A finales de la década de los 60 y principios de los 70, en el breve periodo de un lustro (1968 – 1973), se estrenaron en los cines lo que a posteriori se conocería como la trilogía fundacional del folk horror. Witchfinder General (Michael Reeves – 1968), Blood on Satan’s Claw (Piers Haggard – 1971) y The Wicker Man (Robin Hardy – 1973), conocidas en español como Cuando las brujas arden (o El Inquisidor), La garra de Satán y El hombre de mimbre, inaugurarían un nuevo tipo de terror forestal que transita de lo urbano a lo rural.

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Estas películas, provenientes todas de Reino Unido, coincidían en el tiempo con un momento de tensiones significativas para el país en el que las estructuras del Estado de Bienestar establecidas tras la Segunda Guerra Mundial y su viabilidad futura estaban siendo cuestionadas. Factores como la crisis económica, la inflación, el conflicto en Irlanda del Norte o los problemas en algunas industrias como la minera —entre otros— acabarían desembocando en las protestas sociales a finales de la década de los 70 conocidas como “el invierno del descontento”, cuestiones todas que terminarían por verse reflejadas de algún modo en la producción cinematográfica de Gran Bretaña, especialmente en esa nueva corriente del terror en la que aparecían elementos como el folklore sobrenatural y las supersticiones que mostraban una sensación de desconcierto, pérdida de la identidad y desafío al orden establecido similar al que se vivía socialmente en un país que atravesaba una época convulsa de rechazo a la autoridad política y religiosa, y que ocurrían en una vuelta al paisaje rural donde entraban en conflicto la vida moderna y urbana que parecía resquebrajarse frente a las comunidades y tradiciones paganas de una época más estable a las que el pueblo se entregaba ante la ansiedad social de un futuro incierto.

Esa colisión entre el tiempo de la civilización, siempre en progreso, constante y lineal, frente a los comportamientos cíclicos de la naturaleza en los que se nace, muere y renace igual que lo hacen las estaciones, puede lucir como uno de los elementos discordantes capaces de causar el terror dentro del folk horror. Pero quizás esa visión de la civilización occidental en la que el tiempo es lineal y siempre progresa es eso, una visión, un espejismo del capitalismo cuya realidad es colapsar en crisis cada determinados años y cada vez de forma más acelerada.

Es posible relacionar la aparición de este cine con la situación que vivía la sociedad inglesa por aquel entonces, pero de vuelta a la actualidad parece señalarse una nueva ola de folk horror, un nuevo renacer del terror rural respaldado por propuestas como The Witch (Robert Eggers – 2015) y especialmente Midsommar (Ari Aster – 2019), que parece marcar el punto álgido en el uso de un término como el de folk horror, el cual comenzó a popularizarse décadas después de los estrenos de esa trilogía fundacional pero que en los mismos años 70 ya apareció en relación con Blood on Satan’s Claw utilizado por el escritor Rod Cooper en un artículo publicado en Kine Weekly donde definió a la cinta de Piers Haggard como “un estudio de terror popular” (“a study in folk horror”).

Esa segunda ola, situada por muchos en la década de 2010, no es tal si se tiene en cuenta que tanto el uso de dicha etiqueta como las producciones que pueden abarcarse bajo esta no dejaron nunca de llegar, como un goteo más o menos constante o bien de textos y artículos sobre el terror rural y demás bifurcaciones, o bien de películas lo suficientemente alejadas y diferenciadas entre sí como para constituirse como piezas individuales hasta ser rescatadas posteriormente precisamente por esos textos y artículos acerca del cine de terror como parte de un corpus del folk horror.

