Contiene spoilers de Batman #232 «La hija del demonio», Batman Incorporated Vol.2 #8 «R.I.P.» y Batman y Robin Vol.2 #18

“Como Robin, debe desobedecer a Batman constantemente para salvarlo, es por eso que Batman necesita a Robin”.

Dick Grayson

Dentro de cada forma de expresión artística existen una serie de normas que evolucionan conforme lo hace el propio medio. Estas normas no son absolutas por supuesto, e incluso el romper con ellas ayuda a continuar esta evolución. Normalmente de forma paralela a esas normas aparecen una serie de recursos fáciles que es preferible evitar si lo que se pretende es alcanzar formas de expresión más elevadas pues, como su nombre indica, son un recurso facilón que ahorra trabajo y esfuerzo intelectual por parte del autor, afectando y degradando en muchas ocasiones la calidad final de la obra.

Son por ejemplo en poesía los ripios1, en la literatura el recurrir a muletillas como “indescriptible” para evitar la descripción elaborada de una escena, una habitación, un personaje, etc. y en el cine usar una voz en off que explique lo que ocurre en pantalla o qué están sintiendo los protagonistas en lugar de hacerlo mediante el lenguaje cinematográfico, la situación o la interpretación de los actores.

Si lo que estamos escribiendo es una poesía, el acudir a rimas basadas en la repetición constante de verbos acabados en la misma conjugación denotará carencias en la forma de expresión del poeta y en la cantidad de recursos lingüísticos de los que dispone en su bagaje a la hora de expresarse, y utilizar versos basados en esta técnica empobrecerá el texto.

Del mismo modo ocurrirá con una novela que se apoye en exceso en adjetivos como “inefable”, “indescriptible” o “inenarrable”, pues pueden ser síntomas de pereza o incapacidad del escritor para lograr, mediante el uso del lenguaje, que el lector imagine las mismas escenas que él intenta dibujar mediante el uso de las palabras en sus páginas.

E igual pasa en el cine, donde una de las máximas es “muestra, no cuentes”. Es decir, la idea es que si el personaje en pantalla está triste, debe ser su actuación la que lo demuestre y no una voz explicando que lo está; si estamos ante una distopía militar, que sea el comportamiento de los personajes, la estética y el diseño de producción quienes nos transmitan esto y no un narrador que nos sitúe en ese contexto mediante la lectura de un prólogo.

Esto parte de una filosofía tan sencilla como es el contemplar cómo un aspecto positivo y fundamental el que cada medio, a la hora de contar una historia, utilice los recursos inherentes de los que dispone. Lo cual no significa que no se pueda alcanzar la excelencia por otros medios. La novela gráfica —cómic— “Maus”, de Art Spiegelman, que cuenta las vivencias de un polaco judío superviviente del holocausto, siempre fue demasiado textual; hay imágenes poderosas, por supuesto, pero narración y dibujo nunca terminaron de ir de la mano en dicha obra y las palabras trataban de imponerse en la historia al dibujo, quedando la sensación de que lo narrado podría haberse contado igualmente en un libro. Aún así eso nunca la limitó a la hora de ser considerada una obra maestra del cómic. 

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“Batman y Robin: Requiem” es lo opuesto a “Maus”. Una pieza que pone el dibujo, el elemento característico del cómic, por encima de todo y se vale precisamente de eliminar las palabras de la obra para dotarla de aún más fuerza. El número silente, como se conoce al número dieciocho de la serie —cabecera— de “Batman y Robin” tras su reinicio en The New 522 y el cual nació fruto de la colaboración entre Peter Tomasi, Pat Gleason y Mick Gray, es llamado así por ese motivo: los diálogos están reducidos al mínimo en pos de reforzar un mensaje concreto.

Pero antes de hablar del número silente es necesario conocer su contexto y los acontecimientos que desembocan en este cómic de los cuales es consecuencia.

