Esta semana ha sido una de las más estresantes que recuerdo. Me sobrevenían tareas por todos los lados; asuntos a los que debería dedicar su debido tiempo pero que acabo haciendo a correprisas porque no hay forma de llegar limpiamente a todo. Los problemas vienen y no hay forma de espantarlos. Quehaceres y preocupaciones personales, académicas y económicas forman una maraña incomprensible e inexpugnable en mi cabeza.

Y entre todo, quiero escribir sobre cultura. Y hacerlo bien. Proponer cosas interesantes, reflexiones reposadas y contenido novedoso. Que Espada y Pluma crezca, y salga adelante, y cada paso sea firme, y mañana sea mejor que hoy.

A lo largo de toda esta extraña semana me han venido a la cabeza dos obras y, con ellas, dos conceptos que podemos relacionar con mi situación actual y, entiendo, la de otros muchos que quieren dedicar tiempo a esto: Barton Fink, la película de los hermanos Coen, y Una Habitación Propia, el ensayo de Virginia Woolf,

La primera abraza el arquetipo de dramaturgo frustrado y el sempiterno miedo del escritor a la hoja en blanco, ese monstruo al que todo juntaletras parece que debe enfrentarse en sus bloqueos de escritor. 

Estoy escribiendo esto una media hora antes de que se publique. No tengo ningún miedo a la hoja en blanco, no es ese mi problema en estos momentos, aunque lo haya tenido puntualmente. El miedo que tengo no es a escribir. Es a no hacerlo bien.

Y creo que en la obra de Virginia Woolf podemos encontrar una explicación parcial a esta problemática. En su ensayo, Woolf habla de la situación de la mujer como escritora, siempre relegada a un segundo plano, dadas sus dificultades para conciliar la escritura con otros quehaceres más cotidianos y que requieren de una atención más inmediata, además del inevitable escollo estructural que han de sortear en una sociedad heteropatriarcal y que llevaba renegando de ellas mucho tiempo en el ámbito intelectual y académico. Ahí surge el concepto de habitación propia, una entelequia que Woolf crea para explicar el problema. Sin una habitación propia (y dinero, añade), es decir, sin la ausencia de preocupaciones inmediatas, una mínima seguridad e independencia económicas y libertad creativa, las mujeres nunca podrían desarrollarse completamente como escritoras.

Permitidme que use un concepto, yo que no le llego intelectualmente a Virginia Woolf ni a la suela de los zapatos, para explicar el problema de los escritores culturales en nuestro país; mi caso, para no extrapolar más de lo necesario. Son demasiados los asuntos que debo atender, demasiados problemas los que flotan en mi cabeza y poco el sustento económico que tengo, como para que pueda dedicarme en cuerpo y alma a la tarea de escribir. Una tarea que requiere de dedicación constante, buena documentación y cierto reposo intelectual.

O quizá sólo sea la excusa para no aceptar la mediocridad.

Pero, aunque estos problemas arremetan con cierta frecuencia, siempre uno se enfrenta a ellos y sale adelante. O casi siempre.


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