Da la impresión de que esa producción continua de obras enmarcadas dentro del folk horror podría estar vinculada de alguna manera con el contexto sociopolítico actual, de la misma forma en que se podían establecer conexiones entre la trilogía original y las circunstancias de la sociedad inglesa en los años 70. Si la modernidad —líquida— se caracteriza por la transformación acelerada del mundo presente y el “derretimiento” de las viejas estructuras, antes seguras y predecibles, en un proceso de individualización de la sociedad en paralelo a las políticas neoliberales 1 —igual que en Reino Unido durante los años 70 las viejas estructuras y el Estado de Bienestar fueron cuestionados—, parece lógico que el folk horror, como reflejo y refugio de un sentimiento de pérdida de la identidad y terror ante el desconcierto, el cambio y la desconfianza constantes en las instituciones, experimente ese goteo ininterrumpido de obras en lugar de un momento puntual de resurgimiento como una segunda ola.

Vivimos tiempos interesantes, que decía el refrán. Los capítulos trascendentales, al igual que las generaciones, se han acortado de tal modo que los momentos históricos se suceden de forma casi constante —o quizás las segundas se han acortado a causa de los primeros—. El “sueño americano” hace años que estalló en mil pedazos, las certezas de la era moderna nos han fallado y tal vez esa incertidumbre es la que ha llevado, acompañada del trabajo de medios y actores interesados, a la expansión de ideas negacionistas, la vuelta a creencias absurdas, agendas ocultas y demás conspiraciones que encuentran ecos en el terror actual, en especial en el folk horror, donde se plasman algunos de los miedos presentes en la sociedad, se representan historias en comunidades que se encuentran en los márgenes, apartadas de las violencias y las crisis del mundo moderno, etc.

Desde esa primera trilogía fundacional, el folk horror ha estado íntimamente ligado con Reino Unido y la campiña inglesa. De aquellas tierras llegaron obras en forma de episodios para seriales televisivos de la BBC tales como Ghost Story for Christmas: The Ash Tree (Lawrence Gordon Clark – 1975), Ghost Story for Christmas: A Warning to the Curious (Lawrence Gordon Clark – 1972) o Play for Today: Robin Redbreast (James MacTaggart – 1971) y películas como The Company of Wolves (Neil Jordan – 1984), Wake Wood (David Keating – 2010), The Borderlands (Eliot Goldner – 2013), A Field in England (Ben Wheatley – 2013), The Ritual (David Bruckner – 2017), The Other Lamb (Malgorzata Szumowska – 2019) e incluso miniseries como Children of the Stones (Peter Graham Scott – 1977), y lógicamente Hollywood ha recogido el testigo de este distintivo con cintas como las mencionadas The Witch y Midsommar, pero cabe preguntarse si existe el folk horror fuera de estos lugares y más concretamente si existe algún tipo de tradición cinematográfica que pudiera considerarse folk horror español, para lo que será necesario primero definir qué es el folk horror.

FOLK HORROR: NOTAS PREVIAS

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Aunque la expresión “folk horror” fue utilizada por primera vez en 1936 por Oscar James Campbell en su artículo “The Biographical Approach to Literature” (“Un acercamiento biográfico a la literatura«) para el periódico English Journal, el académico estadounidense, conocido por sus estudios sobre Shakespeare, usó este término para referirse a Wordsworth y la influencia que las baladas de Bürger tuvieron en su obra. Así, Campbell entendía el folk horror como una vuelta a los orígenes de la literatura gótica, definición que dista de las connotaciones con las que resurgiría el concepto tiempo después por parte del antes mencionado Rod Cooper para hablar del folk horror en Blood on Satan’s Claw.

Tras esa acotación algo más concreta por parte de Rod Cooper a lo que se entendería más adelante como folk horror, en 2007 Jonathan Rigby emplea esta denominación para hablar de Puritan Passions (Frank Tuttle – 1923) en su libro American Gothic: Sixty Years of Horror Cinema (Jonathan Rigby – 2007) y unos años después —en 2010— sería recuperada y extendida en el documental para la BBC A History of Horror with Mark Gatiss (Mark Gatiss – 2010) en el cual Jonathan Rigby actuó como consultor 2.

