¿Quieres ir a la piscina y no sabes qué lectura llevarte para pasar la tarde? ¿Estás muriéndote a 41 grados y al ventilador le quedan dos días? ¿Te gusta el sonido veraniego de las chicharras, pero cuando las buscas por Internet te empiezan a dar mal rollo? ¡Pues estás preparado para zambullirte en literatura rusa! Nieve, secuestros, montañas, demonios con gatos de compañía y un régimen estalinista de lo más peculiar te esperan en esta pequeña guía de literatura rusa.

Lo primero, antes que nada, ¿Por qué cuando pensamos en literatura rusa solo nos vienen a la cabeza Tolstoi o Dostoievski? Hasta hace un tiempo, las traducciones al castellano de las obras rusas eran en realidad traducciones en segundo grado del inglés, por lo que siempre se había entendido, en el contexto lector español, que la calidad de la literatura rusa no era para tanto salvo por esos dos escritores que parecen europeos. Tiempo después, surgieron traductores y editores que manejaban las obras directamente desde el ruso y por lo tanto consiguieron atraer la atención hacia una literatura que lleva en marcha casi 300 años. ¿Y por dónde empezamos a leer?

Imaginario del Cáucaso: Edad de Oro y europeización

A ver, hace mucho mucho tiempo existía una tierra cubierta de nada que por cosas de la vida fue el centro de atención de uno de los khanes (título militar similar a un general o máximo cargo de un ejército) más sanguinarios de Mongolia, Gengis-Khan. Al igual que Europa se vanagloria de que Alejandro Magno conquistara todo el territorio europeo hasta las Indias, en Rusia se acuerdan de que Gengis-Khan les conquistó el territorio desde el norte de China hasta casi bien entrando a Europa, cerca del Elbrus y los montes Urales. La ocupación mongola duró un tiempo hasta que los rusos decidieron echarlos, pero lo importante es que la cultura mongola había permeado en tierra rusa. ¿Qué significa esto? Que toda la tradición rusa realmente se sostiene en la cultura mongola, lo que se llamaron los pueblos tártaros. Esto produjo dos cosas: la primera fue que la cultura rusa se construyó sobre un suelo hecho de varias culturas de las que bebía simultáneamente. La segunda, que debido a esta tradición cultural adquirida desde Asia, Rusia empezó a sentir que no era «totalmente europea» (estaba de moda en los siglos XVIII-XIX ser europeo) y, por lo tanto, la cultura rusa acabó adquiriendo un complejo de inferioridad no muy justificado, pero que comprobamos en sitios como en Diario de un escritor de Dostoievski. ¿Y qué hicieron los rusos para sentirse más europeos? Mirar a Europa.

Y el primero que miró a Europa fue Alexandr Pushkin (1799-1837). Pushkin es el encargado de vincular la literatura rusa a Europa y lo hace de la forma más irónicamente romántica posible. El gran escritor de aquella época era Lord Byron, una de las voces más importantes del romanticismo inglés que, en su aspiración al nomadismo, decidió escribir uno de sus poemas más importantes, «Las peregrinaciones de Childe Harold». Lo importante para nosotros, sin embargo, es ver cómo Lord Byron, un lord inglés que decide luchar en una guerra otomana por la independencia de Grecia, describe un paisaje que deja atónitos a los lectores europeos de su época:

«Pero ya se alejaron: sobre mi cabeza se alzan los Alpes,
palacios de la naturaleza cuyos vastos baluartes elevan
sus blanquecinas almenas hasta horadar las nubes;
palacios sublimes de eterno hielo, en los que se forman
aludes, esos rayos de nieve. Todo lo que espanta y
engrandece el alma al mismo tiempo, está reunido en
estas antiguas cumbres. Parece que muestran hasta qué punto
puede aproximarse la tierra a los cielos, elevándose por
encima del hombre orgulloso.»

