Tal vez es algo obvio empezar un artículo diciendo que los tiempos cambian y, por lo tanto, las necesidades de los alumnos también. Sin embargo, creo que es interesante darse cuenta de que el cambio no es únicamente del alumno, sino también de su entorno. Los cambios culturales no son nuevos: la religión y su ruptura de la razón produjeron cambios de paradigma estructurales, la invención de la imprenta y el auge de la burguesía decimonónica implementaron las bases del canon educativo y el siglo XX funcionó a través de los manuales de urbanidad que duraron y se adaptaron hasta la llegada del fascismo y su muerte. El entorno en el que se desarrollaron las condiciones educativas era, por lo tanto, contextual: cambios de paradigma. Ahora mismo, no obstante, el cambio que se ha presentado es espacial: los alumnos que históricamente se han movido en la realidad, ahora se empiezan a mover en la virtualidad. Y este cambio lo que hace es debilitar los conceptos que, a lo largo de la historia, siempre habían tenido el peso de la educación.

Leer no cuesta tanto. Lo que pasa es que aburre.

La idea de que actualmente no se lee es falsa. Leemos más que nunca, leemos mensajes, carteles y paisajes del centro comercial. Leemos gráficos de grasas saturadas y la hora en nuestro teléfono. Leemos continuamente, incluso cuando creemos que no lo hacemos. Por lo tanto, ¿por qué debe costar tanto enseñar a leer un libro? Porque un libro no cuesta de leer por su lectura, sino por su tiempo. La pierna rota de una niña antes se curaba leyendo Tolstoi, ahora se cura jugando a Fortnite. El libro pertenece a un espacio de la realidad y, por eso mismo, hay que dedicarle tiempo, concentración y constancia. Sin embargo, a diferencia de antes, leer Anna Karenina en 2020 para saber que va a tirarse bajo un tren no tiene ninguna importancia. La niña lo puede buscar en Internet. ¿Y entonces? ¿Dejamos de leer? ¿Sucumbimos a la barbarie de encontrarnos a una niña que no haya leído Anna Karenina?

No. Cambiamos el enfoque.

Abstracción. A nadie le importa cuántas calaveras desenterró Yorick.

Leer debe ser un hábito aprendido. Enseñar a que, dentro de la vorágine de extra escolares, compañeros, salidas familiares y matanzas en campos virtuales hay un momento en el que debes frenarte y sentarte a leer. No es algo que, a simple vista, puedas equiparar con ir a un parque de atracciones. No puedes mirar el móvil mientras lees. Leer es concentrarte en leer eso. Y eso es muy difícil, pero al final se puede conseguir. Aquí, lo que intento explicar no consiste en cómo llegar a trabajar el hábito, sino lo que viene después. Cuando un niño está viendo una película o acaba de ganar una partida en un videojuego genera un campo de imaginación que empieza a maquinar una nueva estética de la integración. En otras palabras, el niño fantasea y en esa fantasía va creando una memoria estética de lo que ha vivido. Se ve a sí mismo como un futbolista, como una princesa o como un cyborg mecanizado con metralletas integradas en los nudillos. La cuestión es que el niño fantasea. Y que la función que educativamente se le dé a la lectura sea la de superar un examen y saber que Anna Karenina murió arrollada por un tren acaba con el niño haciendo de todo menos fantasear. ¿Qué puedo hacer entonces para que lean Anna Karenina y que no mueran en el intento? Presentarles las fantasías que han nacido de Anna Karenina.

Transmedialidad. La lectura habituante y edificante.

Uno de los primeros éxitos del sector de la animación de Netflix fue Little Witch Academia lanzada en 2017. Tres chicas empezaban en la escuela de magia, pero una de ellas no era bruja. Llegó allí por un espectáculo de magia que vio de pequeña y al que quería aspirar cuando fuera mayor. Aunque no conozcas la serie de la que estoy hablando, automáticamente te das cuenta que es más entretenido para un chico de 12 años ver esto que leer una señora casada que asiste a un baile y conoce a un intelectual con el que divaga y fantasea sobre las nuevas políticas zaristas y sobre la moral de la esclavitud de los pueblos tártaros. Lo interesante, sin embargo, y que tienes que tener en cuenta, es que ambas son novelas que plantean un mismo principio: dos mujeres, la niña bruja y Anna Karenina, lanzadas sobre un mundo en el que se sienten ajenas y son arrolladas por una realidad que no son capaces de contener. La diferencia es que la niña bruja sobrevive; Anna Karenina, no. La función de la lectura debe ser en dos órdenes: habituante, que determine un entorno en el que se desarrolle un hábito, y edificante, que el objetivo real de la lectura sea el de desarrollar una arquitectura de la imaginación que desencadene una fantasía en el niño que lo está leyendo. Leer Anna Karenina en la magnífica edición bilingüe con anotaciones teóricas del doctor Ricardo San Vicente Urondo (eminencia catedrática de las letras rusas) a los 12 años va a ser un trauma que la pobre víctima va a arrastrar el resto de su vida. No obstante, leer una pequeña adaptación de la obra, no necesariamente fiel, y debatir en clase qué aspectos hemos visto en Anna Karenina y que podemos ver también en ese capítulo navideño de Little Witch Academia donde Akko ayuda a Diana a ser mejor persona no solo genera un entorno habituante, pues no olvidas el hábito de lectura que debes construir, sino que además generas el suficiente estímulo para que quien lea Anna Karenina pueda entender que es una obra portátil, una obra virtual que cabe en 20 minutos de píxeles con estética anime.

La transmedialidad, y ya acabo, debe dar esa tranquilidad a un pequeño lector de que la lectura no es irse a una isla desierta sin comida y sin amigos, que la lectura de un libro no es algo que se diferencie de leer el mensaje de «vienes l vienres al cine???» y que la lectura de Anna Karenina no ayuda a crecer, sino que es su propia forma de entender lo que ha leído, su entendimiento, el del propio niño, el que acaba dándole las herramientas necesarias para entender el mundo.


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