La mitología, el folklore y la ficción de terror Occidental están plagadas de una gran cantidad de monstruos y criaturas que durante décadas han poblado los miedos de la gente, ya fuesen fruto de una ficción consciente —es decir, producto de obras culturales dentro del género de terror y consumidas por un público cuya intención es pasar miedo de manera voluntaria, como puede ser el cine o la literatura de horror por ejemplo— o como parte de una cultura y tradición popular pertenecientes al folclore de cada pueblo entre las que se podrían encontrar seres como el hombre del saco (utilizado para asustar a los niños), los vampiros o las historias de fantasmas, y que podrían encontrar su equivalente hoy día (dentro de una cultura más global y con gran influencia de Internet) en los creepypastas.
Pese a que el número de estos engendros es casi incontable —e incluye entes tan fantásticos y diversos como las selkies (mujeres foca) en Escocia, Irlanda e Islandia, o el Nuckelavee (un centauro marino malvado) en Escocia también—, existen una serie de criaturas pertenecientes a la tradición occidental que se han vuelto más representativas y/o presentes en la cultura pop, quizás por influencia de la literatura, el cine y la televisión con obras como las producidas por Universal Pictures que popularizó las adaptaciones de monstruos clásicos de la novela de terror con cintas como Drácula (Tod Browning – 1931) La Momia (Karl Freund – 1932) o El hombre lobo (George Waggner – 1941) entre otras.
El miedo, o más bien su capacidad para provocarlo, era un punto en común entre la mayoría de estos seres (populares o no), no sólo por resultar en bestias y horrores de gran poder capaces de herir o asesinar sin ningún tipo de miramiento a los humanos —el miedo a la muerte como elemento básico para la construcción del terror— sino porque su propia existencia resultaba ya de por sí terrorífica. Que un fantasma en una casa encantada pudiese provocarle la muerte a sus huéspedes podía ser aterrador, pero también la simple presencia del fantasma en la casa, aun cuando no llevase a cabo ninguna acción agresiva.
Pero dentro de ese grupo de monstruos clásicos más populares se puede rastrear un elemento de intersección más entre todos ellos: la transformación. Vampiros, fantasmas, hombres lobo o momias… en la mayoría de ocasiones todos ellos tenían en común el haber existido previamente como humanos y posiblemente esto resultaba aún más espantoso para quienes escuchaban o veían estas historias: el humano convertido en monstruo, y el terror a convertirse en monstruo.







Surgen de esta transformación dos temores. El miedo a herir a los suyos y la pérdida del cuerpo propio y la naturaleza humana.
Las historias sobre monstruos podían asustar a los niños, pero si hay algo que pudiese asustar más a sus progenitores que la posibilidad de que algo hiciese daño a sus vástagos eso era la posibilidad de que el daño se lo provocasen ellos mismos. El miedo a herir a aquellos a quienes se ama. La incapacidad de proteger a los suyos de uno mismo. Como factor secundario al hecho de poder acabar hiriendo a otros, se encontraba la realidad del hombre como un ser social, por lo que cometer un perjuicio contra la sociedad y ser expulsado de ella se convierte en otro punto clave del terror a ser visto como un monstruo.
Del miedo a perder a los otros y el lugar que se ocupa en la sociedad deviene el miedo a la pérdida de la condición humana. La transformación de hombre a monstruo que podía ser provocada por la acción de estos seres. La pérdida de la voluntad del cuerpo en favor del instinto provocado por la maldad que inspiran estas criaturas. El vampiro podía morder obligando al nuevo vampiro a obedecer su instinto de saciar su sed de sangre. El hombre lobo se ve impelido a comer cuando está bajo el influjo de la luna llena. El hombre convertido en espectro perdía su corporeidad o era poseído por un fantasma y perdía el dominio de su cuerpo… Pero en todos los casos los individuos conservan la conciencia de su ser: y surge entonces la conciencia de ser un monstruo. El hombre transfigurado en vampiro, fantasma, hombre lobo o momia puede intentar (normalmente sin éxito) luchar contra su instinto, mostrar arrepentimiento o, al menos, comprensión sobre su nueva naturaleza y lo que esta le lleva a hacer. Aun provocados por sus instintos, sus actos son “voluntarios” (o voluntad del monstruo si se quiere). Son vistos como seres malditos sobre cuyas almas ha caído la condena, el alma maldita se convierte en el elemento por el cual pierden su condición humana pues, en su relación con la religión, es el alma lo que hace al hombre, hombre.
