En The Philosophers (John Huddles – 2013), un profesor de filosofía plantea a sus alumnos el último día de clase una serie de experimentos mentales a través del siguiente juego de rol: ha llegado el fin del mundo, el apocalipsis nuclear, y ellos tienen la posibilidad de salvarse accediendo a un búnker, pero sólo hay recursos y espacio para diez de los veinte alumnos. Cada uno de los estudiantes posee una tarjeta con el rol que desempeñaban en la sociedad antes de la catástrofe y sus habilidades, en base a las cuales deberán defender, discutir y argumentar sus posiciones para decidir quién tiene derecho a un sitio en el búnker y quién debe quedarse fuera y resignarse a morir, quién continuará luchando por la supervivencia de la especie y quién no.

Los jóvenes se presentan uno por uno al comienzo del experimento leyendo para el resto del grupo la profesión que pone en su tarjeta, desde oficios en principio más útiles de forma más evidente para un apocalipsis, como agricultor, ingeniera, carpintero, químico, soldado, cirujana, electricista… hasta los menos obvios como agente inmobiliario, gestora de inversiones, astronauta, subastadora de vinos o senadora de los Estados Unidos, entre otros, pero la presentación termina de forma abrupta cuando el profesor Zimit saca una pistola (metafórica, pues lo que el espectador ve es todo una ficción dentro de la propia ficción de la película que ocurre dentro de un experimento mental) y dispara a uno de los presentes al leer su profesión: poeta.
Antes siquiera de que termine de hablar, es eliminado. El juicio del profesor, la lógica, dicta que no hay sitio para el arte en el apocalipsis: “Nunca habría tenido cabida en el búnker ¿Qué aporta un poeta al mundo al que nos enfrentamos? Sus aptitudes encajan en la definición de lo inútil”.



El fin del mundo tal y como lo conocemos es un tropo a menudo usado en la ficción, y tal vez la caída de las normas sociales que estructuran la civilización se antoje un escenario demasiado lejano e hipotético como para tenerlo en consideración a la hora de juzgar, sin embargo, el prescindir del arte y las actividades creativas cuando todo se desmorona parece ser un lugar común tanto dentro del propio arte —con cantidad de obras sobre el apocalipsis en las que este pasa casi por completo a un estado marginal— como en la realidad, sobrevivir urge siempre más que vivir pero ¿puede la humanidad sobrevivir sin el arte?
A falta de un escenario de apocalipsis total, en la memoria reciente de la humanidad se encuentra el haber sufrido una pandemia a nivel global que llevó a medidas para sobrevivir tales como el confinamiento en sus hogares de millones de personas, y lo que la realidad devolvió es que, frente a la visión habitualmente denostada de la creación artística en favor de campos técnicos como por ejemplo el derecho, la ingeniería o las finanzas; el arte —y todo lo que este engloba en cuanto a creación, consumo y producción artística— se convirtió en el último clavo ardiendo al que la humanidad se aferró para mantener la cordura en un momento de incertidumbre total.
Este retrato de la realidad, si bien nunca tan llevado al extremo, ya era evidente antes de enfrentar una epidemia a nivel mundial y lleva a una visión contradictoria: Las humanidades y las artes son frecuentemente vilipendiadas dentro del sistema de producción capitalista y pese a formar parte de aquello que constituye el pilar básico del entretenimiento en una sociedad basada en el consumo de, entre otras cosas, ficción y entretenimiento. Lo que el “apocalipsis” demostró tras el obligado parón del sistema es que el capitalismo sí necesita del arte para sobrevivir —pues necesita capitalizar el ocio para que existan motivos por los que producir más allá de la propia supervivencia— pero el arte puede vivir libre completamente al margen de esta estructura productiva existiendo por sí mismo y sólo dependiente de la humanidad.



