El sueño americano es más bien una ensoñación. Una meta que responde a ideales impuestos, que implica un modo de vida que aspira a convertir la tuya en la mejor. El sueño americano quiere convertirte en Donald Trump y alejarte de los loosers, te ayuda a formar una cúpula de ego, soberbia e indiferencia por el resto del mundo. Formar una familia de anuncio; tener una casa más grande o mejor amueblada que otros, un trabajo bien remunerado y considerado por todos.
Pero el sueño americano trata, por encima de todo, de dinero. Elegir el mejor coche, la mejor universidad para tus hijos, el mejor seguro sanitario; puede que incluso te permita elegir a tu familia y amigos. Una vida elegida a golpe de talonario y billetera y financiada por un sistema cada vez más desgastado.

En el camino al sueño americano hay vencedores y vencidos, y éstos son muchos más que aquellos. Los perdedores, o loosers, aquellos que no consiguen lo que alguien de bien ha de conseguir, probablemente porque no han hecho las cosas bien. Culpar al sistema suena a excusa; culpar al individuo es algo fácil, inmediato y placentero, pues para que haya winners ha de haber loosers.
En Breaking Bad la consecución del sueño americano corre a cargo de Walter White, un profesor de Química de instituto. Walter tiene una mujer a la que quiere, una buena casa y dos hijos, uno de ellos en camino. Pero Walter también tiene dos trabajos, muchas facturas y cáncer de pulmón.
Breaking Bad podría haber durado cuatro o cinco episodios, o haber sido totalmente diferente, si Walter White hubiese aceptado el dinero que le ofrecen unos antiguos colegas al comienzo de la serie para pagar el tratamiento, ahora ricos gracias a una empresa de la que el propio Walter fue cofundador.
Walter rechaza el dinero, movido por su orgullo. Y es aquí donde comienza el «descenso a la oscuridad», el viraje de Walter al amoralismo y el cinismo: en la decisión de hacerse cook, fabricante de metanfetamina. Walter prefiere engañar a su entorno durante mucho tiempo, afectándolo por una espiral de mentiras, antes que aceptar el dinero de los winners, pues, ¿en qué clase de persona lo convertía aquello? ¿Era aceptar el dinero aceptar su derrota?

En American Psycho, la cinta de Mary Harron, basada en el libro homónimo, se hace una crítica explícita a Wall Street y la cima del sueño americano: altos ejecutivos de finales de los ochenta, de vida despreocupada y superficial e interesados únicamente en el buen aspecto, las drogas y los locales de moda. Precisamente lo que los loosers no pueden permitirse. El protagonista nos narra su lucha por reprimir su «yo» verdadero, el psicópata de su interior, cada vez en más en alza, en una especie de Doctor Jekyll y Mr Hyde contemporáneo. Su «yo» oculto lo único que siente es aversión e ira a todo lo opuesto al ideal de perfección americano: prostitutas, vagabundos…; los loosers, al fin y al cabo. Pero también asesina a otro alto ejecutivo que empezaba a parecerle más exitoso y perfecto que él; es decir, un winner of winners.
Esto último nos permite identificar el hueco que se gana la «competitividad» dentro del sueño americano: es el mecanismo subyacente que lo mantiene engrasado. Sin ir más lejos, el propio Walter White se afana por tener la mejor droga, al precio más elevado posible, y ser el mejor cook de América. En ambas obras, el querer vivir siendo el mejor te autodestruye y destina a la supervivencia.
En pleno 2016, ya pasada la efervescencia del sueño americano, aunque aún no disuelta, las nuevas generaciones comienzan a quitarse las telarañas de la ensoñación de sus padres, fruncen el ceño y se hacen preguntas sobre su futuro; un futuro desconcertante ahora que el sueño que lo amalgamaba todo se cae por su propio peso.
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