No naces desde cero. No existe la tabula rasa en la construcción nuestro pensamiento. Están los genes y está el mundo. Está el cómo afectas a tus circunstancias y cómo te afectan ellas a ti. Todo predispuesto para crear vida.
Hablo de vida humana como hablo de un todo. Porque doy por hecho que nadie aquí va a saber lo que es vivir como animal. Desde nuestra percepción personal quizás hoy lo más importante sean unas oposiciones, o el estreno de una película. Nuestra cabeza puede estar ocupada por una discusión con unos amigos, o que tengamos miedo a que hoy una bomba caiga sobre nuestra casa. Es posible que echemos de menos ir a comer a un buen restaurante, o no hayamos tenido agua potable durante semanas.
Nuestro mapa del pensamiento, nuestra forma de percibir la vida, es algo completamente único para cada individuo, pero no del todo impenetrable. No vivimos en nuestro concepto de existencia, sino en el mundo. Un lugar físico y perceptible donde el todo es una suma de cada pequeña cosa que existe en él. Estás tú, estoy yo, está la composición del aire, y nos acompaña absolutamente todo lo que nos rodea. Repito: todo.
Me gusta estar de acuerdo sólo a medias con Emil Cioran. En su breve ensayo “Sobre Francia”, dijo que “podría ser que la civilización no fuera otra cosa que el refinamiento de la trivialidad”. No tendría nada que objetar si no fuera porque la decisión de qué es trivial y qué no suele ser peyorativa y sesgada. Mientras que Cioran consideraría fácilmente todo como una absoluta trivialidad donde nada importa, yo abogo por la perspectiva de que todo importa, nada es trivial.
La ironía que nos enlaza es que tanto él como yo venimos a decir lo mismo. Tras un malentendido de términos, estamos de acuerdo en que la civilización es un todo, un cúmulo de pequeños e ínfimos todos, que forma una vida común en la que participamos queramos o no. Aquí es adonde quería llegar y que me acompañarais. Cuando hablamos de política, justo al pronunciar dicha palabra, cualquier relato se torna más gris, menos apetecible de cara a un tránsito confortable por las conversaciones del día a día. En definitiva, es un tema difícil de digerir. Ya sea en una cena familiar, en la red social de turno, con esa amistad que a saber por qué conservamos, o incluso en debates internos que nos hagan dudar de si estamos en lo correcto. Y ni siquiera solemos tener en cuenta cuán diferente puede ser la forma de tratar un conflicto dependiendo del contexto social. No es que no nos guste la política, es que nos gusta la comodidad de nuestra perspectiva. “Si te tapas los oídos no hay ruido” parecemos pensar.
Te guste o no, formas parte de la red que lo une todo, y pretender no ver lo que ocurre no hará que deje de ocurrir; y además, tampoco te desligará de ello. Alcanzar una madurez significativa como sociedad debería conllevar una conciencia colectiva del funcionamiento de la misma. No estoy diciendo que cuando vayas a comprar la fruta le des la murga al trabajador de turno con tus opiniones sobre las declaraciones de no sé qué ministro. Deja a la gente trabajar en paz. Tampoco digo que dejes de ver Netflix porque el ocio es el opio y no sé qué historias.

La política es un entramado que une todos los engranajes que mueven nuestra sociedad. Omisión, indiferencia e ignorancia son acciones cuando se ejercen, y por lo tanto te hacen partícipe de la política, con o sin tu consentimiento. La información, ya sea en forma directa o a través de la transmisión de ideas por cualquier cauce, es un esfuerzo necesario para que nuestra perspectiva no se quede estancada y herrumbrosa ante un mundo que nunca cesa de evolucionar. La conciencia conlleva implicarse allí donde en teoría no lo haríamos porque no nos afecta, o eso creemos. El balance es la necesidad de seguir con nuestras vidas. Cada persona debe encontrar sus prioridades y no hacer de la política una exigencia, sino algo que fluya de forma natural de acuerdo a sus circunstancias, momento personal y, por qué no, intereses. La madurez es la forma en la que usamos todo lo anterior, algo que aprendemos con el tiempo. No hay que tener reparos para asumir y admitir que nuestras opiniones y actos deben fluir a medida que crecemos, adquirimos experiencia, conocimiento, nuestras circunstancias cambian y el mundo se transforma.
Sería descabellado no ser consciente de que, a pesar de que este mensaje tiene cierta atemporalidad, internet y el actual estado tecnológico de nuestra sociedad ha alterado la utilidad del conocimiento previo. Han cambiado los tiempos y las formas, tanto de los sistemas políticos como de las relaciones sociales entre individuos. Nuestra forma de vivir apenas puede llevar el ritmo de adaptación necesario para asimilar los nuevos contextos a tiempo de reacciones. Erramos a diario, pero el mayor error posible es olvidar que nuestra vida es política.
Espada y Pluma te necesita


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