Pero casi al mismo tiempo que nacen y crecen en popularidad estos fenómenos, aparece una criatura que lleva estos miedos un paso más allá. El miedo a perder el control del cuerpo en favor de un instinto monstruoso es completado con el miedo a perder también el control de la mente y la consciencia; y los monstruos que, aunque maldita, aún conservaban su alma, la pierden en la figura del zombie.
ANTECEDENTES EN LA CATEGORIZACIÓN DEL ZOMBIE.
Existen dos clasificaciones clásicas en la cultura pop para el zombie. Aunque en ambas se podrían distinguir características en torno a la imagen del propio zombie que servirían para diferenciarlos y establecer esa taxonomía, una de ellas tiene más que ver con una distinción en función de sus capacidades, mientras que la otra abarcaría no sólo aspectos como las características físicas del zombie sino elementos estéticos, contexto histórico o la forma en que aparecen representados estos personajes en la ficción, entre otras…
Zombies rápidos, zombies lentos. Esta supone la primera clasificación. Evidente y más superficial, pero que no deja de tener puntos de enraizamiento con el resto de formas de categorizar el fenómeno zombie. Si bien el zombie rápido —más agresivo y violento— aparece más tarde que el lento y termina de establecerse en el mainstream con 28 días después (Danny Boyle – 2002), no supone una evolución definitiva del zombie en tanto que posteriormente a su asentamiento en la cultura de masas ambos tipos conviven en los productos de ficción, existiendo en el mismo marco temporal obras con una clase u otra de muerto viviente. Es habitual que se diferencie entre uno y otro denominando al “zombie lento” simplemente zombie y al “zombie rápido” como infectado, nombre que apareció tras la popularidad de 28 días después en la que los zombies son rápidos y la transformación en no muertos es fruto de la propagación de un virus que se transmite por la sangre.
La segunda clasificación clásica del zombie en los mass media es la que los separa antes y después de la llegada de George A. Romero. El zombie pre-Romero y el zombie pos-Romero. Taxonomía estrechamente relacionada con la de “zombies rápidos” y “zombies lentos” (o zombies e infectados). Los zombies anteriores a la llegada del director —e incluso sus primeros zombies— abarcan bastantes diferencias estéticas entre las diversas apariciones de los muertos vivientes, pero entre sus elementos comunes se destacan la individualidad y la “religiosidad”. Individualidad dado que esos primeros monstruos son concebidos más como predadores que como pandemia, siendo su presencia a pequeña escala: desde sujetos únicos —Herbert West: Reanimator (H.P. Lovecraft – 1922), I Walked with a Zombie (Jacques Tourneur – 1943) o Los muertos andan (Michael Curtiz – 1936), donde el protagonista es un zombie— hasta pequeños grupos o ejércitos de zombies —como en el caso de White Zombie (Victor Halperin – 1932)—. Y “religiosidad” pues aquellos primeros zombies lo son a causa de rituales vudú, magia, etc… siendo, más que zombies, cadáveres andantes. En este sentido el zombie pos-Romero sufre un proceso de zombificación que lo aproxima al concepto de zombie como figura propia —o a la concepción actual de zombie— en lugar del muerto viviente y que fue establecido por él mismo. El zombie pre-Romero está más cerca del fantasma, es un muerto que vuelve a la vida, mientras que con Romero el zombie es una entidad propia y más que un muerto que vuelve a la vida es un vivo convertido en zombie, al alejarlo de algún modo de la “muerte” es arrancado de su imagen religiosa y se vuelve algo más tangible —como un virus—. Esa nueva naturaleza infecciosa adquirida por el zombie romeriano se volvería una característica fundamental del no muerto moderno que lo aleja aún más de sus predecesores.
CATEGORIZACIÓN MODERNA DEL ZOMBIE.
Con más de tres siglos de existencia a sus espaldas entre los distintos medios —literatura, cine, televisión, videojuegos o incluso juegos de mesa…—, el uso (y abuso) del zombie en la cultura pop hizo necesaria una nueva categorización que permitiese clarificar de manera más detallada la posición del zombie —y sus distintas variantes— dentro del mainstream y la ficción actual.