Si se revisan algunos de los artículos sobre folk horror escritos en los últimos tiempos, estas son algunas de las definiciones que se emplean para hablar de él:

Se define el folk horror como subgénero del terror en el que aparecen elementos tradicionales de una cultura para provocar miedo en la audiencia. […] El folk horror se caracteriza por la ambientación rural, con un espacio de vegetación o montañas que recalca la presencia ominosa de la naturaleza, la sensación de aislamiento y soledad de nuestro protagonista y su alienación respecto al escenario y otros personajes. Los habitantes de la zona son inquietantes, tienen un sistema moral distinto al del protagonista y la audiencia, mantienen una extraña relación con la religión cristiana y aún llevan a cabo rituales paganos” 3.

El horror folk es la manifestación en pantalla de la literatura que se ha volcado en el género fantástico, con sus cuentos ambientados en casas de campo solitarias, aldeas y paisajes románticos de ruinas, páramos y comunidades que todavía observan religiones paganas, las que incorporan el folclore de druidas y celtas, las construcciones megalíticas, las leyendas y ritos de cosechas y fertilidad, etc. Por encima de todo, siempre domina la presencia de la naturaleza como una amenaza literal y metafórica, un lugar que alberga espíritus que acechan al hombre, presencias peligrosas e indefinidas que pueden tener hasta un origen cósmico 4.

Estas tres películas sentaron una serie de elementos que distinguen al Folk Horror: el primero relacionado con la importancia del paisaje, lugares aislados y agrestes, ya sean densos bosques primigenios y umbríos, escenarios rurales, paisajes campestres de verdes y suaves colinas (típicos de la campiña inglesa, galesa, escocesa o irlandesa); el segundo elemento es el aislamiento físico y mental de los actantes, separados de su civilizado mundo social o sitos en una comunidad que encarna otro sistema ético y de creencias; y el tercero es el elemento sobrenatural. De este modo en esos espacios naturales se desatan acontecimientos ominosos o sucesos perturbadores relacionados con la antigüedad pagana o los ritos ancestrales que perviven: brujería, chamanismo, sacrificios humanos, animismo, sectas5.

El acervo tradicional folklórico, las leyendas y mitos que existen en el pasado de la humanidad, los cultos paganos, los rituales de sacrificio, la colisión entre la modernidad urbanita y el primitivismo rural, son, sin duda, una parte de los cimientos sobre los que se asienta el concepto de folk horror. Un horror que se produce en el choque de la vida moderna y urbanita con las tradiciones y cultura ancestral.

Lo urbano y lo rural. El nihilismo y la sabiduría popular. El agnosticismo y cultos olvidados y paganos, seres superiores que no conocen el bien y el mal. Sociedades grandes, cultos pequeños y cerrados6.

(Un) subgénero del Terror Religioso, concentrado tanto en los viejos rituales folkclóricos de áreas rurales aisladas como en la fe organizacional y las manifestaciones divinas” 7.

Horror rural, también conocido como horror folk, define un estilo de terror en el que se conjuran paganismo, rituales y horribles secretos” 8.

Como puede verse, un gran número de definiciones parecen coincidir en elementos tales como la presencia de comunidades aisladas en paisajes rurales y campestres donde la naturaleza tiene un gran peso, la religión y lo sobrenatural —o al menos la creencia en ello— acompañados de rituales y cultos, las tradiciones, mitos y leyendas y los secretos.

Los elementos mencionados suelen estar presentes en mayor o menor medida, pero parecen más una extracción directa de los lugares comunes en las obras más representativas del folk horror —como la trilogía fundacional o Midsommar— que un listado real de los elementos repetidos a lo largo de las décadas hasta conformar lo que podría entenderse hoy día como folk horror, pudiendo quedar excluidas aquellas obras que, por querer distinguirse dentro de este, han jugado con sus límites o que dichos límites ni siquiera existiesen en su momento.

