El siguiente texto contiene spoilers y revelaciones de la trama de la serie hasta el final de su segunda temporada.

Supongo que habréis escuchado infinidad de veces aquello de «no somos nadie». Me gustaría hacer uso de una filosofía de mayor calado intelectual, que no se diga que aquí no leemos libros de ideas simples explicadas de forma compleja, y todo eso. Sin embargo, cada día que pasa me da más igual, porque ciertamente, a fin de cuentas para qué; si no somos nadie.

La primera temporada de «The Boys» indagaba en la caída de los héroes, en cómo vivimos en un mundo donde lo humano trata de ocultarse tras una falsa perfección. Qué le puede quedar por explorar a una serie cuya premisa aparentemente no es más que darle la vuelta a la idealización de superhéroe clásico. La sorpresa ha sido que, en contra de todo pronóstico, una vez desnudado el truco, la función es capaz de sorprender incluso con las cartas boca arriba.

«The Boys» juega con unas reglas que le permiten tomarse todo tipo de libertades a la hora de hacer girar el guion. El reparto es cada vez más coral, lo que convierte en sólo relativamente preocupante el hecho de que cualquier personaje, en cualquier momento, pueda perder su cabeza. Además de volverse loco, que tampoco sería de extrañar, me refiero a volar en pedazos, obviamente.

Este factor sorpresa revelado desde un primer momento, podría ser algo negativo por regla general. La diferencia aquí es que este añadido tiene una sinergia excepcional con el envoltorio de la serie. Si te presentamos un mundo donde hay superpoderes y posibles enemigos en cualquier rincón, ¿por qué no recordártelo desde el principio? Es una forma que tiene el show de hacer un trato contigo. Ambos sabéis las reglas, hay que jugar con ellas. Este sentimiento de irrealidad consensuada se realza a lo largo de todos los episodios, guiándonos en las transiciones de escenas a través de pantallas, shows de televisión y rodajes de películas. Recordándonos así que todo forma parte de un gran espectáculo. A pesar de que, y aquí llega lo importante, sea una obra teatral humana y costumbrista moderna.

Los personalismos son meras herramientas que ayudan a dar forma a lo que de verdad importa en esta segunda temporada: la diversidad temática en torno a la vida cotidiana. El sentimiento de familia está presente en la recomposición de Los Siete, donde son las mentiras y los compromisos oficiales —y extraoficiales— los que sostienen al grupo. Solamente al final de la temporada se lega a vislumbrar una nueva unión, aunque sea de cara a los focos.

A Starlight se le da tiempo para desarrollar y avanzar en la relación con su madre, un personaje clave para entender la traumática transición entre nuestro mundo y el de los superhéroes. La heroína en cuestión logra también consolidar su relación con Hughie, y en el proceso nos deja un par de momentos clave. La importancia de la madre de Hughie para con su personalidad, y cómo Mother’s Milk expande el argumentario de su apego familiar hablándonos de su padre en el día a día. El personaje de Mother’s Milk no se presta demasiado a desarrollarse, porque sus anclajes están físicamente lejos del escenario. Con un poco de suerte, ya reunido con su familia de cara a la nueva temporada, tenga algo más que aportar.

En este grupo de protagonistas simbólicos, Kimiko vuelve a reinar con una sencillez absurdamente eficaz. El desarrollo de su trasfondo, gracias a su hermano, la segunda capa de su relación con Frenchie, confiando en él para enseñarle la lengua de signos, y su venganza personal con Stormfront. Es, con diferencia, uno de los personajes que más rédito saca a sus minutos en pantalla. Todo ello sin decir ni una palabra.

Los roces iniciales de Kimiko con Butcher son sólo un prolegómeno de lo que a éste le esperará más adelante: decidir si renegar de un hijo bastardo engendrado por el enemigo de la forma más despreciable posible, o aprender a amar a nuestros seres queridos más que a nosotros mismos. Butcher tiene que aprender a ser menos fuerte. El interés de su personaje es que se vuelve más complejo a medida que se desprende de sí mismo. Su relación con Hughie no termina de eclosionar, pero tiene pinta de que lo hará gracias a todo lo sembrado en sus idas y venidas. Ya sin Becca, a Butcher no le quedará más remedio que tomar un nuevo rumbo. La escisión de los llamados originalmente “The Boys” es el efecto colateral que debería determinar el inicio de los siguientes capítulos.

