Nunu estaba harta de sus hermanos. La tenían frita de correr de aquí para allá, saltando por los setos y escalando a los árboles. Así que se alejó para echarse la siesta a la sombra, donde no la iban a buscar, porque en aquella zona del jardín siempre hacía demasiado frío como para ir a jugar. Nunu apartó un par de hojas y se sentó a dormir. Nunu no recuerda bien cuánto hace de aquello, pero recuerda perfectamente que ella no tenía frío al dormir a la sombra, que el sol le molestaba en los ojos.
Ahora Nunu prefiere dormir al sol de día y a cubierto de noche. Ya ha visto las estrellas muchas veces. Se las sabe de memoria. Son unos puntitos brillantes diminutos muy por encima de lo que alcanza. Son chispas que no le apetece ver más. Prefiere dormir entre libros o sobre el regazo de esa bruja adolescente que asegura a todas las personas que no la ignoran que ella se encontró a esa gata en un aparcamiento, en la noche más extraña que recuerda, cuando vio entrar en un bar a un payaso triste, y que no se la ha podido despegar de los talones. Pero lo dice entre el desdén y el orgullo, y Nunu sabe de sobra que la chica está encantada de rascarle la barbilla y sentirla ronronear. Nunu tiene ya una edad como para saber muchas cosas. Y algunas de las que sabe, las ha aprendido con esa bruja que insiste en ser bibliotecaria.
Nunu se despierta pronto, mucho antes de que nadie entre en la biblioteca. Se despereza en la manta que hay escondida en una de las estanterías bajas del almacén, entre los libros de Teoría del Conocimiento y los tomos sueltos de Escultura Barroca en Catalunya (secciones 16 y 73.034.7, respectivamente), y baja las escaleras con calma, porque ya han pasado los años en los que se podía permitir bajar a saltos. Ahora ya se limita a asegurarse con calma de que el almacén al completo está libre de bichos que puedan amenazar los libros, porque lo que amenaza los libros amenaza su tranquilidad, y va al baño a beber agua. Y luego se puede permitir el lujo de patrullar por toda la biblioteca, que le da los buenos días en silencio. A veces se sienta ante los retratos de los fundadores de la biblioteca un rato. Está bastante segura de haberlos visto guiñarle un ojo alguna vez, pero no será ella quien abra la boca. En cuanto oye el primer juego de llaves abriendo la puerta, sale por una de las ventanas del vestíbulo, que lleva años sin cerrar bien. Y luego dedica su mañana a dormitar al sol, a perseguir con pereza algún bicho que intenta entrar en la biblioteca o simplemente a mirar pasar la gente desde el tejado de la biblioteca. Desde allí arriba solo se escucha a los pájaros piarse mientras vuelan, al viento silbando y algún que otro tren que pasa a lo lejos.
Nunu vive su vida en relativo silencio, porque la bruja habla con las manos y la biblioteca es un remanso de paz. Pero a veces aparece él y el día es un poco diferente.
Mikhail es un gato diferente. No solo porque sea enorme, porque tenga tantos colores que nadie sepa exactamente cómo definirlo, ni siquiera por sus bigotes retorcidos y churruscados por dormir demasiado cerca del fuego. Mikhail es un gato diferente por todo eso, porque sus pupilas son horizontales y porque es incapaz de estar callado.
—Buenos días, querida —ronronea al verla esta mañana. Se acerca con sus aires de dandi, dándoselas de galán.
Nunu, que no deja de ser una gata corriente, parpadea con pereza. Sabe perfectamente que Mikhail no necesita más para seguir con su perorata.
—Estás preciosa esta mañana. ¿Es por dormir en la sección de filosofía sobre la estética? Oh, no me mires así, estás apuñalando aún más este pobre corazón enamorado. ¿Qué planes tiene hoy tu bruja?

Ahí está. Es incapaz de disimular durante más de un minuto su curiosidad. Nunu bosteza y entrecierra los ojos, fingiendo que le ignora. Pero él insiste, como es habitual.
—Vamos, vamos, no te hagas de rogar. ¿Va a intentar contactar con los muertos otra vez? Dile que al menos se asegure de cerrar bien la puerta al más allá, la última vez fue mi amo el que tuvo que acompañarlos de vuelta… Y ni siquiera trajo un souvenir. Ni un ratoncillo fantasma siquiera. Con lo divertido que sería poder cazarlo siempre, y que nunca muriera… Te estás haciendo la misteriosa, ¿verdad? Eres incorregible, querida —con un ronroneo intenta hacerle arrumacos a la gata, que abre los ojos y lo mira de refilón, moviendo los bigotes. Él suspira, resignado, y se retira un poco—. Tus bigotes dicen no, pero tus ojos dicen… ¡Oh, también dicen no! Siempre rechazado por mi bella dama sin compasión, ¿qué voy a hacer? Dejarme morir, quizá.
Con todo el dramatismo que un gato del tamaño de un perro medio puede alcanzar, se deja caer de lado junto a Nunu, que mira al cielo, secretamente divertida. Y tras unos segundos decide acurrucarse con él, al sol de la mañana.
—Bendita sea mi suerte, al fin decides… —Mikhail se interrumpe cuando ella empieza a lavarle la cara, intentando que se calle—. Oh, bien. Esto está muy bien.
Mientras ellos dormitan al sol de la mañana, la bruja adolescente, esa que se encontró una noche a Nunu en una gasolinera, mientras observaba a aquel hombre vestido de payaso entrar a un bar, rebusca entre los libros polvorientos del almacén. Entre aquellos que se guardaron en cajas cincuenta años atrás y que, por el motivo que sea, no han vuelto a ver la luz. En una de esas cajas por fin encuentra lo que no sabía que buscaba. Un libro pequeño, encuadernado en seda negra, tan delicado que da miedo tocarlo. La chica lo abre con cuidado y observa cómo se mueven algunos dibujos de seres alados y cornudos, con caras aberrantes. Sonríe con ganas y antes de que nadie pueda entrar para detenerla, saca un frasquito de su bandolera, le pega un trago a su contenido y tras unos segundos empieza a murmurar algo que solo los bichos del libro comprenden, porque todos le prestan atención. Cuando deja de murmurar, una mano negra, de tinta, sale de entre las páginas del libro. Las falanges de los dedos, anormalmente largas e inquietantemente retorcidas, se mueven en el aire, buscando algo a lo que asirse. Una de las uñas se enreda en un mechón de pelo de la bruja, que no tiene tiempo de apartarse. La mano intuye su cuello y se aferra a él, estirando de la chica hacia dentro del libro. Ella intenta evitarlo, pero la tinta empieza a correrle por la piel y le hace imposible resistirse. La mano tira de ella de nuevo, y la chica es absorbida por el libro, que brilla con un fulgor rojo sangre justo antes de caer al suelo, en completo silencio.
1 Imagen: Lazy Cat (Atey Ghailan – 2019).
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