Además, la reproducción de ciertos tropos habituales en el género y subgéneros del terror puede dificultar la tarea de distinguir el folk horror de géneros como el fantástico, o las películas de brujas o vampiros. Y quizás es necesario tener en cuenta otras clasificaciones y otro tipo de detalles, tal vez más intangibles, a la hora de definir el folk horror. El tipo de paisajes rurales y vida campestre, que por los orígenes ingleses del folk horror se asocia normalmente a entornos verdes y boscosos, no excluirá por ejemplo a una cinta de folk horror que se desarrolle un verano en el sur de España, donde los escenarios tendrán más que ver con el sol, el calor y la vegetación reseca, si estos páramos resecos son igual en importancia a sus homólogos de Reino Unido. Del mismo modo, una película originaria de y ambientada en India o Japón por ejemplo, donde el cristianismo no ha sido la religión predominante, puede transmitir las mismas sensaciones que el folk horror tradicional respecto al paganismo aunque la religión mayoritaria que aparezca sea una que desde Inglaterra se consideraría pagana.

FOLK HORROR: UNA DEFINICIÓN

Probablemente sea preciso empezar simplificando la cuestión y partir desde lo más sencillo como es la propia nomenclatura del folk horror. De este modo, la primera cuestión —por más factible— es ese “horror” del nombre: el folk horror será, siempre y necesariamente, cine de terror cuyo objetivo será causar miedo, angustia o incomodidad al espectador. Las formas podrán cambiar, pero uno de sus pilares básicos será la búsqueda de estas sensaciones o al menos la inclusión de temas propios del terror. Por tanto, una obra que incluya los elementos que definamos como características básicas del folk horror en principio no debería ser parte de este si, por ejemplo, es una comedia.

Lo siguiente y más complejo es acaso el concepto de “folk debido a su “intangibilidad”: es el folklore, son las tradiciones, leyendas y costumbres de un pueblo —entendido como un grupo concreto de personas que comparten dicho folklore—, son sus creencias, sus rituales, su cultura material e inmaterial, aunque no necesariamente tiene por qué reflejar una cultura del mundo real.

Esta irrupción del “folk” hace que, eventualmente, en la búsqueda de una definición para el folk horror que pueda abarcar obras más alejadas de la estética de aquella primera trilogía, sea conveniente considerar para esta categoría cinematográfica dos vertientes distintas dentro de la misma: folk horror intrópico y folk horror extrópico.

Así pues, aunque los conceptos de folk horror intrópico y folk horror entrópico pudieran ser intercambiables entre sí dependiendo del punto de vista que se adopte en su análisis, aquí se explicarán desde una perspectiva que coloca a la comunidad en el núcleo central al ser un elemento común entre ambas subcategorías. Desde ese punto focal, lo que variará es si la comunidad es quien constituye la amenaza o si es quien la recibe, pudiendo ajustarse cada obra de forma más o menos cómoda a una de las dos vertientes.

Folk Horror Extrópico: es aquel en el que la comunidad supone un peligro para los individuos ajenos a ella. Puede ser el choque entre individuos fruto de una sociedad moderna y las costumbres y tradiciones ancestrales de un colectivo que ha permanecido en el tiempo ajeno a los cambios de un mundo cada vez más civilizado y a su vez alejado de lo comunitario, o simplemente individuos —o grupos enteros de personas más o menos numerosos— que están fuera de la comunidad en la cual se llevan a cabo prácticas que no son aceptables en la sociedad contemporánea —como sacrificios humanos por ejemplo—.

Claros ejemplos de este tipo de folk horror son Blood on Satan’s Claw, The Wicker Man o Midsommar, donde puede verse esa existencia de comunidades que viven al margen —aunque sea dentro de otra comunidad, como en Blood on Satan’s Claw, donde crece un pequeño culto secreto a Satán que comete asesinatos rituales dentro de un pueblecito rural— y que rechazan (normalmente de forma violenta) lo externo a ellas. Ese desarrollo en los márgenes también es un elemento de importancia dentro del folk horror extrópico, pues es precisamente el encontrarse en entornos apartados lejos de la vigilancia del Estado lo que permite que se desarrollen estos ritos “salvajes” que además dan lugar a cierto secretismo alrededor de las prácticas de la comunidad. Otro punto relevante es la importante presencia de la naturaleza en los lugares donde surgen estas comunidades, quizás porque estas actividades, al margen de la ley —o bajo su propia ley— no podrían establecerse en lugares que no estuviesen apartados de los núcleos urbanos y porque el propio hecho de encontrarse en sitios aislados obliga a sus miembros a trabajar ellos mismos la tierra. Además, esta naturaleza es muchas veces dura.

