El hospital estaba lleno de gente. Todo el mundo en la sala de espera se miraba con extrañeza. Nadie sabía muy bien por qué estaban allí los demás, se sentía un poco molesto por su presencia pero ni una sola voz se alzaba más de lo necesario. Al menos, hasta que un hombre mal afeitado entró pegando gritos por la puerta. Todo el mundo dio un respingo, y se le acercaron dos enfermeras, seguidas de un guardia de seguridad. El hombre en cuanto les vio se tiró al suelo, gritando y haciendo aspavientos.
Nadie se había fijado en la chica delgada, flacucha y trajeada que se había colado justo detrás del hombre del delirium tremens. Estaban ocupados mirando el espectáculo, así que tampoco se dieron cuenta de que avanzaba hasta la UCI, donde las puertas se abrían a su paso.
Cuando la chica llegó a la habitación 315, nadie se había parado todavía a mirar a la chica. De la misma forma que había llegado hasta allí entró en la habitación y se quedó a los pies de la cama. Mirando y escuchando. Las máquinas (todas ellas) hacían ruidos a intervalos más o menos regulares. Nunca se había enterado de qué hacía cada una, porque nunca le habían interesado realmente. No eran parte de su trabajo, así que no tenía sentido fijarse de más en aquella parte de la existencia humana. Lo suyo era lo que iba justo después de las máquinas. La inexistencia humana. Con un dramático gesto hizo aparecer la guadaña, y el mundo se volvió gris, como si tuviera interferencias.
La mujer de la cama abrió los ojos y se incorporó con una rapidez poco propia de su edad, pero también poco propia de alguien que estaba en coma.
—¿Eres tú?
—Sí. Es la hora.
—Ay, hija, es que me viene fatal, eh.
La chica sonrió de medio lado. No era la primera vez que se lo decían.
—Seguro que alguien le puede comentar cómo acaba Amar en tiempos revueltos.
—Ay no, mujer, si no es por eso. Es que mi nieta Catalina va a traerme a su noviete, que es un chico muy majo, que me quería presentar ya un tiempo antes de que me pusiera yo pachucha, pero mira, una es un poco pedorra y me caí sin querer en la bañera de mi casa, ya ves tú qué tontería, y claro, pues estoy aquí esperando a ver si el chiquito está de buen ver y es simpático de verdad, porque por menos de…
La chica de traje hizo un gesto para que la mujer dejara de hablar.
—Ya no hay tiempo. Lo siento mucho, pero va a tener que acompañarme.
—¿Seguro?
La joven asintió. Carmeta metió la mano en la mesita de noche y sacó algo.
—¿Ni siquiera esto tiene validez?
La Muerte alzó una ceja y se acercó. La mujer le alargaba un trocito de cartón, una tarjeta, con algo escrito.

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—¿Sabe si hay muchos más como este por ahí? —Preguntó a la mujer, que la miraba con un fondo de esperanza en los ojos.
—Alguno más debe haber. Yo me lo encontré un día en el buzón y decidí guardarlo, por si acaso.
—Bien, Carmeta. Nos vemos dentro de 306 días. Disfrute de su vida mientras tanto —se despidió la chica, poniendo los ojos en blanco. No le gustaba no tener la faena al día.
—¡Te haré una chaquetita para entonces, guapa! —le dijo la anciana, justo antes de volver al coma. Enterarse del final de Amar en tiempos revueltos por otra persona… ¡Ja!
Espada y Pluma te necesita


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