Arte y humanidad serán siempre imposibles de desligar el uno del otro. Igual que no puede existir arte sin humanidad, no puede existir humanidad sin arte, pues tarde o temprano los humanos tenderán a expresar sus sentimientos, emociones, a crear y a expresarse sean cuales sean las circunstancias. La prueba de ello es la propia existencia del arte, que se ha desarrollado a través del mundo desde el principio de la humanidad y conforme esta lo hacía. Los momentos de descanso, los juegos de los niños, las ceremonias religiosas, etc. eran, son y serán aprovechados por distintos individuos en cualquier tiempo y lugar para crear o expresar algo, ya sea la pintura de un animal en la pared de una cueva, una escultura hiperrealista en un trozo de mármol, una danza compartida con los demás al ritmo de la música o una historia cuya interpretación intente emocionar al público que la contempla.
Cuando la vida da un pequeño respiro, cuando la urgencia no aprieta tanto, los seres humanos sentimos y creamos para seguir siendo aquello que somos.
No es sólo que la humanidad aproveche esos pequeños espacios que dedicar al arte, sino que necesita de ellos y por eso buscará el ocio y la creación tanto como los aspectos más básicos para la supervivencia como comer o encontrar refugio.
«I remember damage»
Estación Once (Patrick Somerville – 2021) resultó ser una serie casi premonitoria. Basada en la novela publicada por Emily St. John Mandel en 2014 con el mismo nombre, cuando Estación Once comenzó su rodaje, allá por Enero de 2020, nadie podía saber que esta ficción autoconclusiva sobre una gripe pandémica que acaba con la vida del noventa por ciento de la población mundial se convertiría en el reflejo más hostil de lo que estaba por venir en el mundo.

No obstante, y aunque la intuición y una primera impresión puedan hacer pensar lo contrario, Estación Once no es una ficción apocalíptica o sobre el apocalipsis, el fin del mundo en la serie de HBO es sólo un marco en el que desarrollar temas mucho más importantes, coetáneos e imperecederos. El contexto ficticio y relativamente cercano y tópico del cataclismo que causa la caída de la civilización —ya sea como un agente patógeno simplemente mortal, un virus capaz de transformar a la gente en monstruos comecarne, o un desastre natural o nuclear en el que las normas sociales desaparecen— se contrapone con una historia mucho más amable. El homo homini lupus (“el hombre es un lobo para el hombre”) tan manido en las ficciones apocalípticas es rechazado en pos de un canto mucho más esperanzador sobre aquello que merece la pena proteger y conservar.
Patrick Somerville —y Emily St. John Mandel— sostiene con esta obra un discurso a través de tres líneas temporales distintas: los primeros días de la pandemia (lo que se tiene), las semanas y meses después tras la hecatombe (lo que se pierde), y veinte años después (lo que se conserva).
La noche que comienza la epidemia de gripe, Arthur Leander (Gael García Bernal), un actor de éxito que interpreta el papel protagonista en la obra de teatro El Rey Lear (William Shakespeare – 1605), muere de un infarto en el escenario. Jeevan Chaudhary (Himesh Patel) se encuentra entre el público cuando ocurre la desgracia y es allí donde conocerá a Kirsten Raymonde (Matilda Lawler), una niña de ocho años que participaba junto a Arthur en la producción de El Rey Lear. Jeevan acompaña a Kirsten en busca de su cuidadora en el teatro y al encontrarse esta ocupada en la ambulancia donde está el cuerpo de Arthur se ofrece a llevarla hasta casa. Durante el trayecto, las noticias sobre la expansión de la gripe por todo el mundo y su letalidad comienzan a hacerse virales, los hospitales empiezan a colapsar y la hermana de Jeevan, que trabaja en uno, le llama y le dice que se encierre en casa con su otro hermano. Jeevan acompaña a Kirsten hasta casa y, cuando nadie responde al timbre, decide llevarla con él. Hasta ese momento, Kirsten tiene una vida, una familia, un hogar y hasta la seguridad de una sociedad supuestamente estable en la que crecer y desarrollarse, pero el inicio de la pandemia hace tambalear estos cimientos asumidos por la civilización y todo lo que se tiene.
La segunda etapa se corresponde con un periodo de tiempo que abarca desde unos meses hasta unos dos años tras la catástrofe, momento en el que la joven Kirsten conoce a Sarah (Lori Petty), una de las fundadoras de la Sinfonía Ambulante, caravana de supervivientes del apocalipsis cuyo fin es recorrer las distintas comunidades que se han formado en el mundo post pandemia interpretando obras de Shakespeare para tratar de darle sentido a la vida. Si los inicios de la gripe mostraban lo que se tiene, el espacio de tiempo a partir de ese punto hasta que Kirsten conoce a la Sinfonía Ambulante muestran lo que se pierde. O lo que se ha perdido. La sociedad se ha ido, la vida que tenía la joven ya no está, su familia tampoco, se encuentra sola e incluso ha perdido a Arthur, a Jeevan y a su hermano pequeño (a quienes ella misma menciona).


