No sabía si escribir este artículo. Porque no sabía realmente hasta qué punto era necesario lanzar al mundo mi opinión, especialmente al ser tan absolutamente negativa. He llegado a la conclusión de que, muchas veces, si lo que tienes que decir es una mierda, es mejor que te lo calles. Lo que pasa es que no todo el mundo piensa esto antes de abrir la boca, y así tenemos las redes sociales: hechas unos zorros.
Y después (después de mucho pensar, de comentar y de buscar segundas y terceras y cuartas y quintas y sextas opiniones), después he llegado a la conclusión de que a lo mejor, esto que tengo que decir sí merece la pena decirlo. Aunque sea negativo y sea, al final, darle más espacio a alguien que tampoco me parece que merezca muchas letras.
Me he leído Els angles morts, de Borja Bagunyà. Y me ha parecido un crimen, porque es una novela aburrida y ni siquiera tan aburrida como otras que he leído. No ha marcado ningún hito, no ha significado nada más que unas cuantas horas perdidas en mi vida, y una sensación de hastío anunciado. Es la novela de alguien que me ha dado clases y, francamente, me ha generado las mismas ganas de mirar el móvil que tenerlo hablando sobre una tarima durante dos horas. Pero, sorprendiendo a absolutamente nadie, este enfant terrible posmoderno (y digo esto con conocimiento de causa y sin ironía ninguna, usando las palabras a boca llena) tiene unas críticas increíbles. Y claro, cuando todo el mundo se deja la voz alabando a alguien, yo me siento un poco el niño viendo al emperador en calzoncillos. Que la novela es pretenciosa, y aunque intenta ser autoconsciente y hacerte un guiñito, y ser supermegaguay al final es como tener a un cómico blanco hetero de mediana edad haciendo chistes sobre cuñados: cariño, tú eres el cuñado. Y estás intentando hacer un jueguito con la novela, que no te sale… Porque esa novela eres tú.

No quiero ofender a Borja (bastante lo he ofendido ya pasando de su cara durante muchas de sus clases), pero tío. Borja, por favor. Borja, don’t. Borja, prueba otra cosa. Te aseguro que del querer ser guay también se sale. De hecho, estoy convencida de que podrías escribir cosas muy guays si dejaras de hacerte el guay para esa panda de niñatos intelectualoides, muchos de los cuales ya han cumplido los treinta. Son, como los gamergaitas y los incels, la lacra de la sociedad, por favor, no les hagas el juego.
Me siento en una posición un tanto extraña, porque por un lado quiero decir lo mal que lo he pasado leyendo esta novela, pero por el otro me resulta injusto y dañino ofrecer críticas meramente destructivas o tan absurdamente negativas como las que estoy harta de leer. Pero es que no me ha gustado nada. Creo que en toda la novela he encontrado una frase que me haya caído en gracia, y tardó ochenta y cinco páginas en aparecer. Me siento profundamente afortunada de que existan las bibliotecas públicas y no haber pagado un céntimo por este libro.
