AVISO: El texto incluye spoilers concretos pero no importantes de la trama hasta la tercera temporada.
La única certeza en la vida es que ésta siempre continúa, pero nunca de la misma forma.

De Halt and Catch Fire nos dicen que va sobre la revolución de la informática personal, allá en los 80 y 90, cuando los equipos pasaron de estar en manos de una minoría a instalarse en pocos años en la vida de todos. Si nos animamos a comenzar la serie nos encontramos con una cabecera en la que suenan un montón de agudos eléctrónicos mientras los grafismos juguetean sobre un fondo rosa neón. Pensamos automáticamente en cacharros, bits, gadgets y, en última instancia, sótanos y oficinas. Después de unos cuántos minutos parece evidente que esto va de ordenadores, ingenieros y empresarios.
Y es cierto, Halt and Catch Fire va de eso. Pero es absurdo decir que sólo va de eso. Detrás de una premisa aséptica en primera instancia, donde los ordenadores y la informática parecen ser los protagonistas, aparecen las personas. Aparecen conexiones humanas, miedos, ambiciones, futuros y pasados, errores y éxitos personales. Los ordenadores no son lo importante, sino quienes esos ordenadores están conectando.
Computers aren’t the thing. They’re the thing that gets us to the thing».
Joe Macmillan en la primera temporada
La informática evoluciona de manera exponencial. Las posibilidades que existían en los 90 eran impensables en los 80, pero también eran inconcebibles los teléfonos móviles actuales hace de diez años. La tecnología es un terreno movedizo porque todo cambia a un ritmo inasumible, lo que hoy es nuevo mañana será viejo y pasado mañana será directamente olvidado. Se crean empresas que quiebran al poco tiempo porque se generan carreras competitivas entre unas y otras que acaban bruscamente con vencedores y vencidos y, pese a todo, muchos avances quedan obsoletos para cuando quieren comercializarse. Siempre hay ganadores y perdedores, y siempre creerán que ganan o pierden por su mérito o demérito, y no porque el caos así ha querido que sea. Aunque Halt and Catch Fire no vaya sólo de informática y empresas, es el contexto ideal para representar lo que es, en última instancia, la vida: el caos.
Porque el caos quizá sea la única realidad palpable, y cualquier otro atisbo de permanencia y estabilidad sólo sean relatos bien hilados que nos contamos a nosotros mismos. Quizá el triunfo sólo sea la ilusión que abrazamos cuando nuestro relato se impone a todos aquellos borradores tirados a la papelera, llenos de manchas, tachones y agujeros. Porque la realidad es que, por cada empresa que triunfa, diez acaban quebrando. Por cada empresario que se hace rico, hay mil empleados subyugados o despedidos. Por cada acierto, veinte errores. Por cada éxito, un saco de golpes recibidos.
Y en medio del caos y la incertidumbre lo único que nos queda es el cambio.

Pasa el tiempo y lo único que quedan son infinitas versiones de nosotros mismos que hilamos como buenamente podemos para poder construir un yo, algo que dé sentido a nuestro nombre, un retazo de esencia que nos permita decir que hemos sido algo independiente y distinguible, y no meros peones de una vida caótica. Al final, somos lo que queremos decir que somos. Al final de este viaje quedará lo que queramos contar, lo que otros puedan recordar y el relato con el que encontremos algo de paz. Porque, al final, el tiempo acaba portándose bien con casi todos, y acabamos encontrando una imagen convincente de nosotros mismos.
De Halt and Catch Fire podemos aprender mucho sobre lo que supone ser uno mismo. Ser uno mismo. Es un mantra que se repite en el coaching, las redes sociales y la psicología positiva. Pero ¿qué es ser uno mismo? María Jesús Giménez, psicóloga, decía en su Twitter personal lo siguiente: «Nadie que sepa de comportamiento humano te hablará de la importancia de ‘ser tú mismo’. Cuando sientes que no eres tú, eres tú siendo incapaz de ser tú. No se puede dejar de ser una misma […] No entender que siempre somos nosotros mismos complica mucho poder solucionar esta sensación, por no hablar de creer que la culpa de no poder ser nosotros está fuera y no en nuestra incapacidad de actuar como querríamos o de salir de ahí».
Cuando Cameron Howe (MacKenzie Davis) entra en una espiral obsesiva con su trabajo y se vuelve arisca, desconsiderada y solitaria está siendo ella misma. Cuando Joe MacMillan (Lee Pace) actúa como un ser frío y taimado, o cuando quema un camión del nuevo producto de su compañía antes de desaparecer sin dejar rastro, está siendo él mismo. Cuando Gordon Clark (Scott MacNairy), aquejado de una dura enfermedad, engaña a su mujer con una amiga de su juventud, está siendo él mismo. Y cuando Donna Clark (Kerry Bishé) antepone su bienestar personal y el de su compañía a todo lo demás, está siendo ella misma.
De la misma forma, cuando Cameron, con el paso de los años, muta en una persona más tranquila y comprometida, está siendo ella misma. Cuando Joe aprende a cuidar afectivamente a los demás y anteponer sus vínculos a sus proyectos, está siendo él mismo. Y cuando Gordon y Donna se separan y comienzan una relación de amistad sana y adulta, están siendo ellos mismos.
En Halt and Catch Fire todo parece el final. Los personajes se sienten acabados en más de una ocasión, como más de uno nos hemos sentido cuando se cae algún pilar de nuestra vida. Pero continúan. No con una sonrisa ni pensando en sueños románticos, sino con el ceño fruncido y abrazando realidades.

Halt and Catch Fire es una de las obras audiovisuales donde la evolución de personajes se hace más evidente. Es una serie con un guion soberbio y unos arcos dramáticos excelentes. La prueba es que, tras el paso de cuatro temporadas, cuando mejor conocemos a los personajes, más nos cuesta verdaderamente definirlos. Son algo, sí, pero ¿el qué? ¿Son lo que son ahora, o también lo que han sido? ¿Sus esencias son inmutables, o hay pedazos de ellas que han sido arrancadas? ¿Existe verdaderamente una esencia o no es más que un relato?
Quizá Halt and Catch Fire, antes que una serie sobre la revolución de la informática personal, sea una serie sobre la revolución personal de sus protagonistas; sobre sus profundas y dolorosas crisis personales, que redundan en cambios en su ser; sobre cómo la vida es un ente superior a nosotros mismos y, antes que intentar controlarla, hemos de ser lo suficientemente hábiles como para saber hacia dónde sopla el viento, qué ramas son las mejores para encender fuego y qué cuevas nos permitirán descansar esta noche.
Espada y Pluma te necesita


SOBRE EL AUTOR