Junio de 1971: en Batman #232, cuyo título era “La hija del demonio”, Dennis O’Neil y Neal Adams introducen a Ra’s al Ghul —La Cabeza del Demonio— dentro de la cosmología del caballero oscuro. El líder de la liga de asesinos, conocedor de la identidad del hombre murciélago, se presenta en la batcueva para pedir la ayuda del cruzado de la capa: su hija, Talia al Ghul, creada un mes antes en el número #411 de Detective Comics también por Dennis O’Neil, había sido secuestrada junto a Dick Grayson, el pupilo de Batman que en ese momento ejercía el rol de héroe primerizo bajo la identidad de Robin.

Al final de “La hija del demonio” se acabaría revelando que todo había sido parte de un plan ideado por Ra’s como la prueba definitiva para Batman, al que consideraba un posible digno sucesor que ocupara su puesto como líder de la liga de asesinos y del que su hija Talia estaba enamorada. El caballero oscuro rechaza la oferta pero su interés romántico por la descendiente de la cabeza del demonio resulta más que evidente durante el desarrollo de los acontecimientos.

El mecanismo ya estaba en marcha y treinta y cinco años más tarde Batman recibiría la inesperada noticia en el número #655 de su cabecera: era padre.

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Gestado en un laboratorio en el que fue genéticamente perfeccionado, Damian Wayne pasa los primeros diez años de su vida siendo entrenado por la liga de asesinos y su madre hasta que derrota a ésta en un duelo y obtiene el derecho a saber quién es su padre, condición que había puesto la propia Talia para revelarle dicha información. Tras conocer a su progenitor, el niño rechaza a la hija del demonio y decide quedarse bajo la tutela de Bruce Wayne asumiendo el rol de Robin para acabar patrullando las calles de Gotham junto a Batman.

Lo que nos acerca un poco más a la obra en cuestión.

Damian Wayne comienza a ejercer como vigilante de Gotham junto a su padre para descubrir al poco tiempo la existencia de Leviatán, una organización terrorista con capacidad para crear quirúrgicamente a súper-humanos que, dirigida por Talia al Ghul, tiende una trampa a Batman y lo secuestra. Cuando Robin va en su rescate se encuentra con Heretic (en español El Hereje), quien se muestra como un clon del propio Damian cuyo crecimiento y edad han sido alterados genéticamente, empezando un duelo entre los dos “hermanos”.

Pese a la superioridad física evidente del clon, Robin consigue acertar una flecha disparada con una ballesta que se clava en el pecho de su rival. La herida no es mortal pero logra un respiro aparente para el joven héroe que vuelve a la carga hasta que se ve interrumpido por la acción de los hombres del villano que abren fuego hiriendo a Damian.

El clon forcejea con el pupilo de Batman hasta arrojarlo contra una pared y entonces recupera su espada y la hunde en el pecho de su “gemelo” acabando con su vida.

El nombre oficial del número aquí referido y que continúa este suceso es “Requiem”, en el que vemos las consecuencias directas de la muerte de Damian Wayne. En el resto de cabeceras de la Batfamilia se explorarían también los efectos de la pérdida del último Robin —tras haber tomado el manto después de Dick Grayson, Jason Todd y Tim Drake— pero “Requiem” es el más especial de todos estos, tanto en forma como en fondo: es la serie regular de Batman y Robin pero sin Robin. Y aún más importante, es Batman sin Robin, Bruce Wayne sin Damian Wayne, un padre sin su hijo.

La forma escogida por Peter Tomasi, Pat Gleason y Mick Gray para narrar un hecho tan desgarrador como es la muerte de un hijo es por lo que se conoce a este cómic como “el número silente” y el estilo lo dota además de una fuerza y personalidad únicas.

A lo largo de sus diecinueve páginas se cuenta el luto de Batman por la pérdida de su hijo sin ningún tipo de diálogo o descripción. El único texto presente en toda la obra son unas pocas líneas escritas en unas cartas que aparecen hacia el final —un par de viñetas— recayendo todo el esfuerzo narrativo a la hora de mostrar la trágica situación en el dibujo y las situaciones que se retratan con este. 

