Hace relativamente poco pude leer la tercera novela de Verónica Guerra, Parabellum, detective paranormal y rubia miope de confianza. En este caso Sergio Morán ha cogido de la mano a la detective y la ha llevado por una nueva senda: el camino largo, difícil y doloroso. Antes de ponerme con la novela decidí hacer un recordatorio y releer las anteriores, y de ahí nace este artículo: de lo que he visto claro cristalino al tener las tres novelas en las manos y ponerlas en relación. Que bajo la apariencia de novelas de fantasía detectivesca encontramos la verdad de las novelas de Parabellum: Verónica y su desarrollo como personaje. Prácticamente como persona.
Habiendo hecho mi Trabajo de Final de Grado sobre la novela criminal (y específicamente sobre la novela criminal de Sue Grafton), tengo bagaje al respecto. De hecho, como planteé en mi trabajo:
Hay diversas expresiones relacionadas con la idea general de este género. Algunas son novela policíaca, novela negra, novela de detectives o, el que se ha preferido utilizar en este caso novela criminal. Como expone Elena Losada en “Matar con un lápiz. La novela criminal escrita por mujeres” (2015, págs. 9-12), el sintagma novela policíaca hace referencia directa a la presencia policial, del mismo modo que novela de detectives hace lo propio con un detective. Generalmente se denomina novelas de detectives a aquellas obras de inicios del siglo XX, habitualmente situadas en la campiña inglesa, donde un detective aficionado ayuda a desentrañar un misterio. La llamada novela negra (hard boiled) es un subgénero muy concreto, que se desarrolla en el contexto de los años treinta en Estados Unidos, y tiene sus propias características (de este subgénero proviene la imagen del detective atormentado, el tipo duro que bebe licores fuertes y tiene una secretaria atractiva pero poco profesional). Por tanto, muchas de estas denominaciones pueden parecer incompatibles entre sí e incluso insuficientes para incorporar bajo una etiqueta similar a un grueso de novelas que comparten ciertas características, aunque no sean todas. La investigación en una novela, especialmente en la actualidad, puede ser llevada a cabo por una policía, por una detective, por una jueza, una periodista o una forense. Y tendrán diferentes características, aunque siempre hay un punto de unión en todas ellas: se ha cometido un crimen, que es el motivo de la investigación. Por tanto, el nombre de novela criminal, el término de origen anglosajón resulta el más adecuado para delimitar el género al que nos referimos de forma general. Como tales, las novelas del género tienen una estructura más o menos determinada, siempre con el crimen y la investigación, y de forma necesaria, el resultado de esta. El enigma debe quedar resuelto. Los límites del género son flexibles y plásticos, y permiten que se fusione con otros géneros, en todo momento con el límite de la realidad, por lo tanto las explicaciones deben ser lógicas y naturales. Además, al poner el foco de atención sobre problemáticas sociales, como son los contextos de crisis, también se la puede considerar una novela social.
Lo importante en la narrativa detectivesca es que, como señala Phyllis Dorothy James (2018, pág. 16) “debe haber un misterio central, y un misterio que al final se resuelva de manera lógica y satisfactoria […] mediante un proceso de deducción inteligente a partir de las pistas presentadas con picardía, pero sin engaños” y, además, cabe recordar que tras las novelas de detectives de los inicios, había una clara voluntad de restaurar el orden tras el caos que supone el crimen. Por otro lado, el hard boiled, de la mano de autores como Dashiell Hammett y Raymond Chandler, plantea “el desgobierno, la prohibición, la corrupción, el poder y la violencia” a los que los detectives se enfrentaban a su manera. De la mano de los escritores, los detectives de la novela negra no son introspectivos, sus historias se narran mediante acción y diálogos, y las figuras femeninas son presentadas como “seductoras de gran atractivo sexual vistas por el protagonista como una amenaza tanto para su código masculino como para la buena marcha de su trabajo” (James, 2018, pág. 85).