Zombie vudú. A finales del siglo XVII aparece por primera vez el vocablo zombi en la novela autobiográfica Le Zombi du Grand Pérou, ou la Comtesse de Cocagne (Pierre-Corneille de Blessebois – 1697) aunque, lejos de hacer referencia al concepto de zombie actual o siquiera al de zombie vudú, en esta obra el autor aplicaba la palabra “zombi” a un espectro o fantasma. Con el transcurso del tiempo el concepto iría arraigando cada vez más en la cultura haitiana, estando ya en el siglo XIX estrechamente relacionado el zombi con los ritos vudús y la esclavitud.
Para entender la idea de zombie que se desprende del vudú es necesario considerar algunas nociones básicas de esta religión, como su concepción del alma como una dualidad separada en el Ti Bon Ange (Pequeño Buen Ángel) y el Gros Bon Ange (Gran Buen Ángel), y la existencia de los bokor (brujos capaces de contactar con los espíritus y llevar a cabo el proceso de zombificación). El primer tipo de alma —Ti Bon Ange— se corresponde con el cuerpo físico de la persona (cerebro, sangre, cabeza y conciencia del hombre) y el segundo —Gros Bon Ange— con la personalidad, la memoria y los sentimientos. Existen por tanto dos clases de zombi en la religión vudú: el incorpóreo y el corpóreo. El zombi incorpóreo equivaldría de algún modo a los fantasmas y espíritus familiares del folklore europeo; mientras que el corpóreo se circunscribe al zombi vudú clásico que ha trascendido en la cultura pop y al que el bokor suprime el Gros Bon Ange para llevar a cabo el proceso de zombificación corporal, anulando su voluntad y convirtiéndolo en un esclavo a sus órdenes.
Este arquetipo de zombi sería el presente en las primeras apariciones cinematográficas del zombie, como en las ya mencionadas White Zombie y I Walked with a Zombie, u otras como Revenge of the Zombies (Steve Sekely – 1943). Como elementos característicos de estas cintas, el zombie se encuentra esclavizado por un villano que lo ha creado y ha suprimido su voluntad, siendo el antagonista este villano y los zombies simplemente una herramienta a sus órdenes.
Posteriormente el zombie —que no el zombi— ganaría mayor relevancia con la irrupción del zombie pulp, que toma su nombre de las historias pulp1. Tanto este como el zombie vudú entrarían dentro del grupo de zombies lentos pero, pese a compartir elementos comunes —como la velocidad de sus movimientos—, supone un cambio significativo en la idea del zombie, abarcando su existencia tanto la categoría pre-Romero como pos-Romero y evolucionando sus características dentro del propio cine romeriano.
El zombie pulp es despojado de los elementos mágico-religiosos que lo acompañaban clásicamente en el vudú y es actualizado con problemáticas y preocupaciones contemporáneas como el miedo al avance descontrolado de la tecnología y la ciencia. Es así como en esta nueva hornada de ficción sobre zombies, los elementos que producen la transformación o resurrección de los muertos son la radiación —como en Night of the Living Dead (George A. Romero – 1968) donde los muertos regresan de la tumba a causa de las radiaciones de un satélite—, los experimentos de grandes corporaciones —como el desarrollo de armas biológicas en Resident Evil (Capcom – 1996)— o los virus —Braindead: Tu madre se ha comido a mi perro (Peter Jackson – 1992)—, entre otros elementos más propios de la ciencia ficción contemporánea que de la fantasía.

Pero aún es un individuo y un esclavo, volviéndose estos dos conceptos importantes para esta clase de zombie: se esclavizan individuos —personas—, no masas. El zombie pulp, al igual que su antecesor, sigue siendo creado por un amo reconocible pero se rebela despojándose de sus cadenas.
Como se ha explicado anteriormente, el fenómeno zombie supone una evolución constante en la que coexisten de forma paralela obras de ficción en las que aparecen zombies con distintas características que se mantienen o no en el tiempo hasta llegar a puntos en los que los cambios y alteraciones producidas podrían considerarse como la existencia de un nuevo tipo de zombie que la cultura popular ha asimilado con una serie de rasgos concretos que lo diferencian de otro punto clave anterior, y si bien el zombie vudú estaba claramente diferenciado en las posteriores revisiones del mito del zombie en la ficción establecer esa separación entre categorías se vuelve algo más complicado por las peculiaridades que comparten entre ellos y heredan de un tipo a otro de zombie.