Las peregrinaciones de Childe Harold, Lord Byron, 1812

Y, claro, Pushkin, de familia aristócrata, ¿Se iba a subir a las montañas del Cáucaso para comprobar lo que se sentía en el Elbrus pudiendo adoptar una narrativa similar a la que estaba petándolo en Europa? Pues, obviamente, no. Y así fue como salió una de sus obras más importantes, El prisionero del Cáucaso. Pushkin tiene obras más importantes que podéis leer como Yevgueni Onegin, pero El prisionero del Cáucaso tiene una cosa muy importante para Rusia: la creación de un imaginario colectivo ruso del Cáucaso. Y como era de esperar, las influencias byronianas en Pushkin lograron dar su fruto en lo que conoceríamos, tiempo más tarde, como El Cáucaso.

Lejos un torrente aún fulgura,
saltando por rocas escarpadas;
ataviadas con un manto de nubes
quedan las cimas durmientes del Cáucaso.

¡Qué panorama tan magnífico!
Los lechos eternos de las nieves
a los ojos mostraban sus cimas,
Todo envuelto de nubes inmutables
y en el centro el gran coloso bicéfalo
de hielo brillante llevando corona,
el Elbrus inmenso, majestuoso,
enblanqueciendo el cielo azul.

El prisionero del Cáucaso, Alexandr Pushkin, 1822, p.23

El Cáucaso se había convertido en ese manantial de contemplaciones kantianas que los románticos adoraban desde lejos. No tardaron en salir autores que, al igual que Pushkin hizo con Byron, intentaban retratar ese coloso bicéfalo. Tiempo antes habían habido escritores que retrataran el Cáucaso como Derzhavin en su Retorno del conde Zúbov a Persia (1797), en el que relata la expedición al Cáucaso por parte de los ejércitos de Catalina y Pedro en la piel del conde Valerián Zúbov o del maestro de Pushkin, Zhukovsky, quien escribió unos siete años antes A boieikov (1814) en el que describía que lejos, ante ti, decorada con una niebla azulada, una montaña se alzaba sobre las otras, el gigante de cabellos blancos, como una nube, el Elbrus bicéfalo. Ahí todo brilla con una belleza terrible y magnífica. Las piedras del acantilado, musgosas, las cascadas que corren rugiendo en oscuridad del abismo de las piedras de granito…

Sin embargo, ninguno de ellos había estado en el Cáucaso realmente, pues en su época era un destino para soldados y exiliados. No obstante, hubo uno que sí que estuvo en el Cáucaso como oficial y nos trajo una de las mejores obras para ilustrar el imaginario ruso del Cáucaso: Mijaíl Lermontov. Lermontov tenía una vida similar a la de Pushkin, en altos círculos intelectuales de lectores, pero tras la muerte de este escribió uno de los mejores poemas de la literatura rusa del momento, La muerte del poeta, en la que pedía venganza por la muerte en duelo de Pushkin. Como esto al zar no le gustó, le envió a Chechenia como oficial de los dragones (ejército aliado ruso de la zona especializado en guerra de guerrillas) y Lermontov se instaló ahí la mar de bien. Volviendo a San Petersburgo y volviendo a ser desterrado al Cáucaso por cargarse al hijo de un francés, aprovechó su estadía en las montañas para escribir una novela poliédrica que retrataría, casi por primera vez, una impresión real del Cáucaso: Un héroe de nuestro tiempo. En la obra se dispone a un héroe trágico, típico de Byron, que desencajaba con la imagen típica de héroe clásico. Pero lo importante aquí es ver que la experiencia del Cáucaso en Lermontov es otra, ya no existe la mirada al gran gigante bicéfalo como había en Pushkin o Zhukovsky, sino que existe una mirada del camino que traza la escritura sobre la tierra caucásica. Tres actos que se reúnen magistralmente, el primero sobre Bela, luego sobre las aguas termales y la aristocracia rusa en el Cáucaso y finalmente el propio diario del héroe en el que nos relata una concepción del hombre desencantado consigo mismo, desordenado como su obra.