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Lo ritual y sobrenatural también pueden hacer aparición en estas películas de algún modo pero no necesariamente de forma explícita. Pueden existir entes sobrenaturales —Blood on Satan’s Claw— o simplemente el grupo puede creer en ellos aunque no aparezcan nunca —The Wicker Man— o no existan realmente —The Village (M. Night Shyamalan – 2004)—. Y aunque en los ejemplos propios del folk horror extrópico que se han mencionado sí se presentan rituales explícitos, que estos estén no es requisito indispensable debido a la naturaleza etérea de lo que supone un ritual en relación con las tradiciones, costumbres y cultura de un grupo de personas: sacrificar a una persona a la luz de la luna mientras se baila y se entonan cánticos a su alrededor es, evidentemente, un ritual; pero reunirse todos los domingos por la mañana en la plaza del pueblo también puede serlo. 

Folk Horror Intrópico: de nuevo, la existencia de comunidades aisladas en entornos naturales está presente, pero es necesario tener en mente que esto puede ser matizado de forma que la comunidad aparezca en tanto que existe sin hacer acto de presencia, simplemente en contraposición a los individuos a los que aísla o que dejan atrás la comunidad —The Lighthouse (Robert Eggers – 2019)— o que puede entenderse como comunidad una familia —The Witch— o un grupo de amigos —The Ritual—. Quizás lo más significativo en este folk horror intrópico es la figura del folklore —ya definido como la cultura, tradiciones, leyendas y costumbres— en la que lo sobrenatural acaba irrumpiendo dentro de esas comunidades. 

De esas leyendas acaban surgiendo criaturas que atemorizan a la comunidad, ya sean nacidas ex profeso para la película como parte de dicha cultura —Mr. Jones de Mr. Jones (Karl Mueller – 2013)— o extraídas directamente de la cultura popular —El Viyi (Aleksandr Ptushko, Georgi Kropachyov, Konstantin Yershov – 1967)—. Se ha de tener en cuenta que la aparición constante de muchos de estos monstruos en el audiovisual a lo largo de los años ha hecho que terminen por ser asimilados por la cultura popular o incluso que constituyan casi su propio género cinematográfico, existiendo así las películas de vampiros, de brujas o de zombies cuyas características dentro de la visión del mainstream se han distanciado cada vez más de sus orígenes folklóricos influenciadas por sus versiones y reinterpretaciones dentro del cine.

Recapitulando, algunos de los elementos que pueden estar presentes o no y no necesariamente todos a la vez para que algo constituya una obra de folk horror son: el paisaje natural contemplado como una pieza de gran relevancia —ya sean bosques frondosos, montañas nevadas o campos resecos—, la participación de comunidades aisladas —sea de forma explícita o implícita debido a su ausencia— y por tanto el aislamiento; folk —entendido como cultura, creencias, leyendas y tradiciones propias (y que puede incluir rituales o no)—, secretismo; y la aparición de niñas, adolescentes o mujeres en camisón o vestido blanco —es broma pero no es broma…—.

Las creaciones que exhiben algunas de estas características pueden proporcionar indicios para ser consideradas dentro de un corpus del folk horror. Sin embargo, la aparición o no de estas no debería constituir un argumento que emplearse de forma taxativa, ya que la decisión de incluir o excluir una obra dentro del horror rural parece depender más de consideraciones personales sobre la concepción del horror folklórico y matices más abstractos e intangibles que la mera presencia de un listado de atributos que tachar.

Su definición parece más cercana a ese “conjunto de notas clave pero que proporcionan un contexto diferente porque se tocan en limitaciones diferentes” del que hablaba Adam Scovell en el que el folk horror constituye casi más una ambientación o estética que un género artístico, supone algo más indescriptible e inescrutable, una serie de “texturas” y gradaciones que dan a una película la apariencia de una película de folk horror.