Tal proceso ocurre en el paso del zombie pulp al zombie pos-Romero. Ese despojarse de sus cadenas acaba con el renunciar a la individualidad para fundirse con la multitud. Las hordas de no muertos empiezan a masificarse como en Dawn of the Dead (George A. Romero – 1978) hasta llegar al punto de conquistar el planeta por completo en Day of the Dead (George A. Romero – 1985), donde la proporción es de 1 humano por cada 400.000 zombies. En esta evolución el zombie encontraría una doble lectura: la del esclavo que se rebela contra aquel que lo esclaviza y en la que en cierta forma el zombie es el héroe que se alza contra el villano, y la del individuo contra la masa. Romero parece definir así el concepto de humanidad, mediante la individualidad, y tiene sentido: el zombie, que antes era una herramienta al servicio del auténtico villano y que luego se revolvía contra él, se convierte, con la llegada del cine romeriano, en el verdadero enemigo. Se termina de establecer su naturaleza infecciosa, creándose los nuevos zombies mediante el contagio en lugar de por obra de un único sujeto que recurre a la magia ritual o a experimentos de ciencia ficción, y aparece durante esa transición por primera vez la idea del zombie que se alimenta de cerebros —en Day of the Dead— y que se iría perdiendo conforme seguía su evolución el zombie pos-Romero. El ejército de muertos andantes es un enemigo masivo, pero al enfrentarlo contra el individuo pone en perspectiva que esa masa de cadáveres que se alimentan de carne humana en realidad está compuesta de personas, cada muerto era antes un ser humano con una personalidad, ideas, aspiraciones, etc… que ahora se han diluido en la masa, pero recordarlo hace que su muerte importe, que la de cada nuevo miembro, obligado a unirse a la fuerza a esa horda silenciosa, importe como los humanos que eran antes aunque ahora sea difícil no verlos únicamente como el enemigo.
Aunque es comúnmente aceptado que el zombie moderno es creado por George A. Romero, unos años antes a la obra del cineasta se publicaba Los pitufos negros (Peyo – 1963) donde estaban presentes estos nuevos elementos del zombie moderno: la mosca “Bzz” pica en la cola a un pitufo volviéndolo salvaje y tiñendo su piel de negro, reduciendo su vocabulario a la palabra “Gnap!” y su comportamiento a tratar de morder al resto de pitufos, los cuáles se vuelven también pitufos negros al ser mordidos.

Los zombies se convierten en el enemigo del siglo XXI —y la discordancia entre singular y plural es importante aquí, pues el enemigo no es el sujeto zombie por sí solo (y el cual en la mayoría de ocasiones no supone una gran amenaza cuando su número es reducido) sino su conjunto— con la llegada de Dawn of the Dead (Zack Snyder – 2004), remake/reimaginación de la obra de Romero que termina por conformar un nuevo tipo de zombie, el zombie splatter.
El muerto viviente pasa a ser un infectado en esa distinción clásica entre zombies rápidos y zombies lentos. Desde Romero a Snyder se traza una lectura anticapitalista con esas hordas de no muertos en un centro comercial que engullen y asimilan todo a su paso —ambas (la cinta de 1978 y su remake de 2004) tratan temáticas similares aunque la original está más ligada al capitalismo y la obra de Zack Snyder al consumo masivo y sin sentido—, apareciendo, además de la sátira social del consumismo —no por casualidad el escenario elegido es un centro comercial—, un nuevo contexto en el que la antigua figura del amo (clásica en el zombie vudú y el zombie pulp) es reconvertida como las clases pudientes, los ricos y poderosos, etc… para después despojarlos de todo su poder frente a la masa de zombies que se abalanza sobre ellos. Si la muerte lo iguala todo, los zombies son la encarnación de esa muerte, imposibles de detener por el dinero o la clase social —pese a que sus protagonistas se empeñen en ello como en Train to Busan (Yeon Sang-ho – 2016), traten de refugiarse en sus mansiones tal como Bill Murray en Zombieland (Ruben Fleischer – 2009), intenten recuperar el antiguo orden social y sus diferencias entre clases al igual que en Fido (Andrew Currie – 2006) o instaurar nuevas dinámicas y estratos sociales como en The Walking Dead (Robert Kirkman – 2010)— . Con el zombie splatter aparece una representación del zombie en la ficción capaz de poner al mismo nivel incluso a hombres y superhombres —DCeased (Tom Taylor, Trevor Hairsine & Stefano Guadiano – 2019).

