If the world of men is to survive, a Targaryen must be seated on the Iron Throne. A king or queen. Strong enough to unite the realm against the cold and the dark».
La Casa del Dragón comienza con la solemnidad de un relato que se convertirá en leyenda. Una voz en off narra mientras vemos el Gran Consejo de Jaehaerys El Conciliador, con el que se dictaminaría al sucesor al trono. Tras ello, unas sencillas letras sobre fondo negro que dicen así: “172 años antes de Daenerys Targaryen”. Estamos en otra época, previa a la Canción de Hielo y Fuego, a la batalla entre lobos y leones. Nos encontramos en una de las épocas de mayor esplendor de Poniente y la casa que unificó dicho continente: los Targaryen, una casa valyria de rancio abolengo, jinetes de dragón, conquistadores por naturaleza, dominadores de las armas y el fuego.
Si Juego de Tronos era una narración policéfala, con innumerables identidades y conflictos, La Casa del Dragón es un relato mucho más centrado, que ocurre en unos límites muchos más concretos. El rey Viserys Targaryen, afable, magnánimo y rehuidor del conflicto, carece de sucesor. El Gran Consejo, donde los nobles de Poniente votaron, dirimió que debía ser un varón el que sucediese a su predecesor, y no una mujer, por muy primogénita que fuese. Ahora Viserys ha de elegir: o designar sucesor a su hermano, Daemon Targaryen, un guerrero temible, orgulloso y fuerte, pero también peligroso y egoísta; o designar a su primogénita, la princesa Rhaenyra, una chiquilla inteligente, poco estimada por su sexo. Se atisba la autodestrucción de una familia, una carnicería entre dragones; un conflicto cortesano donde entrarán en juego los intereses de las grandes familias para engrosar su poder; un choque de legitimidades y legalidades. Las semillas de la guerra se siembran en tiempos de paz, y es en este primer capítulo de La casa del dragón donde se atisban los primeros brotes.

La Casa del Dragón sigue un camino independiente de Juego de Tronos, pero reconocemos las calles, los blasones, los patios y salas de la Fortaleza Roja, el arciano que luce en el bosque de los Viejos Dioses; más allá de eso, reconocemos el tratamiento visual, los temas de Ramin Djawadi, la franqueza a la hora de tratar la violencia y el sexo, y los poderosos diálogos entre personajes, que suelen convertirse en juegos de ingenio y vehementes batallas. Las vísceras y la inteligencia forman un tapiz reconocible, un mundo por el que ya hemos transitado. Aunque pisamos ahora terrenos de leyenda; el tono de La Casa del Dragón es algo más ominoso y majestuoso que el de Juego de Tronos.
El sentido estético y simbólico de este capítulo es fascinante. Poniente vive una época de esplendor y la identidad visual de la serie lo deja claro. Se aprecia la majestuosidad de los torneos y los nombramientos, la inmensidad de las estancias de la Fortaleza Roja iluminadas con antorchas que no vacilan un instante, la solemnidad de la sala del consejo, el terror del trono de hierro, peligroso e imponente, las complejas y fascinantes armaduras y los delicados vestidos de filigrana dorada. Los dragones vuelan Desembarco del Rey con normalidad y duermen en Pozo Dragón bajo el amparo de sus cuidadores. En Poniente hay casi dos decenas de poderosos dragones, bestias que podrían comerse un elefante, y que son el símbolo inequívoco de la enormidad de la casa Targaryen.



Los personajes ya son definidos desde el principio por sus actos y sus palabras. Daemon Targaryen, candidato al trono y capitán de la Guardia de la Ciudad, muestra una presencia incomparable desde el primer momento, a caballo entre el miedo y la fascinación. Un personaje orgulloso, ambicioso, temible y falto de escrúpulos, capaz de enfrentarse a la caterva de maquiavélicos consejeros del reino. Otto Hightower, la mano del Rey, personaje que será fundamental en el desarrollo de la trama, un hombre dispuesto a usar su inteligencia por el bien del reino, o de su casa, en función de qué sea más importante en cada momento. Rhaenyra ya desborda personalidad; parece una dragona incontenible, de férreas ideas y palabras afiladas. Viserys no parece un rey que destaque por su fuerza, lo que le puede hacer ser manipulado y tomar decisiones equivocadas, pero parece un rey humano, defensor de los suyos, directo y conciliador. Otros muchos personajes se dejan ver en el capítulo, que terminarán por alinearse en uno u otro bando y jugarán papeles fundamentales en el devenir de la Danza de Dragones.

Probablemente, la calidad audiovisual de este capítulo le podría hacer ganarse un puesto entre los mejores de Juego de Tronos. No es casualidad que sea Miguel Sapochnik el encargado, director de algunos de los mejores capítulos de la serie hermana, como La Batalla de los Bastardos o Vientos de Invierno. Se nota una fluidez narrativa y un cuidado en las imágenes, una maquinaria operando por encima y por debajo de una historia que construye este tono de leyenda del que, esperemos, no se despegue la serie.
Y el episodio termina con Viserys llamando a su hija, recién nombrada sucesora, a una cámara con un aura mágica e imponente. La luz de miles de velas rodeando al rey y la princesa, y sobre ellos el cráneo de Balerion, el terror Negro, el dragón más grande nunca habido. Aegon el Conquistador, el primer rey Targaryen, vio la amenaza que posteriormente sucumbiría a Poniente en la oscuridad, proveniente del lejano Norte, más allá del Muro, le dice el rey a su sucesora. Así conversa la Danza de Dragones con la Canción de Hielo y Fuego, como la profecía cumplida encerrada en la leyenda.


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