Últimamente ando jugando a The Last of Us. Es un videojuego que conozco, que jugué en su día. Un videojuego que sé que me gusta, aunque cada vez que lo juegue tenga una opinión distinta o acceda a capas críticas más profundas. Ahora bien, estoy cómodo en él. Me conozco su argumento, su estilo, sus mecánicas, sus personajes. The Last of Us es un refugio frente al ruido y la hostilidad de ahí fuera.

También es un refugio todo mi cine preferido. Hace poco vi por tercera o cuarta vez John Wick, cada cierto tiempo revisito Drive y no me importaría volver a ver cualquiera de Scorsese. Sé que me gustan, y los revisionados, ya una vez que el argumento no es un foco de atención prioritario, los disfruto todavía más que la primera vez.
Las series suelen ser, en sí mismas, refugios. El cine es mucho más hostil. Son una miríada de películas distintas, con estilos diferentes, que en dos horas no pueden asimilarse por completo y ya tenemos que estar preparados para ver la siguiente. Las series, tras superar la barrera de los primeros episodios, tras acomodarnos en unas formalidades concretas, nos permiten relajarnos, sentirnos a gusto y hacernos uno con el argumento y los personajes. Lo mismo ocurre con los videojuegos que duran 50 o 100 horas; la primera hora, donde uno aprende los controles, las mecánicas y se amolda al tono del videojuego, es necesariamente muy distinta a la hora quincuagésimo novena, cuando ya nos movemos como pez en el agua.

Así, las obras culturales también nos sirven como refugios, como lugares seguros donde establecernos y esparcirnos. La razón por la que creo que vemos tantas series o jugamos a juegos como servicio es porque, sencillamente, estamos cómodos y es más fácil consumirlos. De la misma forma, por esta razón las películas mainstream tienen todas formas muy parecidas para que sea más fácil acceder a ellas con respecto a la anterior que viste (no hay más que fijarse en la fotografía de las películas del MCU, casi todas muy equivalentes, o el estilo en la realización de la mayoría de blockbusters actuales).
Ahora bien, esto acarrea problemas. El más evidente es que todo tiende a ser lo mismo. Las series suelen aportar poco más allá de su primera temporada, si es que esta ya aportaba algo. Las películas de gran presupuesto tienen muy poco margen para la maniobra si quieren convencer a mucha gente. La decimocuarta entrega del shooter de turno solo es ligeramente distinta a la decimotercera para que todo el mundo acceda a ella sin problemas pero que, a su vez, vea dónde está la novedad y se decida a pagar por ella.
Supongo que necesitamos lugares seguros en la cultura. Obras y autores a los que acudir de vez en cuando y donde nadie puede herirnos; pero el salir de nuestra zona de confort cultural también es importante. No solo porque es un ejercicio intelectual que a todos nos viene bien, sino porque uno acaba descubriendo que le gustan cosas que no deberían haberle gustado. La primera vez que vi 2001: Una Odisea en el Espacio o me atreví con una novela gótica no esperaba que me gustasen, ni que eso fuese para mí. Ahora se han convertido en nuevos refugios.
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