Como elementos que terminan de diferenciar a este zombie splatter de sus predecesores se encuentran la violencia, la voracidad y el gore, siendo mucho más sanguinarios y explícitos. De ahí su nombre: splatter (salpicar), pues es un sujeto mucho más visceral y cuyas representaciones resultan más sangrientas en la ficción —quizás por el avance de la tecnología que permite una reimaginación de la violencia mucho más estética, quizás por un avance cultural más tolerante con el consumo de violencia explícita—.
El zombie splatter se vuelve más mainstream que nunca, no tanto por méritos propios sino por coincidir en el tiempo la imagen de esta clase de zombie con el momento en que “lo friki” —campo al que pertenece este “monstruo”— permea en la cultura de masas, llegando incluso a estar cerca de agotarlo. Se vuelve popular y omnipresente en la cultura pop impulsado por obras como Shaun of the Dead (Edgar Wright – 2004), The Zombie Survival Guide (Max Brooks – 2003), World War Z (Marc Forster – 2013) —adaptación de otro libro de Max Brooks—, o las ya mencionadas The Walking Dead, 28 días después o Zombieland, y disparando las apariciones de zombies en todos los medios.
Junto a iteraciones menos arriesgadas como Z Nation (Craig Engler y Karl Schaefer – 2014), el modo zombies en el mapa “Nacht der Untoten” (la noche de los no-muertos) de Call of Duty: World at War (Treyarch – 2008) o el DLC “Red Dead Redemption: Undead Nightmare” para Red Dead Redemption (Rockstar – 2010), aparecen otras propuestas más interesantes como la serie Dead Set (Charlie Brooker y Yann Demange – 2008) en la que el apocalipsis zombie ocurre mientras los concursantes de Gran Hermano están encerrados en la casa ajenos al levantamiento de los muertos, los cómics Marvel Zombies (Robert Kirkman y Sean Phillips – 2005) y DCeased (Tom Taylor, Trevor Hairsine & Stefano Guadiano – 2019) en las que los héroes de ambas editoriales son convertidos en zombies, o locuras tales como incluir zombies en la novela de Jane Austen con Orgullo, prejuicio y zombies (Seth Grahame-Smith – 2009), levantar un negocio para acabar con tus seres queridos transformados en zombies como hacía Juan de los Muertos (Alejandro Brugués – 2011), resucitar al ejército nazi en forma de zombies capaces de conducir tanques en Dead Snow (Tommy Wirkola – 2009) o pilotar tiburones zombies voladores manipulados genéticamente como en Sky Sharks (Marc Fehse – 2020), y hasta teniendo una presencia destacada en series de dibujos animados como en el episodio “Pánico en la Fiesta del Palacio” de Hora de aventuras (Pendleton Ward – 2010).
Pese a esta sobreexposición del zombie dentro del entretenimiento, los autores supieron reinventarlo y reinterpretar el fenómeno zombie de nuevas formas que no agotasen la fórmula, surge así el zombie consciente.
El zombie, que con los años se había ido volviendo cada vez más violento y masivo, empieza a recuperar su consciencia y con ello su individualidad. Primero simplemente recordando mecánicamente las costumbres que tenía cuando estaba vivo —como el zombie intentando abrir con las llaves la puerta de la casa donde antes vivía (The Walking Dead)— y luego recuperando el raciocinio, sus capacidades motrices y el habla —Dead Snow, Sky Sharks, Orgullo, prejuicio y zombies—. En este punto los no muertos, si bien han recobrado esa serie de habilidades, aún pertenecen a una masa; no obstante no son siempre vistos como el enemigo: la capacidad de razonar puede llevar al zombie inteligente a establecer alianzas que favorezcan su supervivencia y objetivos en lugar de lanzarse a devorar todo aquello que encuentre a su paso —en Dead Snow 2: Red vs. Dead (Tommy Wirkola – 2014) una división zombie del ejército soviético se enfrenta junto a los humanos a los zombies nazis—, o a seguir encarnando el papel de villanos como parte de esa masa pero adoptando roles protagonistas, como en Marvel Zombies donde los héroes zombificados conservan sus superpoderes e inteligencia, pero son impulsados por un hambre voraz que los lleva a consumir la carne de todos aquellos con los que se encuentran, pudiendo hasta planear y construir dispositivos para viajar entre mundos para devorar más civilizaciones con las que saciar su hambre.