Si tengo que ser brutalmente sincera (y un poco mala, por qué no, y además un poquito escatológica), os tengo que decir que este libro es lo más parecido a que un señor te hable de cómo hace caca mientras hace caca. Quiero decir, te explica meticulosamente cómo funciona el sistema digestivo y qué piensa al respecto, mientras se sienta en ese trono de cerámica con los pantalones por los tobillos. Nunca usando la palabra “cagar”, o “pedo”, o “mierda”, pero tú sabes que está sentado, justo ante tus ojos, haciendo esfuerzos por… descomer. Además, puedes olerlo, no hay margen de error, pero lo ves darse tantos aires que piensas “bueno, es ridículo, pero si se siente bien con ello, quién soy yo para decirle nada” y le sigues el rollo, sin darle cuerda, pero dejando que se explaye. Y él se piensa que es muy inteligente, porque te tiene en el lavabo con él, mientras caga, teniéndote supuestamente en un limbo, porque nunca ha admitido abiertamente estar cagando, aunque le hayas visto limpiarse al acabar, y tú, que te has quedado ahí todo el tiempo (por no herir sus sentimientos, porque no sabes bien si está a punto de sacarse una navaja del ojete, si al final todo esto va a ser una cámara oculta muy bien montada o sencillamente al final resulta que caga arcoíris y purpurina, todo puede ser a estas alturas, que te estás empezando hasta a marear), a sus ojos te has quedado porque lo que él decía era importante e interesante para ti, y se cree inteligentísimo con sus maniobras. Pero al final del día, él ha cagado dándose importancia, tú lo has sabido todo el tiempo, y te has quedado viendo a una persona en un momento francamente extraño, porque las reglas del juego social no te han acabado de explicar qué hacer con la gente que quiere compañía mientras caga poniéndose filosófica sin tener derecho sobre la vida y la muerte de sus súbditos. Porque, y esto me parece importante, si estuviéramos hablando de un rey, de Luis XIV, llevándote a su toilette a primera hora de la mañana para hablarte de cotilleos de la corte mientras libera su intestino, no habría problema ninguno. Sería un gran honor acompañar al monarca en esos momentos tan íntimos, por obra y gracia del contexto histórico y social. Pero cuando el que lo hace es un tío totalmente normal en 2021, que se da los mismos aires que un rey que murió en 1715, como poco piensas que es imbécil, cuando no te dan ganas de meterle la cabeza en el váter porque te está tratando de imbécil a ti y de forma completamente gratuita (si es que no te ha cobrado por ello).

La forma que tiene de narrar es coherente, pero desesperante. No tiene por qué ser algo malo, pero si tus personajes son insufribles, la forma de narrar es desesperante, y la trama en realidad trata de ver cuánta chapa puedes aguantar, pues no sé bien qué hago aquí. Es como una sesión de cardio en la que solo hay un ejercicio de calentamiento. Durante tres horas. Son tres horas de mi vida que puedo pasar haciendo de canguro, me cansaré lo mismo, pero al menos me pagarán al acabar. En cuanto a la construcción de personajes, no. No por ser mujer tengo la verdad absoluta sobre cómo ser mujer, de hecho estoy investigando el tema porque al parecer no hay forma de ponernos de acuerdo, pero parece bastante claro que Borja ha sabido construir una no-mujer de forma tan increíble que me sorprende no haber encontrado ninguna escena en la que se mire al espejo y describa la forma de sus pechos (aunque hay una escena en la ducha bastante bien salvada a este respecto). La secundaria de lujo (me niego a llamarla coprotagonista o protagonista porque para eso debería tener al menos el mismo espacio mental que su marido y no lo tiene ni lo aparenta), se construye a base de un montón de acciones medio aleatorias que no acaban de quedar claras, y acaba siendo una manic pixie dream girl que ya no es girl, porque tiene años y posición social para entenderse como mujer. El protagonista ni siquiera me merece atención porque es la sobreconstrucción de un personaje que, en el fondo, es un hombre mediocre más que se cree la ostia en verso, y de esos estoy honestamente bastante cansada. El sobrino es probablemente el único personaje que parece un poco verosímil… Y es un fuckboy.
Veo de verdad a toda la gente comentando que es una joya narrativa y pienso que a lo mejor mis gustos son sencillamente diferentes (para qué si no hay tantos géneros entre los que escoger), que es que tengo cruzado al autor, que no me he asomado al libro con la mirada limpia y pura de una niña, o que al final, la novela es una birria, al menos para mí. Y no habría dicho nada sobre esto si no fuera porque tengo un papel que me valida para hacer estos juicios, para decir “en mi opinión, este libro no es para tanto”, y creo que ese (este) es el mejor punto de esta novela, el segundo bueno que tiene a mis ojos: está haciéndome pasar un autoexamen para validarme como crítica. No ante los ojos de los demás, ante los míos.
El primer punto bueno que tiene esta novela es que, igual que este artículo, se termina.
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