Años después, con la llegada de Tolstoi y Dostoievski, el Siglo de Oro llegaba a Rusia. Tolstoi fue un señor que vivió muchos años y en una línea similar a la que estamos realizando en esta guía sería genial leer su obra Los cosacos, que no deja de ser una imaginería rusa del ejército que Catalina la Grande había contratado para servir a Rusia. En cuanto a Dostoievski, es muy importante entrever bajo sus líneas un misticismo que luego sacaré a relucir. El gran inquisidor es un relato muy fácil de leer y muy en la vía dorada del famoso misticismo ruso, que era aquello que diferenciaba la literatura europea de la literatura rusa.

Seré vuestra voz: Edad de Plata y revolución

La muerte de los Romanov y la victoria por parte del proletariado ruso inició un período convulso para los círculos intelectuales, que en Rusia reciben el nombre de La intelligentsia. En este período, la figura del poeta cobró un sentido muy peculiar (similar al que adquiría, por ejemplo, Fernando Pessoa en Portugal contemporáneamente), el sentido mesiánico de la palabra. Escritores como Alexandr Blok, Zinaida Gippius o Andréi Bely produjeron su obra en esta época, pero otros escritores como Osip Maldestam o Nikolai Gumiliov fueron acusados de traicionar al nuevo régimen y fueron perseguidos. Para leer de esta época, si queréis en difícil podéis leer Petersburg de Bely, que es una novela muy densa, pero importante en el contexto novelístico europeo. Algo más accesible tal vez sean Zinaida Gippius u Osip Maldestam, ambos poetas muy peculiares y marcados entre el simbolismo y el acmeísmo, una corriente que sostenía la mecánica del sonido como parte fundamental de la construcción poética. Muy importante también leer a Yevgueni Zamiatin, quien ha escrito una de las distopías más impresionantes del siglo XX, Nosotros. Un nosotros que nos releva que no hay un yo. Y en ningún caso lo puede haber. Una interesante perspectiva de lo que el comunismo implica a las corrientes de la divisibilidad del individuo que había empezado a insinuar Nietzsche a finales del XIX.

En 1921, las cosas empezaron a torcerse porque se implantó la Nueva Política Económica (NEP) que dejó a toda Rusia sumergida en una hambruna inhumana. Y además, Stalin asomaba dentro del círculo de candidatos a futuros sucesores de Lenin, por lo que las cosas no irían a mejor. La situación empeora para la intelligentsia, pues Stalin es consciente de la importancia de la literatura para el control del pueblo y decide llevar a cabo una purga de los escritores que reflejen una realidad diferente a la Gloria del Comunismo. Y en este contexto, tras los fusilamientos de Maldestam y Gumiliov, nace de las entrañas de Rusia, una voz, su voz: Anna Ajmátova.

Anna Gorenko había decidido acoger el apellido de su abuela, Ajmátova, pues fue una reina tártara que reinó el Cáucaso tiempo atrás. Anna Ajmátova, por lo tanto, bebe de las montañas y, por supuesto, del Elbrus. Al poco tiempo se había mudado a la ciudad y había entrado en los círculos del acmeísmo gracias a unos amigos, entre los que se encontraban Maldestam y su futuro marido, Gumiliov. Junto a otros autores de principios de siglo, Ajmátova cumplía un muy mal adjudicado papel de acompañante de su marido a las reuniones de los círculos literarios, pero aún así conseguía un gran número de lectores que tras la Revolución dejaron de leerla, pues la NKVD (la policía política rusa) condenó a su marido Gumiliov de traición. Esto también afectó a la misma Ajmátova que escribía:

Después de mis noches en Moscú (en la primavera de 1924), el cese gradual de mi actividad literaria dio comienzo. Dejaron de imprimir mis poemas en las revistas y anuarios, o de invitarme a veladas literarias (me encontré con Maria Shaginián en la Perspectiva Nevski. Dijo: «Eres una cosa extraña e importante: han hecho un decreto especial sobre ti: no arrestar, pero tampoco imprimir»).
En 1929, después de Nosotros y Caoba, me marché del sindicato.

—Anna Ajmátova, Prosa completa, Nevsky Prospects, p. 151

Las obras más importantes para leer de Ajmátova antes del 1924 son Chyotki (Rosario, escrito en 1914) y Anno Domini MCMXXI (escrito en 1922).

