de dónde será esa moneda, y vives.
Espada y Pluma te necesita


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