No estoy segura de qué plato de comida es Carcoma. Uno de mis nuevos platos favoritos, eso seguro.
Carcoma es una novela que he leído mientras he sentido que ella me leía a mí. Cada vez que cerraba el libro yo, que soy mujer de tensión baja, sentía uno de esos mareos que me dan a veces, como cuando me bajo del metro tras un trayecto especialmente largo, pero no un mareo malo como esos, físicos y desagradables que me dejan medio incapacitada para nada que no sea boquear. Un mareo diferente, como si la novela hubiera convertido mis órganos en masas de aire, cada uno con una densidad diferente, y se hubieran liberado mientras leía, bailando y jugando a su libre albedrío, y al dejar de leer no supieran del todo cómo volver a su lugar. Es una sensación que he sentido antes al leer, pero pocas veces. Cuando algo me coge con un gancho las entrañas de esta forma, podría adivinar quién ha sido incluso sin leer su nombre en la portada, porque no han sido tantas, y las conozco bien.
Pero Layla Martínez no es Emilia Pardo Bazán y no es tampoco Mercè Rodoreda. Lo sé porque no me ha servido una bebida caliente mientras se aseguraba de que estaba entendiendo todas las cosas que me explicaba, intentando que no me fijase en lo que había al fondo de la taza entre mis manos, y tampoco me ha sacado las tripas para enseñármelas y pegarles un bocado antes de metérmelas a la fuerza otra vez. Layla Martínez se ha ido cambiando dos máscaras y mientras me hablaba, me he tomado toda la mala sopa que me había servido, y he pedido otro plato, por favor.



Sé que me gustan las novelas donde se explican las historias de las familias, las consecuencias de cada acto de amor y de cada gesto de odio, y me gusta ver que los accidentes de unos repercuten en la psique de los otros, aún décadas después. Me gusta saber que todos vemos muertos a veces, que se nos revuelven las tripas al mirar objetos que otras manos han tocado antes que las nuestras. Me parece que tiene mucha más verdad y mucha más sabiduría que ninguna otra cosa. Esta novela habla de la familia, de los espacios físicos en los que vivimos y de los espacios psicológicos que ocupamos, de los lugares que no existen y de las ausencias que existen y están ahí. En todo momento das la mano a la experiencia que busca venganza y que guarda rencor, te abrazas a ese odio que sale de dentro y a esa esperanza de que algo se pueda hacer siempre, de que siempre haya algo, alguien un poquito menos aquí y un poquito más allá que vaya a sopesar tu carcoma en sus manos y a valorarla. Ese alguien suele ser la familia que tenemos cerca.
Carcoma es una de esas novelas que no podré leer nunca más por primera vez… Pero que estoy deseando leer de forma recurrente, porque sé que va a ser una de esas comidas de las que nunca voy a cansarme. Ni siquiera cuando el camarero no me pregunte qué quiero y directamente me la sirva. Qué le hago, soy de gustos fijos.
Espada y Pluma te necesita


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