Ese proceso de humanización del zombie en cuanto a sus capacidades se refiere, terminaría arrancando al zombie de la masa y devolviéndole su individualidad, lo que a su vez lo humanizaría, ahora sí, haciéndole recuperar aquello que podría ser denominado como “lo humano”. En este momento es cuando aparecen manifestaciones del zombie en las que el protagonismo pasa de “los zombies” a “el zombie” —entendido como individuo único— en obras que buscaban esta nueva perspectiva y que situaban al zombie como un sujeto positivo, como pueden ser iZombie (Diane Ruggiero-Wright y Rob Thomas – 2015), Memorias de un zombie adolescente (Isaac Marion – 2012) o los sketches de Pepe el Zombie (Berto Romero – 2011).
NUEVAS ITERACIONES DEL ZOMBIE.
Al margen de estas categorías del zombie que conforman una evolución más o menos nítida y lineal del fenómeno, existen reconstrucciones del mito que lo deforman y expanden de forma paralela a la vez que conservan sus aspectos más reconocibles, permitiendo hacer una lectura de ellos como zombies aunque no lo sean de manera explícita.
Así, encontramos estos ejemplos en los infectados/chasqueadores de The Last of Us (Naughty Dog – 2013) que difieren en su apariencia del zombie común —se vuelven completamente irreconocibles por el brote de protuberancias con forma de seta en sus rostros— pero, igual que los zombies, actúan de forma irracional contagiando mediante mordiscos la infección provocada por una cepa especial del hongo Cordyceps unilateralis; o los infectados del cómic Crossed (Garth Ennis y Jacen Burrows – 2008) que se convierten en maníacos masoquistas con alta tolerancia al dolor. Las personas que son infectadas en el universo de Crossed conservan todos sus recuerdos y capacidades humanas, que utilizan para realizar todo tipo de perversiones —tortura, homicidio, prácticas sexuales escatológicas, etc…—. Se diferencian también de los zombies en su imagen, apareciendo una cruz roja en la cara de estos pero compartiendo con los no muertos la forma en que la infección se extiende rápidamente por la Tierra a través de mordiscos, salpicaduras de sangre o prácticas sexuales; de fuera de Occidente también han llegado otras versiones del zombie como los Kabane de Koutetsujou no Kabaneri (Tetsurō Araki – 2016) —humanos convertidos en no-muertos agresivos que transforman a los demás en kabane si los muerden y que sólo pueden ser matados atravesando su corazón, que está protegido por una fuerte capa de hierro—; o los titanes de Shingeki no Kyojin (Hajime Isayama – 2009).

Aunque actualmente el zombie parece haber perdido representatividad en la ficción en relación a su pasado más reciente, su historia deja clara su capacidad de mutar y evolucionar como un virus para sobrevivir y renacer más fuerte y letal que nunca, y aun cuando su popularidad parece haberse visto mermada por otras criaturas dentro del entretenimiento, su figura parece seguir vigente en obras nuevas y de gran calado en la cultura pop como Days Gone (SIE Bend Studio – 2019), The Last of Us Part II (Naughty Dog – 2020), Resident Evil 3 (Capcom – 2020), la continuación y los distintos spin off de The Walking Dead o las nuevas propuestas y secuelas del género que salgan dentro del audiovisual.
1 Pulp: Historias de fácil consumo centradas en la acción y con personajes arquetípicos que hacen referencia al tipo de literatura que se publicaba en las revistas pulp del siglo XX y que toman su nombre del material que se utilizaba en su impresión.
Bibliografía
Ferrero, Ángel, & Roas, S. (1). El «zombi» como metáfora contracultural. Nómadas. Critical Journal of Social and Juridical Sciences, 32(4), 97-220.
Ortiz Fernández, Samuel. Historia y evolución del cine zombi (Philologica Urcitana. Revista Semestral de Iniciación a la Investigación en Filología Vol. 10. 2014)
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