FOLK HORROR ESPAÑOL

Las distintas formas de hacer cine permiten identificar no sólo géneros, sino corrientes o fases, movimientos y generaciones 9 procedentes de un lugar y época concretos. En la comedia española, por ejemplo, se prolongan durante varias décadas ciertos tropos y estéticas encabezadas por actores como Paco Martínez Soria y José Luis López Vázquez que posteriormente continuaron, refinaron y evolucionaron autores como Mariano Ozores, Luis García Berlanga y José Luis Cuerda en películas tales como Bienvenido, Míster Marshall (Luis García Berlanga – 1953), El abuelo tiene un plan (Mariano Ozores – 1973), La escopeta nacional (Luis García Berlanga – 1978), Los bingueros (Mariano Ozores – 1979), Es peligroso casarse a los 60 (Mariano Ozores – 1980), Patrimonio nacional (Luis García Berlanga – 1981) o Amanece, que no es poco (José Luis Cuerda – 1989), acompañados de actores y actrices como Alfredo Landa, Andrés Pajares, Fernando Esteso, Fernando Fernán Gómez, José Sazatornil, Carmen Maura, Verónica Forqué, Enrique San Francisco, Tony LeBlanc, Gabino Diego, Jesús Bonilla o Antonio Resines; y de los que películas como El milagro de P. Tinto (Javier Fesser – 1998) y Torrente, el brazo tonto de la ley (Santiago Segura – 1998) recogieron el testigo generacional dentro del género patrio con la entrada en los dos miles de un tipo de comedia española más cínica y menos inocente.

En los últimos años de esta década y principios de la siguiente surgiría una ruptura en estilo en el que comienzan a repetirse los mismos pósters, intérpretes, directores, fotografía, temas, estilo, tipo de humor, etc. Es la época de Fuga de cerebros (Fernando González Molina – 2009), Pagafantas (Borja Cobeaga – 2009), No controles (Borja Cobeaga – 2010), Primos (Daniel Sánchez Arévalo – 2011), Fuga de cerebros 2 (Carlos Therón – 2011), Promoción fantasma (Javier Ruiz Caldera – 2012), Bypass (Aitor Mazo y Patxo Tellería – 2012), 3 bodas de más (Javier Ruiz Caldera – 2013), Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez-Lázaro – 2014), Cómo sobrevivir a una despedida (Manuela Burló Moreno – 2015), Ahora o nunca (María Ripoll – 2015), Los miércoles no existen (Peris Romano – 2015), Ocho apellidos catalanes (Emilio Martínez-Lázaro – 2015), Perdiendo el Norte (Nacho G. Velilla – 2015), Toc toc (Vicente Villanueva – 2017). Voy a pasármelo bien (David Serrano – 2022) y Ocho apellidos marroquíes (Álvaro Fernández Armero – 2023).   

Una vez agotada la fórmula, la industria pareció mutar a un tipo de cine más infantil y hogareño de viajes familiares como Señor, dame paciencia (Álvaro Díaz Lorenzo – 2017), El mejor verano de mi vida (Dani de la Orden – 2018), Los Rodríguez y el más allá (Paco Arango – 2019), Bajo el mismo techo (Juana Macías – 2019), Padre no hay más que uno (Santiago Segura – 2019) y A todo tren. Destino Asturias (Santiago Segura – 2021) junto a las sucesivas secuelas de Santiago Segura, Mamá o papá (Dani de la Orden – 2021), Vacaciones de verano (Santiago Segura – 2023), etc.

Todo esto señala que, por ejemplo, debido a la abundancia de obras que se replicaban en estilo, temas y formas, es evidente la existencia de un tipo de comedia española que ha atravesado distintos momentos y corrientes, cada una con sus características particulares, pero no ocurre igual con el folk horror español, por lo que es más difícil dilucidar si existe tal cosa como género dentro de la industria de nuestro país. 

La metodología de estudio fue, en primer lugar, indagar en una bibliografía lo suficientemente extensa como para llegar a una idea aproximada de aquello que se definía como folk horror a través de los distintos artículos y definiciones que se daban de este y, sobre todo, el análisis de la gran mayoría de películas que aparecían mencionadas en dichos artículos 10 —y que ya han aparecido en una parte a lo largo de este texto—.