Curiosamente en 2016 la ficción animada se valió de la misma técnica para contar otra historia. En el episodio “Como pez fuera del agua” de la temporada 3 de “Bojack Horseman” la acción transcurría bajo el agua y había menos de tres minutos de diálogos en total, hecho que reforzaba la narrativa visual. Además —y quizás es aquí donde se encuentra la parte más curiosa— los temas a tratar eran en cierto modo parecidos entre la serie animada del caballo antropomorfo de Netflix y el cómic de despedida de Damian Wayne, o al menos guardaban algunos paralelismos entre ellos: Bojack intenta aplacar su sentimiento de culpabilidad por el despido de una amiga pidiéndole disculpas, además durante el episodio se hace cargo de un bebé del que acababa encariñándose y del que luego debe despedirse para devolverlo con su familia. Los puntos principales como son la culpabilidad y la pérdida de “un hijo”, aunque aquí pertenezcan a dos tramas separadas, son el eje principal en torno al cual gira el número silente, donde vemos la culpabilidad, ira y tristeza de Batman tras la pérdida de su hijo. 

El guión de Peter Tomasi recorre algunas de las fases del duelo —negación, ira, depresión…— de manera silenciosa.

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La obra abre en su primera viñeta con los ojos de Bruce reflejando las llamas procedentes de una chimenea de la ahora más solitaria mansión Wayne frente a la que se encuentra sentado el multimillonario. El fuego danzando en el reflejo de sus ojos son la rabia, la ira y los sentimientos de una figura que, dividida entre su rol como Batman y su rol como padre, intenta reprimirlos tras una mueca de impasibilidad. Cuando Alfred se derrumba mirando el retrato familiar a medio pintar —en el que la persona de Damian aún no está acabada y que remarca el poco tiempo del que padre e hijo han podido disfrutar juntos—  el justiciero enmascarado oculta su vista corriendo una sábana por encima del cuadro y lo guarda en un lugar lejos del salón. 

Ante todo, Batman tiene que ser Batman, pase lo que pase. El imperativo moral adquirido por un niño en un callejón tras perder a sus padres a manos de un criminal debe estar por encima incluso de la pérdida de su primogénito. Si los malhechores no descansan él tampoco puede descansar, si el crimen no guarda luto él tampoco puede guardarlo.

Después de esa primera etapa de negación se empiezan a alimentar las bases de la siguiente.

El cruzado de la capa desciende hacia la Batcueva por una barandilla y los recuerdos lo invaden: cuando llega al suelo es consciente de que Robin ya no bajará más a su lado para combatir el crimen, un atisbo de tristeza asoma en su cara por un momento y es reemplazada inmediatamente por un gesto de enfado.

Los cielos nocturnos de Gotham son surcados por una sombra que recuerda a un murciélago gigante, igual que todas las noches desde hace ya años. Una sombra que en los últimos tiempos iba acompañada de una más pequeña, pero cuando mira su reflejo en las ventanas vuelve a ser consciente de la verdad: Robin ya no está, vuelve a estar solo.

Atraviesa las calles de la ciudad montado en el mismo Batmóvil en el que viajaba acompañado de Damian cuando algún villano decidía actuar y la realidad vuelve a golpearle: ya no hay nadie en el asiento a su lado, su hijo ya no está.

Y entonces Batman estalla. Los sentimientos y la ira reprimida por la pérdida se apoderan de él y todo eso es volcado contra los criminales de Gotham. Cuando la rabia desaparece lo que queda son más de cincuenta villanos golpeados furiosamente y atados en lo alto de la comisaría de policía y un Bruce Wayne exhausto y abatido que se limpia la sangre bajo la ducha.

Y una carta. Las últimas palabras de Damian Wayne a su padre escritas antes de partir hacia la batalla que le acabaría costando la vida. Y de nuevo la rabia, pero ya no queda nadie a quien golpear, sólo tristeza.


1 Palabra innecesaria que se emplea únicamente para completar un verso o conseguir la rima.
2 The New 52 es el reinicio y relanzamiento de las publicaciones de DC Comics en un intento por atraer nuevo público y cuyo nombre responde a la renovación de 52 series que fueron renumeradas como números 1 en su publicación y la cancelación de otras.

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