Hay un tema interesante en la novela criminal y es que es habitual que autores masculinos escriban sobre protagonistas masculinos, y que las autoras hagan exactamente lo mismo pero con personajes femeninos. Es menos habitual encontrar un caso como el de Sergio Morán, que escribe sobre un personaje femenino (y podríamos decir que desde un personaje femenino), y lo hace realmente bien. Es un personaje que no es una caricatura más que en el primer libro, donde ese efecto es exactamente el que se busca, y es una caricatura que conforme se realiza se desvanece, quedando únicamente lo que había debajo: Verónica Guerra, Parabellum. A partir de aquí, tanto en la segunda como en la tercera parte tenemos el desarrollo de ese personaje que se escondía bajo una caricatura de sí misma y de una detective. Juega a cumplir, pero también a rechazar, las expectativas sobre el detective de hard-boiled, igual que hacen muchos otros autores (igual que hace la misma Sue Grafton con su personaje Kinsey Millhone), pero en este caso, los problemas con los que los detectives se encuentran de forma mucho más anecdótica, a Verónica se le quedan pegados y pasan a formar parte de ella. El mundo paranormal no es mucho más peligroso que el normal para esta detective, porque las fronteras se desdibujan entre ambos territorios, y es ahí donde ella tiene que entrar en acción y donde se desarrollan los problemas con los que tendrá que lidiar. Los seres sobrenaturales tienen problemas mundanos, y cometen delitos graves y mundanos, desde su sobrenaturalidad.
La naturaleza de Verónica, que se ha creado una doble personalidad para sobrevivir siendo una persona aparentemente normal y una detective que se infiltra en el mundo sobrenatural, está en conflicto, igual que la realidad a la que se enfrenta. Está caminando en una frontera demasiado borrosa y demasiado fina como para saber qué terreno pisa, y eso implica que desarrolle problemas y que no sepa enfrentarse a ellos. Y que tenga que pedir ayuda. En El dios asesinado en el servicio de caballeros, entre accidentes descabellados y divertidos encontronazos, vislumbramos a Verónica tras la máscara. Mientras tiene lugar todo el teatro que es su vida, vemos que hay alguien ahí, y que ese alguien no es perfecto: Verónica toma una decisión que le complicará la vida, y pese a que lo sabe, no es capaz de evitarlo. A lo largo de Los muertos no pagan IVA, vemos cómo la máscara que Verónica lleva puesta, y sabemos que lo hace porque ya la hemos visto debajo, se empieza a romper. Se le resquebraja al mismo tiempo que ella pierde el control sobre sí misma, sobre sus emociones y sobre sus adicciones. Tiene que enfrentarse a los problemas y a las consecuencias de sus decisiones anteriores, y esas consecuencias son reales y duras. Son las consecuencias que cualquier persona tendría que afrontar en una situación similar. Pero como en la anterior novela, Verónica toma una decisión, que la hace empezar a cambiar. Y en Se vende alma (por no poder atender), de nuevo tenemos a la protagonista haciéndose cargo de las consecuencias de sus decisiones. Teniendo que rehacerse a sí misma y al mundo que la rodea, para poder seguir avanzando en su vida.
En las tres novelas encontramos un patrón: Verónica debe tomar una decisión para avanzar. Y en las diferentes disyuntivas que se encuentra, no hay una opción buena y una mala, porque Verónica, como buena detective, se mueve en un mundo de grises, no de blancos y negros. Y esas decisiones cambian su vida cada vez. Y por eso podemos ver que es el desarrollo de Verónica lo que mueve las novelas, y además lo que más importa: los casos que investiga son importantes en la medida en la que propician el desarrollo de la protagonista. La tercera novela pone en perspectiva precisamente esto: el crecimiento personal y los pasos a dar para alcanzar, si bien no la paz mental, al menos el equilibrio emocional después de un gran bache vital.