Dicho esto, pese a la dificultad para identificar un cuerpo de películas que definan el folk horror español como algo real debido a la escasez en obras y estilos que acaben por constituir una etiqueta, por repetición, lo suficientemente sólida como para considerarlo un (sub)género, sí es posible asegurar la existencia de, al menos, películas españolas de folk horror.

En esta categoría el cine patrio tiene algunos representantes claros: Dagon: la secta del mar (Stuart Gordon – 2001), adaptación del relato de Lovecraft La sombra sobre Innsmouth. Aquellos que conozcan el material original seguramente habrán pensado automáticamente en esta al hablar de folk horror español: el barco de unos jóvenes se estrella contra las costas de Galicia y llegan a un siniestro pueblo cuyos habitantes adoran al dios del mar, Dagon. Curiosamente, el punto de partida —unos jóvenes que se ven obligados a bajar a un pueblo pesquero semi abandonado tras sufrir un accidente en barco— es similar a la de Don’t Speak (Amadeu Artasona – 2014) pero esta última se aleja de tropos clásicos del folk horror y la comunidad aquí presente no se asocia de forma ritual, simplemente se esconde aterrorizada del asesino. 

La figura de los extranjeros que visitan un pueblecito apartado aparece también en ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador – 1976), donde la comunidad está compuesta por un grupo de niños que asesinan a los adultos de la isla. Y en Flor de santidad (Adolfo Marsillach – 1973), en la que los aldeanos de una villa gallega consideran a un peregrino un enviado de Satán.

El folklore y las leyendas de Galicia parecen un terreno especialmente fértil para el desarrollo de un folk horror español. O Corpo Aberto (Ángeles Huerta – 2022) tiene una aldea inhóspita y supersticiosa de tradiciones ancestrales, alguien que llega desde fuera, el invierno que se cierne sobre el paisaje y la leyenda gallega del alma errante que busca habitar un cuerpo. O Apóstolo (Fernando Cortizo – 2012), la primera producción stop-motion con plastilina hecha en España, cuenta la historia de un preso fugado que se adentra en una aldea gallega para recuperar el botín de un atraco y allí se encuentra con una comunidad que acoge a los peregrinos que desvía del camino y con la Santa Compaña.

Recorriendo un poco más la geografía española, El filandón (José María Martín Sarmiento – 1985) recoge la tradición leonesa de honrar una vez al año a San Pelayo contándole historias una noche para que les avise de posibles desastres naturales: el tono folk de la propia premisa y algunas de esas historias que se incluyen en esta antología pueden considerarse folk horror. Lo mismo ocurre con Pastel de sangre (Francesc Bellmunt, Jaime Chávarri, Emilio Martínez-Lázaro y José María Vallés – 1971), que incorpora algunos episodios que podrían entrar dentro de dicha etiqueta. Y todos arderán (David Hebrero – 2021), también en León, deforma las creencias de una comunidad cristiana en una leyenda local para acabar marginando, arrinconando y persiguiendo a la protagonista, cuyos actos creen que pueden desatar el apocalipsis. Y un poco más al norte, Errementari (Paul Urkijo Alijo – 2017), la cual adaptaba un cuento popular vasco de 1903 sobre un herrero tan malvado que hasta en el infierno le temían.

Por último, El páramo (David Casademunt – 2021), una historia que cambia los frondosos bosques de Galicia por un entorno rural reseco y aislado de toda civilización en el que una familia se ve acosada por una leyenda conocida como la Bestia, cierra esta lista de películas españolas que pueden ser llamadas folk horror sin el menor problema. A partir de aquí la cuestión se vuelve algo más compleja.