Durante la secada de los años 30, Stalin había creado un grupo de escritores que básicamente cumplían las directrices literarias stalinistas o eran desterrados o exiliados. Fue lo que se llamó el realismo socialista. No hubo ningún escritor rescatable, pues la intención no era en ningún momento literaria, sino social y propagandística. Un ejemplo fue Míjail Sholojov, quien escribió El don apacible, una novela en la que se resaltan los cánones de conducta y comportamiento en los koljós, que eran granjas de explotación colectiva generalmente situados en Siberia. Sin embargo, Ajmátova pasó diecisiete meses en las colas de las cárceles de Leningrado. Habían arrestado a su hijo Lev y como las viudas de los Streltsy, Ajmátova aulló bajo las torres del Kremlin.

La censura de la poesía de Ajmátova le llevó a tomar a 12 mujeres de sus círculos más cercanos para que aprendieran de memoria el gran poema de Rusia: el Réquiem. Todas las copias impresas eran quemadas, pero Ajmátova recurrió a lo más pagano para guardar la memoria del pueblo ruso: la oralidad. Cuando leáis el Anno Domini MCMXXI encontraréis el poema «A muchos», en el que declara Ia —golos vash, soy vuestra voz. Y esa voz es la que se refleja en el Réquiem. Para comprender el contexto social y personal de Rusia durante la década de los años 30 y 40 me parece imprescindible la lectura de este poema, pues no sólo se refleja el terror en su palabra, sino en su sonido.

Y cayó la palabra de piedra
sobre mi pecho todavía vivo.
No importa. Estaba preparada.
De alguna manera me las apañaré.

Hoy tengo que hacer muchas cosas:
Tengo que matar la memoria,
Tengo que petrificar el alma,
Tengo que aprender a vivir de nuevo.

Si no… El caluroso susurro del verano
Celebra su fiesta en mi ventana.
Hace tiempo que presentía
Este día luminoso y la casa vacía.

Réquiem, Anna Ajmátova, 22 de Junio de 1939
(corresponde al día de la sentencia de su hijo)

Las obras más importantes para leer en este período terrible son el Réquiem y Poema sin héroe, augurando aquello que escribió en 1940: Aquí comenzó el destierro de Pushkin, y concluyó el de Lermontov. Me gustaría destacar, por cierto, dos escritores más que consiguieron retratar la Rusia stalinista entre los años 30 y 50.

El primero es el maravilloso Andréi Platónov. Recomiendo leer su cuentística, La patria de la electricidad. Lo interesante de Andréi Platónov es que durante la Revolución de 1917 estuvo a favor del comunismo y se unió a un equipo de mecánicos e ingenieros soviéticos llamados El Meliorátor, que viajaban por toda Rusia (todo muy steampunk). No obstante, las nuevas medidas del partido y los cambios que se auguraban en la distribución interna del mismo no acababan de gustarle y decidió escribir tres obras imprescindibles para entender la situación de las afueras de Leningrado que permanecían ajenas al conflicto que aún así les afectaba. Tal vez la que recomiendo leer primero es Dzhan, en la que un joven vuelve a su pueblo tras ser militarmente instruido en el ejército soviético y tiene la misión de instaurar el socialismo. Esta novela es interesante por dos cosas: la primera es que Platonov, al ser del Meliorator, realmente viajó a los pequeños pueblos situados en la frontera con kazajistán o a las orillas del mar caspio y la segunda es la feroz crítica al marxismo y al socialismo que le cuesta el título de bestia negra de Stalin. La segunda novela puede ser La zanja en la que unos forofos del socialismo deciden construir un edificio gigantesco y monumental que represente la Gloria del Comunismo y bueno, imaginad cómo acaba ese precioso edificio: sí, en ruinas. Es interesante que en el inicio de la Revolución, Platonov ya augurara el fin porque recordemos que aunque fuera publicado por primera vez en los años 90, Platonov lo escribió en 1926. El tercero es tal vez el más metafísico, cerca de la línea que Zamiatin había construido con Nosotros, que es Chevengur. Un pueblo que aplica el comunismo al pie de la letra, ¿Qué puede pasar? Una tierra llena de hombres vacíos. Creo que entendéis por qué Stalin lo odiaba y fue gracias a Máxim Gorki que se salvó de ser fusilado.

