Cuando uno va al cine, suele hacerlo con ciertas expectativas, en función de las cuales obtiene una respuesta u otra, que culmina en la dicotomía de decepción o no decepción. En el caso de First Man (Damien Chazelle, 2018) lo comúnmente esperable es que nos contasen una historia de gran envergadura sobre la misión que hizo llegar al hombre a la luna, todo un hito enmarcado en las tensiones de la Guerra Fría con innumerables implicaciones geopolíticas y económicas. No obstante, como en buena medida se había advertido, First Man es la historia personal de Neil Armstrong, un biopic cercano tanto en el plano formal como en la historia que narra.
Damien Chazelle se dio a conocer con Whiplash y terminó de dar el salto a la fama con La La Land. En ambas, la música, de una forma u otra, era el tema central y, por tanto, quizá esta sea la película que más se diferencia del resto por planteamiento básico. No obstante, en los dos casos anteriores podíamos ver cómo las historias personales eran el late motiv de la historia y Chazelle planteaba un acercamiento del espectador a la situación de los personajes. En este caso, quizá esto último se lleve a la máxima expresión en su cine. First Man es una película íntima, donde se ofrece el contexto justo y necesario para albergar a Neil Armstrong como padre, marido e ingeniero. La película toca la política simplemente de manera tangencial para dar paso a su verdadera sustancia: los momentos de dolor, superación, frustración, evasión y ternura del personaje de Neil Armstrong, así como de su mujer, hijos y amigos.

Lo fundamental, lo más destacable de la película es su técnica cinematográfica. Enlazando con lo que decía al principio, de una película de estas características se podría esperar la dominancia de los planos generales tendiendo a la espectacularidad y los travellings pretendiendo la epicidad; no obstante, Chazelle usa la cámara al hombro, los teleobjetivos y los primeros planos y planos-medios como mejor forma de narrar visualmente una historia íntima. Este conjunto de elementos se puede ver en el cine más naturalista e introspectivo, de manera que los personajes quedan a foco en un encuadre tembloroso y el fondo queda desenfocado y, de alguna manera, ausente. Los escenarios quedan relegados a un segundo plano y lo importante no es tanto el contexto sino cómo afecta ese contexto a los personajes. La técnica de la película quizá no sea la más depurada y, ciertamente, Chazelle no reinventa el cine con esta perspectiva formal, pero sí es en cierta manera arriesgado rodar una película de alto presupuesto de esta manera. Más allá de esto, Chazelle consigue que funcione. Se podría discutir si abusa demasiado de esta técnica, porque cuando se despega un poco de ella se le ve más que solvente. Vemos también planos subjetivos que remarcan la idea que ya dibujaban los anteriores. Los planos más abiertos son muy interesantes plásticamente, utilizando iluminaciones y encuadres semejantes a sus trabajos anteriores. Además, la película consigue ser muy emocionante en sus momentos álgidos, cuando los astronautas están haciendo distintas pruebas y, desde luego, cuando viajan y finalmente alcanzan la luna. Es aquí cuando la película se vuelve más compleja a nivel visual y sonoro: enfoques macro de cada pieza e indicador de la cabina del cohete, primeros planos de los ojos despiertos de los astronautas, el ruido de los motores, Houston dando indicaciones desde la comodidad de la silla. Una vez en la luna, Chazelle le otorga una identidad visual a la película que hace que nos traslademos con facilidad a las imágenes populares del verdadero alunizaje, llegando a las mayores cotas de preciosismo de la película.

En términos de guión (escrito por Josh Singer) y estructura la película huye de la épica y se traslada, de nuevo, a un plano más humano. No destaca en términos de estructura, donde en ocasiones se dan saltos temporales demasiado largos o no vemos claramente las fronteras entre unos años y otros por más indicación que la referencia textual (la película abarca casi diez años antes del alunizaje). Donde más destaca es en poner de manifiesto la lucha de Neil Armstrong contra la adversidad que supuso su vida, siendo el camino al alunizaje una forma de evasión y superación y el propio alunizaje la cumbre de toda una vida. El guión alcanza su propósito y las interpretaciones de los actores ayudan a ello. La mejor de la cinta probablemente sea Claire Foy en el papel de Janet Shearon, la esposa de Neil Armstrong; es la actuación más humana, cercana y cotidiana. A Ryan Gosling se le vuelve a asignar un papel no muy exigente en términos de expresividad actoral y por ello logra llevarlo adecuadamente a su terreno.
El papel de la música ya no es principal, pero es muy interesante el uso que se hace de ella en la película. Las imágenes en órbita y los difíciles movimientos de las naves se acompañan de música de carácter casi onírico con notas de epicidad. No acompaña al grueso de la película, sino que simplemente sirve de acento en los momentos adecuados. Como destaca la música, también destaca la ausencia total de sonido en cierto momento y que demuestra que un silencio puede tener tanto o más impacto que el sonido.

First Man es una película emocionante y emocional. Aunque no alcanza cotas de obra maestra, sí logra estos dos propósitos: Chazelle siempre consigue llevar al terreno más palpable los sentimientos humanos y las secuencias de mayor envergadura consiguen ser emocionantes sin llegar a parecer artificiales. Es otra obra destacable en la filmografía del director, que se mantiene fiel a ciertos puntos de su obra pero arriesga en otros, con un resultado final excelente.
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