A modo de Show de Truman, el hijo del que hablábamos —mitad humano, mitad… ¿Homelander?— vive en otro plano, alejado de la realidad. Curiosamente, es su entorno lo más parecido a una vida normal y corriente, donde hay espacio para una relación madre e hijo cuerda y sin mayores artificios. Este niño, Ryan, debería estar llamado a ser el eje principal de la segunda temporada, con permiso de los nuevos invitados a la fiesta.

La cultura de masas y el fandom no parece que vayan a agradarle al nuevo prodigio. No así ha ocurrido con Stormfront, quien irónicamente acaba muriendo de fama —al menos en el plano simbólico, antes de hacerlo en el físico—. Este nuevo y transitorio personaje, troncal para la temporada en sí, permite introducir y desarrollar ligeramente el tema del nazismo. No es importante la escena en la que el resto de chicas con superpoderes le atizan con ganas y motivación, aunque sea disfrutable a más no poder, sino cómo usa el miedo de la gente para revalorizar sus ideas racistas y segregadoras.

Poner el foco en el miedo como activador social permite que Homelander introduzca los crímenes de guerra y una ambigua representación antibelicista estadounidense. Sin llegar a explorar estos temas lo suficiente, al menos hace que cobre sentido el también superficial trato a la temática LGTB+, donde Maeve se mueve y expande su personaje de forma muy limitada, debido a las constricciones de su personaje entre tanta subtrama ajena.

Se perfila así un boceto, quizás demasiado rápido, pero no por ello menos bien dibujado, de la cultura popular moderna estadounidense. Por supuesto, hay un tema colindante del que no se puede desprender dicha cultura. La introducción de la religión, gracias a Deep, personaje de corte cómico y escabroso, deja entrever cómo ésta impregna de forma sistemática, aunque invisible, cada rincón de los pilares de poder de la sociedad. Esta trama da cobijo a A-Train, y sirve de vagón para que tanto él como Deep pasen a la siguiente casilla, todo ello sin demasiada pena ni gloria.

Hay religión pero no hay dioses, podríamos aventurarnos a decir. Y es que en el proceso de expiación de personajes como Homelander y Butcher, nos toca aceptar la pérdida y la fatalidad; en Deep y A-Train, que a veces la fe son sólo negocios; y en la brillante aunque fugaz incorporación de Lamplighter se nos muestra la más fatídica de las redenciones.

Hay que aclarar una cuestión, a riesgo de caer en una conveniente contradicción final. Por más que el reparto sea coral y bien comedido, o que la serie lleve en el nombre la referencia al grupo “de los buenos”, todos los hilos se mueven pasando en algún momento por un lugar: Homelander.

Es una obviedad que a nivel de guion estamos ante un personaje sin el que la serie dejaría de tener sentido, pero Antony Starr merece mención aparte. A veces los actores reciben una vez en su vida un papel acorde a sus cualidades interpretativas, y el resto de sus carreras vagan poniendo cara y voz a guiones como buenamente pueden. Puede que éste sea uno de esos casos, pero ya nadie podrá quitarnos la brillantez del personaje que es Homelander, en el cuál se encuadran interpretación, guion y carisma en un todo. Esto le ha otorgado por méritos propios el papel de rostro principal en una de las series de mayor éxito en una de las gigantes del streaming actual. No es poco, creo.

La peor noticia es la confirmación de que, efectivamente, algunos personajes pueden adolecer de falta de tiempo en pantalla. Apenas podemos adelantar nada de Victoria Newman sin entrar en el terreno de la pura especulación, por mucho que sepamos su secreto. El reparto está abarrotado, y de ahí nace otra de las virtudes, que es probablemente la mayor de las esperanzas para el futuro de la serie: cuando escribes una historia donde el factor sorpresa es una herramienta completamente válida, si llegas a un acuerdo con el espectador, podéis explorar todos los temas posibles que se os antoje. Es cierto que quizás nos estemos tomando todo esto demasiado en serio, y es que lo mejor de “The Boys” es que puede disfrutarse por el simple y eficiente carisma de sus personajes, los chascarrillos para cerrar algunos diálogos, o el brusco humor esporádico. Está bien desgranar las capas que subyacen bajo el confeti, pero bueno, eso. No hay que perder la cabeza tampoco, ¿no?


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