Maxim Gorki es una de las figuras más importantes para el Círculo Literario y la intelligentsia en general porque fue la mano derecha de Stalin. Pero como no estamos aquí para hablar de Stalin, mejor hablo del tercer gran escritor de esta época y que ha escrito, para mí, la mejor novela del siglo XX: Mijaíl Bulgakov.

Bulgakov era médico. En este sentido, sus obras siempre tenían algún instinto anatómico como en Morfina. No obstante, se hizo conocido por su dramaturgia, sobre todo su obra Iván Vasílevich. Lo gracioso de Ivan Vasílevich es que la escribió a modo de burla (trata sobre un viaje en el tiempo en el que Iván el Terrible acaba en un piso comunitario de Moscú durante los años 30), pero le sirvió para librarse de la Gran Purga que había decidido hacer Stalin contra todos los escritores que no apoyaran el régimen. Y esto le permitió escribir la gran novela rusa del siglo: Maestro y Margarita. La novela cuenta paralelamente el Juicio de Jesús desde los ojos de Poncio Pilatos, procurador de Judea, y la maravillosa posibilidad de preguntarnos qué pasaría si tres demonios subieran a la superficie para mirar cómo va la cosa con esto del comunismo. ¿Recordáis cuando os he dicho que la diferencia entre la literatura rusa y la literatura europea era el misticismo? Pues aquí lo tenéis. El Gran Inquisidor de Dostoievski nos relata la aparición de Cristo en la época contemporánea en la que es juzgado por haber dejado así a la humanidad. Bulgakov nos relata el juicio de Jesús desde los ojos de su verdugo, pero al mismo tiempo se crea un camino bajo el texto que une a Jesucristo con los años 30 en Rusia.

Es una novela que no solamente presenta cómo son los sistemas burocráticos que gobiernan en las entrañas del estado soviético como el Massolit o la NKVD, sino que además se ríe de ellos y los ridiculiza. En este sentido me ha hecho recordar mucho a la sátira que usa John Milton en el Paradise Lost, es decir, el uso de un relato sacro que en un principio estás exponiendo (La Creación, Adán y Eva), pero cuyas estructuras están tergiversadas y sostenidas sobre un paganismo invisible que se reconoce como fundamental para la creación del discurso bíblico. Bulgakov recurre a la metaescritura mediante un manuscrito redactado por el Maestro, una enigmática figura que parece salir de la nada.

Los mejores personajes, como no, son los 3 demonios que visitan Rusia. Voland, el líder de los demonios, Behemot, un gato parlanchín que no dudará en quemar tu casa y emborracharse con vodka y Azazello, una especie de demonio-vampiro que va con boina si mal no recuerdo. Igual que Milton y Dostoievski, el misticismo rezuma de las páginas y sin querer destriparos nada, a los amantes del paganismo, las brujas y la magia negra os va a encantar este libro. Además, es un libro bastante accesible, por lo que si queréis enteraros de cómo era Rusia durante los terribles años de Yezhov, pero al mismo tiempo queréis leer sobre danzas macabras y viajes en escoba a medianoche, esta es vuestra lectura esencial.

Y con estas obras dejo que os derritáis sobre la pantalla en la que estéis leyendo y que por lo menos os llegue un poco de frío caucásico. ¿Y qué sucede en Rusia después de esto? ¿Llegan unos zombies alienígenas comunistas que quedaron atrapados en el hielo siberiano hasta que en los años 90 decidieron descongelarse para reconquistar Rusia? Pues sí, como la novela El hielo de Vladimir Sorokin que trata precisamente de eso. Sin embargo, cargar esta guía con demasiados nombres tal vez estropee su fragilidad y quiero que siga siendo pequeña. Así que si más adelante decidís volver a la caza de literatura rusa y caucásica para leer en invierno y quedaros congelados sobre un asfalto de cadáveres, ¡estad atentos!


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