Desde su primer encuentro con Sarah y el resto de la compañía, el mundo de Kirsten se va reestructurando como ya hicieran otros antes. La soledad y la supervivencia dan paso a la vida en comunidad, sobrevivir deja de ser algo urgente pues está rodeada de una nueva civilización que la provee y protege en la que puede permitirse vivir y la pérdida da paso a la esperanza a través del arte. La nueva humanidad se constituye en unos nuevos valores en los que es consciente de lo que tenía, y lo que ha perdido, reordenando las prioridades sobre lo que se conserva tras el desastre.
Los saltos temporales entre las distintas líneas vertebran un discurso sobre la pérdida y la humanidad que utiliza el arte como un vehículo para expresar emociones y sentimientos, para conectar a las personas. Si hubo alguna lección que sacar de la pandemia, fue la importancia del ocio. En el fin del mundo, la cultura prevalecerá sobre la brutalidad. Estación Once abraza esta misma idea y lo refleja en sus imágenes, los momentos de calma son utilizados para crear (Kirsten creando su propia representación teatral del cómic “Estación Once”, la Sinfonía Ambulante preparando sus espectáculos…) o para consumir cultura (Kirsten leyendo el cómic, las distintas comunidades que esperan con ilusión el paso de la Sinfonía Ambulante por su lugar…) como un medio no sólo de descanso, sino de escape, aceptación y reconstrucción.



En este mundo desolado, la pérdida, la esperanza y la identidad están relacionados por el arte. No es casualidad que las obras de Shakespeare que aparecen en la serie sean El Rey Lear y Hamlet (William Shakespeare – 1605), dos tragedias en las que la pérdida está muy presente. Ya sea una pérdida de poder y lugar (tanto el Rey Lear como su hija Cordelia pierden el reino) o una pérdida emocional (“Hamlet habla del dolor de la pérdida, de la dificultad de sobrevivir” 1). Pero esta no es vista desde un prisma pesimista, sino aceptada como parte del proceso del duelo y de uno mismo. “Recuerdo el daño”, el leitmotiv que se escucha a lo largo de los capítulos parece hacer referencia a esa misma pérdida (recuerdo la pérdida) pero no de una forma negativa y desesperanzada: la pérdida es una parte de nosotros, de lo que somos.
Lo perdido aún vive dentro de cada uno y forma parte de su identidad como persona igual que una parte de nosotros vive en otra gente cuando ya nos hemos ido. Así, el recuerdo de los hermanos de Jeevan acaba plasmado de forma gráfica en su propia identidad mientras ejerce como médico —igual que su hermana Siya (Tiya Sircar)— y con una cojera —como la que sufría su hermano Frank (Nabhaan Rizwan)—. Un recuerdo de quienes eran, de su relación con ellos y de quien es él.
Y el arte recoge todo esto: las conexiones humanas, las emociones, lo que permite conectar, sentir, emocionarse, expresarse, amar, llorar, el dolor por la pérdida de todos los que han perdido un mundo, el de Jeevan por perder a sus hermanos y luego a Kirsten, el de Kirsten cuando cree perder a Alex (Philippine Velge), el de toda la Sinfonía Ambulante cuando pierden a Sarah o el de Tyler (Julián Obradors) cuando perdió a su padre y su lugar en el mundo.

Pero en este dolor, en esta pérdida, también hay esperanza gracias al arte. La Sinfonía Ambulante enseña aquello que merece la pena proteger y conservar. Lo que hemos perdido y lo que sería importante que no perdiéramos. Hay muchas cosas que se han ido pero aún tenemos el arte que nos une, nos conecta y nos emociona, preservamos nuestra humanidad a través de esas personas y sus pequeñas historias que la conforman. La simple supervivencia es insuficiente: el ser humano necesita el ingenio, la creatividad, la comunidad para seguir siendo humano, para regresar de la devastación, pues incluso después de esta y la tragedia no todo está perdido, quedan cosas por las que luchar y conservar la esperanza.
No es la humanidad quien salva el arte, sino el arte el que salva a la humanidad.
Referencias
Bibliografía
HBO Max. «Station Eleven | Creating Shakespeare in the Future». Ene, 2022.
Osharee. «¿Qué se hace después de perderlo todo? | Estación Once – Reseña y Análisis Con y Sin Spoilers». Ene, 2022.
Reginald Writes. «Station Eleven – An Emotionally Resonant Masterpiece». Ene, 2022.
LA CUEVA DEL GOONIE. «ESTACION 11: El fin del mundo a ritmo de Shakespeare en HBOMAX – CRITICA – RESEÑA». Mar, 2022.
De todo y nada. «Mi Opinión sobre: 🎬La serie Estación 11 🚉//RESEÑA». Dic, 2021.
«Station Eleven Characters». Litcharts.
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