España parece haber coqueteado varias veces en su cine con la leyenda del hombre lobo en filmes como La noche de Walpurgis (León Klimovsky – 1971), La maldición de la bestia (Miguel Iglesias – 1975), El retorno del hombre lobo (Paul Naschy – 1980), Leviatán (Claudio Fragasso – 1984) o Romasanta, la caza de la bestia (Paco Plaza – 2004). De igual manera ha sucedido con el cine de vampiros, cultos satánicos, brujería y similares en los que en muchos casos, por la aparición de determinados elementos propios del folk horror —como lugares apartados, rituales o naturaleza…—, resulta más complicado dilucidar si estamos ante obras de terror rural o géneros propios, como en Malenka (Amando de Ossorio – 1969), La llamada del vampiro (José María Elorrieta – 1972), El monte de las brujas (Raúl Artigot – 1972), La orgía de los muertos (José Luis Merino – 1973), La noche de los brujos (Amando de Ossorio – 1973), La orgía nocturna de los vampiros (León Klimovsky – 1973), Inquisición (Paul Naschy – 1976), Los ritos sexuales del diablo (José Ramón Larraz – 1982) —que está casi más cerca del porno que otra cosa…—, Killer Barbys (Jesús Franco – 1996), Las brujas de Zugarramurdi (Álex de la Iglesia – 2013), The Last Witch (Carlos Almón Muñoz – 2017) o Todas las lunas (Igor Legarreta – 2020).

Algo parecido sucede con La torre de los siete jorobados (Edgar Neville – 1944), situada en el centro urbano de Madrid pero en la que una comunidad de jorobados ha construido una ciudad subterránea escondida de los ojos de la gente y en la que practican su propia ley y costumbres.

Por último, se debe tener en cuenta que, si The Texas Chainsaw Massacre (Tobe Hooper – 1974) es folk horror, entonces la mayoría de propuestas de cine caníbal español de serie B o incluso Z que comparten características con esta casi como una imitación también deberían serlo. Aquí se encuentran filmes como La matanza caníbal de los garrulos lisérgicos (Antonio Blanco y Ricardo Llovo – 1993), Jodidos kabrones (Manolito Motosierra – 2012), Carnívoros (Manolito Motosierra – 2013), Verano Rojo (Carles Jofre – 2017) o Sant Martí (David C. Ruiz y Albert València – 2018).

Esto son sólo unas breves directrices que pueden ser de ayuda a la hora de intentar entender el folk horror, tanto su contexto como sus partes más básicas, pero la mejor aproximación a este tipo de cine —y a cualquier otro— siempre será el visionado de sus obras que, acompañado de lecturas al respecto, ayudará a aprehender e interpretar el sentimiento estético que evoca una corriente concreta. Si existe el folk horror español no es algo que aparentemente se pueda afirmar con rotundidad, pero esperamos que este texto sirva al menos para ilustrar sobre algunas películas españolas 11 que se enmarcan dentro del folk horror.


Referencias

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3 PÉREZ Recio, María. “Un paseo por el folk horror”. www.anaitgames.com. Enero, 2022.
4 MORALES, Grace. «Horror folk: miedo y ritual en Inglaterra«. www.jotdown.es. Septiembre, 2014.
5 HORMIGOS Vaquero, Montserrat. “Terror forestal, folk horror y brujería”. Universitat de València. Mayo, 2023.
6 PEDRAZ, Pepe & PEÑA, Óscar. “FOLK HORROR Suplemento para el sistema de juego Trueque”. www.elrefugioeditorial.com. Mar, 2022.
7 FAST, Eddie Stuart. “Folk Horror”. tvtropes.org.
8 MAZA, Aran. “Horror rural, que es y características | Literatura y cine”. www.aranmaza.com. Marzo, 2022.
9 CORONA, Alberto. “‘Ocho apellidos marroquís’, un descalabro que evidencia un modelo de producción nocivo”. www.eldiario.es. Diciembre, 2023.
10 Listado de películas etiquetadas como folk horror en MUBI (todas vistas para la elaboración de este artículo) y listado de películas aparecidas en «Woodlands Dark and Days Bewitched: A History of Folk Horror« (algunas películas no aparecen al no estar en la base de datos de Filmaffinity y no todas han sido vistas).
11 Listado de películas españolas vistas, incluye también aquellas que se han descartado como folk horror para el artículo.


Bibliografía

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