Ejercicio literario: Es un cuento escrito para entenderse únicamente cuando se lee el título. El título está al final del cuento.
Érase una vez, cuando el tiempo aún tenía ojos y la gente miedo, una mujer muy bella que se decía de ella que salía de noche a pasear por el pueblo. Aún no existían las grandes casas, ni las pequeñas calles, ni los jardines siquiera, ni los libros. Se decía de ella que amaba a la luna, y que por eso salía cuando la primera estrella se asomaba en el cielo, pero lo cierto es que simplemente veía en los ojos del astro una tierna melancolía del pasado.
La señora S, como la llamaban los primeros hombres, había empezado siendo una tímida niña que se escondía entre los árboles y las personas cuando el sol se alzaba en el cielo. Muy en el fondo, a la pequeña S. siempre le había gustado el sol, pero cada vez que intentaba hablar con él, su cuerpo temblaba tanto que parecía irse volando. Por esta razón, siempre que salía de casa se escondía bajo los reflejos del agua de las fuentes, bajo las cornisas de las casas o bailaba con el viento bajo las hojas de los árboles. La pequeña S. creció feliz y contenta, llena de amigos que jugaban con ella a ser estatuas y cantaban canciones animadas con el ritmo de las palmas.
Durante una noche de verano, en la que S se sentía exuberante, un anciano y su hijo decidieron acampar a las afueras del pueblo. Aquella noche S vestía un enorme traje hecho de luciérnagas, silencio y estrellas, pero un leve brillo que emanaba de la mano del anciano la encandiló. Dentro de un fanal alambicado en forma de pequeña cúpula, el anciano mecía al sol como si fuera un niño dormido. S se sorprendió de que el sol, tan grande y orgulloso, le hubiese concedido a un hombre la posibilidad de ser apresado, pero al mismo se sorprendió de contemplar tan bella figura sin temor a desaparecer volando.
Sus ojos parecían instantes de noche y sobre las crestas de su llama crecían pétalos de fuego. Acurrucado sobre un lecho de cera blanca, el sol dormía ante la curiosa mirada de la joven. Los hombres, tan frágiles y temerosos, nunca habían tenido el valor de pasear de noche por el pueblo. Cuando la luz del cielo los abandonaba, ellos acudían raudos a sus hogares y cerraban los ojos pensando en las terribles cosas que su imaginación podría hacerles ahí fuera. Sin embargo, era la primera vez que S veía a un hombre fuera de su hogar, al abrazo de la noche y sosteniendo, sin pesar, al sol entre sus manos.
Fue así como la joven se les acercó y, decidida a acompañarlos, se recostó sobre el tronco vacío que envolvía el fanal del anciano. Este le empezó a contar al joven cómo había conseguido encantar al sol, pues era músico y con las cuerdas de su lira había enredado los dedos del orgulloso astro. También le contó cómo consiguió que se metiera en el fanal y cómo habían empezado a ayudarse mutuamente, el sol cuidándolo y el anciano durmiéndolo. Y la noche cruzó el cielo como un gran pájaro y el sol se fue escurriendo cada vez más por entre las rendijas del fanal, como si emanara las historias de su dueño. Pero poco antes del alba, en ese momento en el que no queda mucho para que la última estrella baje del cielo y en el que las flores aún no han abierto el camino del mundo, el anciano y el joven se durmieron al abrigo del rocío.
—Jamás había podido dirigirme a ti, Sol. —suspiró la joven como si fuera un sueño.
—Jamás te había visto tan de cerca —le contestó—. Me alegra verte por una vez, sin esconderte de mis manos y mis crestas.
—Siento que vuelo y me deshago en aire cuando intento amarte, Sol.
—Quizá pueda haber solución.
—¿Cuál? Dímela, por favor.
—Cuando yo duerma recogido entre las cuerdas de la lira, mira a mi hermana Luna y verás en ella la luz que te encandila.
—Pero Luna es fría, y tú eres cálido.
—Entonces recuerda esta pequeña caricia que hoy te entrego.
—Y cuando mire a la luna recordaré nuestra parte de noche.
—Y cuando mires a la luna recordarás nuestra parte de noche.
Y desde entonces, cada noche, cuando el primer astro se asoma entre los pétalos de espuma de las nubes, la señora S se viste de luciérnagas, silencio y estrellas para ver en la Luna los ojos y el recuerdo de su amado.
Espada y Pluma te necesita
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