El papel de la crítica siempre ha sido conflictivo. La mayoría de las veces es considerada como esa entidad apersonal que vierte con sorna unas líneas sobre una obra sin preocuparse de las consecuencias. Aunque existan sujetos así, lo cierto es que esta concepción responde a una idealización y una simplificación que, en muchas ocasiones, hace al público tratar con desdén a la crítica. Los críticos son personas, con límites y sesgos inevitables, y es cierto que a pesar de ello muchos críticos se conciben a sí mismos sobre una suerte de pedestal desde el que lanzar verdades objetivas. Pero creo que el crítico no sólo no puede decir la verdad, sino que ni siquiera debe intentarlo. Pero tampoco debe conformarse con meramente opinar. ¿Qué nos queda entonces?

La opinión y la crítica son géneros periodísticos diferenciados

Tradicionalmente, la opinión y la crítica son géneros periodísticos diferenciados. Mientras que el opinar solo implica manifestar un pensamiento personal, la crítica ha de razonar esa opinión, analizar con cierta profundidad los temas, argumentar los pensamientos y, en sentido general, contribuir al debate global, aportando nuevas ideas, visiones o información. El crítico no es una máquina de información, pero tampoco debe ser un espectador que vierte despreocupadamente su opinión (no, al menos, en sus críticas). Debe procesar la obra y trabajar sus textos, explorar lo que le inquieta y adecuar el texto a sus pensamientos. La mitificación del crítico es, en todos los casos, negativa; para sí mismo, que puede convertirse en una parodia inintencionadamente; y para el resto del público, que puede mirarlo con recelo o justo lo contrario, idolatrarlo y guardar la opinión propia en un cajón bajo llave.

Una de las funciones de la crítica tradicionalmente más valiosas es la de descubrir al público general las grandes obras desconocidas. Si bien en muchos momentos de la historia del cine, por ejemplo, se han dilapidado películas que hoy en día son consideradas obras maestras, también podemos encontrar ejemplos de películas que estaban fuera del radar de mucha gente pero que determinados críticos o divulgadores de cine sacan a la palestra y con el boca a boca consiguen tener la presencia que merecían.

Muchos de los problemas que tiene la crítica actualmente derivan de pretender ponerse por encima de la propia obra.

El crítico de cine parte, de algún modo, de una posición de poder. El lector entiende por pura inercia que el que escribe la crítica sabe lo que está diciendo. Una posición de la que puede llegar a abusar y por la que puede llegar a convertirse en un mero opinador que busca la polémica o la crítica ácida por pura diversión; pero esa posición de poder, de popularidad, bien usada puede derivar en que un determinado libro sea leído por miles de lectores, que un juego independiente venda mucho más de lo previsto o que una determinada película sea rescatada dos años después de su estreno porque había encandilado a un determinado crítico de una revista más o menos leída.

Muchos de los problemas que tiene la crítica actualmente derivan de pretender ponerse por encima de la propia obra. La crítica debe salir pocas horas después de que salga la película, para que el periódico reciba más visitas que la competencia. Es un tema industrial, de la que los críticos no son realmente responsables, sino que la culpa probablemente se reparta entre un público que demanda lo imposible (la mejor crítica en el menor tiempo posible) y una industria editorial que está dispuesta a ofrecerlo con tal de ganar lectores. Algo que se ha puesto de especial manifiesto en la crítica (análisis) de videojuegos, para los que el periodista debe dedicar en muchos casos decenas de horas en un periodo relativamente corto de tiempo. En muchos casos, las críticas más interesantes a las obras llegan años después de su estreno, cuando reina la calma, ha pasado el revuelo del debate inicial y todos hemos podido digerir correctamente lo que nos propone la obra antes de ponernos a juntar letras con tal de ser los primeros en opinar.

Entiendo que lo importante, al final, es la obra. Y cualquier crítica que podamos hacer de una obra tildándola de mediocre probablemente no aporte tanto como esa obra mediocre. Pero la crítica puede darnos mucho: puede hacer crecer al lector sin necesidad de paternalismo ni condescendencia, sin intentar llevar la razón sino simplemente siendo honesta y convenientemente reflexiva; y puede descubrirnos obras desconocidas, revelarnos nuevas perspectivas de películas que ya hemos visto o intentar comprender por qué nos gusta lo que nos gusta.

Quería terminar con unas palabras de Mr. Ego, el crítico gastronómico que aparece en Ratatouille:  «El trabajo del crítico es sencillo en más de un sentido. Arriesgamos muy poco, y sin embargo usufructuamos de una posición situada por encima de quienes someten su trabajo y su persona a nuestro juicio. Prosperamos gracias a nuestras críticas negativas, que resultan divertidas cuando se las escribe y cuando se las lee.

Pero la cruda verdad que los críticos debemos enfrentar es que, en términos generales, la producción de basura promedio es más valiosa que lo que nuestros artículos pretenden señalar. Sin embargo, a veces el crítico realmente arriesga algo, y eso sucede en nombre y en defensa de algo nuevo»


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