Hace unos días supimos que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas había decidido repartir ciertos Oscars durante la publicidad televisiva. En concreto, los de las categorías de mejores Fotografía, Montaje, Cortometraje de Ficción y Maquillaje y Peluquería. Tras conocerse la noticia, a la Academia le sobrevinieron críticas desde varios frentes: el público más cinéfilo mostró su descontento con esta incomprensible decisión, pero también prestigiosos directores como Martin Scorsese, Alfonso Cuarón o Guillermo del Toro se posicionaron en contra de esta.
¿Por qué decidió esto la Academia? Lo cierto es que, si nos fijamos en la selección de categorías, sólo hay un patrón entre ellas: no son especialmente respetadas por el espectador medio. De alguna manera, esta decisión es un reflejo de nuestro consumo.
El corto, por su parte, es un formato cinematográfico que goza de por sí de poco prestigio, considerado muchas veces como el inevitable paso previo para el joven cineasta que quiere acceder al largometraje, la obra mayor y más respetada. No tenemos entre nuestras costumbres ver cortometrajes, a pesar de su corta duración. En la inmensa mayoría de cines, desde luego, no se estrenan; y rara vez lo hacen en las plataformas de streaming. Alguno hay por YouTube, pero es bastante normal que los cortometrajes nazcan y mueran en los festivales, en la versión más íntima de la industria cinematográfica, y que pronto su presencia se desvanezca como cuando lanzas un guijarro al estanque y las ondulaciones que genera van progresivamente disminuyendo su energía.
El cortometraje se desprecia en el cine de la misma forma que se desprecia el relato en la literatura comercial. ¿Cuántos cortos visteis el año pasado? ¿Y largometrajes? Yo mismo habré visto veinte veces más de los segundos. Sin embargo, es común encontrar en ellos grandes ideas, además de ser un espacio especialmente explotado para la experimentación audiovisual, al suponer la inversión menor riesgo.
Por otro lado, las series también están ocupando el espacio del cortometraje dada su facilidad de consumo. Se augura una perspectiva injusta para lo que es un formato cinematográfico más, con grandes potencialidades.
Por otra parte, Maquillaje y Peluquería, Montaje y Fotografía tienen la eterna carga de ser consideradas por la mayor parte del público como disciplinas meramente técnicas. Y obviamente son disciplinas técnicas en tanto que sus responsables han de dominar una serie de cuestiones que al común de los mortales nos son ajenas, pero en todas ellas hay mucho de creatividad y decisión artística. Lo que el director pasa al montador se puede editar de formas totalmente distintas, haciendo llegar las ideas al espectador con peor o mejor caligrafía, y en muchos casos siendo fundamental, como en la reciente Spiderman: Into the Spiderverse. El maquillaje es una disciplina esencial en ciertos géneros, y es a través de él como los artistas plásticos pueden expresarse, haciendo realidad las ideas esbozadas por directores y productores. ¿Cuánto habría perdido Un Hombre Lobo Americano en Londres de no ser por su maquillador Rick Baker? ¿Tendría Day of the Dead esa fuerza visual de no ser por Tom Savini? La fotografía es aquella otra disciplina que tiene al público confundido: no es una cuestión meramente de lo bonitos que sean los escenarios o de hacer fotos correctamente, sino que el Director de Fotografía se ocupa de la iluminación y el cuidado estético de la película. El color, el juego de luces, las sombras; todo ello corre a cargo del Director de Fotografía, normalmente trabajando estrechamente con el director o bajo las peticiones de este, pero sin duda siendo fundamental en la coherencia visual y plástica de la película y en la expresividad estilística que emanan el conjunto de fotogramas.
Tras unos días de polémica, la Academia ha rectificado y finalmente todos los premios se entregarán en directo. No obstante, la intención es imborrable y el mensaje queda latente. Los olvidados. Aquellos a los que ni la Academia tenía a bien dedicarles un primer plano. Esta decisión suponía un golpe más a las ya por sí devaluadas disciplinas, que no por ello llevan formando parte del cine desde su invención y que van a seguir haciéndolo hasta que este muera. Y que sea el público quien principalmente ha hecho dar marcha atrás esta decisión también es algo a celebrar.
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