La dualidad Verónica Guerra/Parabellum resulta vital para la construcción psicológica del personaje, porque nos presenta dos facetas de la vida de Verónica, que ella cree firmemente separadas y que no es capaz de conjugar de forma orgánica. Al principio va a saltos, Parabellum parasita a Verónica y le quita la energía, el cuerpo y prácticamente la vida, y Verónica sobrevive a duras penas. Es la pasión por el trabajo llevada al extremo del detective cliché que no separa la vida profesional de la personal, pero desde un enfoque irónicamente realista en una novela de fantasía: no solo no es sano para Verónica vivir así, es un auténtico peligro. Dar rienda suelta a lo que se plantea como “su personalidad detective”, que ella entiende prácticamente como una persona diferente o un personaje de rol, la pone en peligro de forma inmediata y evidente (intentando unir los conceptos coche, volar y terraplén), pero también a medio y largo plazo de una forma un poco más sibilina (administrándose la adicción por el sencillo método de no administrarla en absoluto). Esa pérdida de control la lleva al límite, y una vez allí, Verónica por fin se da cuenta de que ella es ella misma todo el tiempo, y de que debe poner en equilibrio sus dos facetas, porque son dos caras de la misma moneda. Y no es un camino fácil, implica para ella un sacrificio constante de energía mental e incluso física, y sin embargo, Verónica pone en primer lugar su salud mental.
El recorrido del personaje en estas novelas es una cascada. La acompañamos en el caos de la corriente contra la que no sabe cómo luchar, acelerando en el descontrol, que la hace saltar al vacío. Una vez allí, empieza a caer, y la acompañamos en esa caída, en la que la gravedad la lleva la adicción, y no hace más que acelerar el impacto inevitable, provocando el vértigo en Verónica y el descontrol en Parabellum. Durante esa caída libre, ambas ven el que va a ser su final, y lo experimentan en igualdad de condiciones. Y una vez allí, una vez han llegado al final y han aterrizado de nuevo, toca seguir avanzando y reconstruir con esfuerzo y terapia, y las ondas expansivas que son las consecuencias de sus decisiones, que cuanto más se alejan, más grandes son, pero también más suaves. Todos los conflictos que Verónica tiene sin resolver se ven influenciados por el cambio en su vida, incluida su forma de vivir.



Para acabar me gustaría reflexionar un poco sobre lo que implica que se sitúe la salud mental como prioridad en estas novelas. Estamos en el siglo XXI y todavía estamos dándonos cuenta de hasta qué punto es importante visibilizar y aceptar lo necesaria que es la salud mental. No solo el ayudar a las personas que tienen algún problema (sea del tipo que sea), sino el elegir la salud mental en positivo. Se añade además que la salud mental femenina ha sido un tabú durante mucho tiempo, y que en este caso está planteada con mucho acierto y sensibilidad, y hay que reconocer no solo el esmero del autor sino de las lectoras beta y cero, que han hecho un muy buen trabajo ayudando a construir a una mujer que resulta creíble y verosímil incluso cuando se enfrenta a monstruos. Verónica tiene problemas y decide solucionarlos, y el camino de reconstrucción que recorre durante Se vende alma, es quizá lo más importante para el personaje, pero también para quien lee. Porque plantea que el proceso de (re)construcción de la salud mental no solamente es difícil, sino que merece atención y espacio en una novela. En este caso, que en una novela de fantasía y humor veamos a la protagonista, a la que conocemos bien por las novelas anteriores, trabajar en aquello que necesita, es un punto muy interesante y creo que constructivo. Siempre es interesante leer sobre seres sobrenaturales que hacen cosas, pero también es interesante leer sobre mujeres que se curan.
Bibliografía
Izquierdo, Nahikari (2020). Familia y construcción de la identidad en las novelas de Sue Grafton (TFG)
James, P. D. (2018). Todo lo que sé sobre novela negra (Talking About Detective Fiction). (M. Alonso, Trad.) Barcelona: penguin Random House.
Losada, E. (2015). Matar con un lápiz. La novela criminal escrita por mujeres. Lectora. Revista de dones i textualitat(21), 9-14.
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