En el prólogo de El Caballero de los Siete Reinos, Enrique Corominas, ilustrador de Canción de Hielo y Fuego en España, recrea una de las tantas entrevistas a las que, suponemos, debe enfrentarse George R.R. Martin en sus continuos viajes promocionales. En la quinta entrevista de la mañana, un hastiado Martin recibe a uno de sus apasionados seguidores, que hará las veces de entrevistador. El mismo, sin reprimir ni un ápice su instinto de fan, le pregunta acerca de cuestiones concretas: de ésta o aquella rebelión, de ese rey que sucedió a aquel otro, de lo que pasará en el próximo libro… Martin, encolerizado, le pide que se hable de literatura. El autor está más interesado en hablar de los temas de su obra que de datos superfluos. El entrevistador no atiende a razones y termina muerto a manos del propio Martin. Era de esperar. Siempre hace lo mismo.

De forma exagerada, Corominas nos describe al “fan medio” de Canción de Hielo y Fuego: un seguidor ávido de datos, deseoso de urdir nuevas teorías y confirmar las presentes, preocupado por saber entero el árbol genealógico de los Targaryen. Historiadores de lo fantástico.
He aquí la primera pregunta con la que nos topamos: ¿Es necesariamente malo que alguien se interese tanto por un universo ficticio que se convierta casi en un erudito? Bien, en primer lugar, esto pasa con todo, pero en mayor medida con aquella fantasía que llega a un gran número de gente: pasó con El Señor de los Anillos y Star Wars y está pasando con Juego de Tronos. Me parece maravilloso cómo el nivel de abstracción de algunos fans llega hasta tal punto. Sin ser un erudito, me gusta saber qué rey sucedió a aquel otro, cuántos hijos tenía el príncipe Maekar y quién es el siguiente en la línea de sucesión de los Baratheon. Son datos y detalles con valor en sí mismo, que nos ayudan a comprender en profundidad las respectivas obras, de igual manera que tratamos de comprender la Historia. Es, por otra parte, un digno ejercicio intelectual. Y yo seré el primero en ponerme una camiseta de los Targaryen o disfrazarme de miembro de la Guardia de la Noche cuando tenga oportunidad. Es una manera más de mostrar aprecio y respeto por la obra que admiras y disfrutas.
El problema llega cuando ese fulguroso deseo copa el escenario y no deja lugar a la reflexión. Muchos temas interesantes (no ya solo de Juego de Tronos, sino de otras obras que, en mayor o menor medida, están rodeadas por un fenómeno fan) se ven sepultados entre montañas de datos y teorías. Entreveo un poso de irracionalidad, un afán de competición para ver quién sabe más o es capaz de acertar una teoría.
Una vez que el fan entra en la dinámica del manejo de datos y del qué pasará, es difícil pararse a pensar en lo que verdaderamente está viendo; lo que hay por debajo de tanta conspiración y guerra: la política, las tradiciones medievales, el concepto de caballería, el viaje, la transformación de los personajes, la influencia de la religión en el Estado y la sociedad, el manejo de la población como masa, el cinismo de los poderosos, la gruesa línea entre plebeyos y nobles. Los temas de la obra, en definitiva. Aquellas reflexiones que, una vez apagas el televisor o cierras el libro, te hacen pensar, y es entonces cuando te das cuenta de que has crecido como persona, que hay algún punto de vista o idea que no habías considerado. Es esa sensación de tiempo bien aprovechado que todos hemos tenido alguna vez, que no creo que venga por una revelación puntual o la sarta de datos que nos arroje el capítulo.
La dinámica de episodio semanal ayuda, sin duda, a todo esto. La rueda de información no deja de girar, y el espectador se ve ante un cuesta abajo y sin frenos del que es difícil salir. De alguna manera, probablemente inconsciente, el espectador desvía su atención de la esencia de la obra a cuestiones más superficiales. También Internet, las redes sociales y los memes aúpan estas dinámicas.
No obstante, este mal no sólo aqueja a la serie, también a los libros, aún sea en menor medida. Me he movido por foros específicos de la obra de Martin, y estoy seguro de que los hilos más superficiales del tipo “¿Prefieres a los Lannister o a los Stark?” o “¿Es el Cuervo de Tres Ojos un Targaryen?” superan con mucho a los que intentan ser algo más profundos.
Quizá ya sea tarde para detener esta bola de nieve, pero ojalá que alguno de los muchos que se han aficionado a la obra de Martin, así como a otras que tanto les han hecho disfrutar, se pregunten por qué están ahí. Que echen la vista atrás y se pregunten si lo fundamental de la obra ha sido la sucesión de eventos o hay algo más detrás de todo eso que se sucede en sus pantallas o páginas.
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