Jugar siempre tiene un componente ilusorio. El juego en sí es una derivación imaginativa de la realidad, ya que ésta ni es juego ni deja de serlo; lo que ocurre en la vida no entiende de partidas, victorias o derrotas. La ilusión es, por tanto, una parte esencial de todo esto que llamamos el mundo del videojuego.

La Electronic Entertainment Expo lleva en pie más de veinte años. No puedo dejar de recordar cuando, a principios de la década pasada, compraba en el kiosko la revista de turno y me topaba con ese símbolo: esa E y ese 3 de colores amarillo y rojo. Apenas sabía qué significaba, pero sabía que en el reportaje aparecerían videojuegos con los que soñar.

No concebía que Metal Gear Solid pudiera tener secuela, pero en esas hojas de papel se hablaba extensamente de la segunda parte. «¿Podré jugar a esto algún día?» pensaba. También conocí ahí lo que iba a ser un shooter en tercera persona de Starcraft, diciéndome a mí mismo que «esto va a ser fantástico». Vi las primeras capturas de Doom 3 para Xbox, y no di crédito, porque literalmente me parecía imposible eso en una videoconsola. Eran reportajes que inevitablemente me atrapaban. El E3 era un mundo lejano que no alcanzaba a imaginar, pero que existía y albergaba el futuro de los videojuegos.

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En aquellos momentos estaba recibiendo información, por supuesto. Es parte de la labor del periodismo, supongo. Sin embargo, no es una mera transmisión de datos. Lo que se producía en esos instantes era una estimulación de la ilusión y la imaginación; cada pizca de E3 era un motivo para seguir día a día pendiente de qué videojuegos saldrían, o qué consolas me esperarían más adelante.

Con el tiempo, a medida que fui conociendo de qué iba todo aquello, con la inestimable colaboración de internet, entendí que quizás no todo era tan bonito como lo había imaginado. Acontecía una lucha corporativa en mitad de esas presentaciones de juegos. El márketing lo embriagaba todo, para reducirse todo a un flujo de inversiones y acciones. No sabía bien qué pensar, porque todo aquello me gustaba, pero era más frío y estúpidamente adulto de lo que hubiera deseado.

Todo esto último ha cambiado. Ya no es lo mismo. Ahora la ilusión es mayor que nunca.

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Precisamente ahora que la información vuela, que la inmediatez es global y las noticias son como gotas de lluvia en una constante tormenta, el E3 significa para mí más que nunca. Ha dejado de ser una cuestión de información, ahora es únicamente lo que para ese niño era la revista donde veía el reportaje de aquellos juegos imposibles. Soy consciente del reverso, y probablemente encontraría enriquecedora una conversación acerca de los vaivenes económicos que provocan estos días de evento, pero no es lo que me lleva cada año a estar al pie del cañón.

Cuando únicamente tenía las revistas como fuente de información, lo cierto es que ansiaba saber más. Comencé a soñar con ir algún día al E3. Ya sabía que mi meta en la vida era dedicarme a escribir sobre videojuegos, ya que al fin y al cabo solamente pensaba en ellos. Estuve apunto de mandar unos cuantos análisis a HobbyConsolas, escritos en un cuaderno, acompañados de una memory card —como prueba de que los había jugado, supongo—. Estando lejos de ser mayor de edad, ya estaba pensando en esas cosas. Es ese niño el que prevalece ahora.

Pasada la época de aprender a ser adulto, lo que queda ahora es una persona que puede seguir todo lo que ocurre en el E3 en directo, sin tener que moverse de casa. Creo que me seguiría apasionando, como ninguna otra cosa en la vida, el ir a vivirlo en directo, pero ya no es la cuestión principal. Lo que me interesa es que si el niño de hace casi veinte años podía pasarse días y días soñando con lo que veía en una revista, el adulto actual disfruta de cada segundo de conferencias y noticias. No es ya información, es dejarse llevar por la emoción del momento. Lo que antes leía, ahora puedo vivirlo en directo.

Antes, para colmo, era algo que vivía en soledad. A veces menospreciamos el valor de una comunidad. Las redes sociales tienden a incentivar las crispaciones, pero también sirven para unirnos alrededor de un evento y una afición. En este caso, además, para multiplicar las emociones a base de compartirlas.

Es por todo esto que, para mí, no me sirve sustituir algo como el E3 por información estéril y limpia regularmente. Soy consciente de que precisamente los problemas del evento vienen más por lo que antes llamé su reverso, ya que la cuestión financiera es la que dicta sentencia. Entonces, de nuevo, no es una cuestión de información, sino de negocios.

Como espectador, como jugador y como persona que vive por y para esto de los videojuegos, sólo puedo esperar cada año con más ganas cada evento. Sirva el E3 como ejemplo paradigmático, pero no como único. El espíritu de celebración acompaña a todo lo que sea una reunión de gente apasionada por algo, no hay que dejar de valorar eso nunca.

Desde un punto de vista racional, entiendo todas las motivaciones para que este tipo de eventos dejen de existir. Racional y desangelado, si se me permite la apreciación. Nunca habrían sido necesarios, si la matemática fuera la dueña de algo que pertenece al irreal mundo del juego.

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Las palpitaciones descontroladas al ver el título de una saga cuyo resurgir llevamos años esperando; la música anunciando que volveremos a tener entre nosotros alguno de los mejores videojuegos de la historia; vislumbrar algo nuevo y desconocido al mismo tiempos que millones de personas. Todo lo que ocurre en esos momentos es digno de conservarlo. La realidad no sólo es aburrida, sino que es incompatible con jugar.

El E3 estará tan vivo como lo esté nuestra capacidad de ilusionarnos.


Espada y Pluma te necesita

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Un pensamiento

  1. La casualidad ha querido que terminase de leer este texto con Unwavering Emotions, de Pokémon Blanco, de fondo (https://youtu.be/jzfQhV3G_MU)… Y queda que ni pintado.

    Estoy bastante de acuerdo, Iker. Al final, lo que sigue moviendo el E3 y la razón por la que, año tras año, la gente sigue las conferencias, es la emoción que generan. Y es que es muy bonito emocionarse por cosas tan nimias como estas. Más allá de los «world premiere», de las conferencias faltas de ritmo y del sueño que nos dejan tras trasnochar, al final de lo que nos acordamos es de esos pequeños momentos mágicos.

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