El año pasado escribí un cuento que me gustó mucho sobre las desventajas de vivir en una gran mansión. Esperaba, con ello, que la inspiración fuese una cosa de fechas y no de circunstancias, por lo que este año estaba casi seguro de poder traer un cuento para Halloween. Sin embargo, resulta que las musas no acuden en ciertas fechas, sino a través de ciertos sucesos que permiten que se escriba o no de un modo u otro. En mi caso, el año pasado fue terrorífico, por lo que las musas de los muertos vinieron a tropel. Sin embargo, desde hace ya un tiempo y a raíz de cortar contacto con ciertos antagonistas de historias de terror, este año me he quedado corto de miedo y sin poder traer nada a la revista. Suficiente ausencia estoy teniendo como para que, habiendo prometido algo pequeño, encima me digne a no traerlo.
Por lo tanto, pese a que no es una historia de terror —os he de decir que en realidad mi inspiración ha sido eclipsada por el argumento del relato de Halloween de Iker que a día 30 de octubre por la noche aún no he leído—, os quiero traer algo relacionado con Halloween o, como mínimo, con la lectura del terror.
Personalmente, consideraba que el terror en la literatura era algo así como el amor, artificial y escrito por personas que murieron hace mucho. Sobre todo porque, culturalmente, el terror está asociado al susto y el susto es algo inmediato. En la literatura, aunque algunos digamos que existe el instante o la inmediatez, no existe el susto. Existe el terror, lo extraño, el misterio y la angustia de avanzar sobre líneas que deparan algo horrible, pero en sí, el momento inmediato de saltar de la silla como se salta del cine, no existe. Y esto es algo que pensaba yo en su día y que pensaban hasta este miércoles mis alumnos.
Algo muy curioso que sucede cuando creces es que vas recordando las cosas como no son. Recuerdas que no eras tan violento como los jóvenes que salen hoy en la televisión, que sabías más cosas de tal o cual o que cómo no van a entender esto los jóvenes si yo en mi época tal. Y entre esos recuerdos yo tengo el de que sabía leer entre líneas, usar la ironía. Pero lo cierto, es que la ironía, la entrelínea, el pensamiento complejo y elaborado en el hermetismo, es algo que tienen los adultos, no los niños. Los adultos podemos pensar que es genial el momento de la sombra de Nosferatu porque su alargue representa la tensión narrativa, pero si en 10 segundos no hay una puerta que se mueve sola o una pierna cogida desde las sombras, el niño se te aburre. Y da igual si a ojos de los padres Akira Kurosawa es el furor de sus hijos, porque el pensamiento está construido de una manera determinada.
En fin, que me voy por las ramas; no se puede esperar de un niño que vea y lea complejidades que ni ve ni lee, por mucho que allí estén. Pero lo que sí se puede hacer es, a determinada edad madurativa, empezar a dar pequeñas perlas que de momento tal vez no entiendan sin la ayuda de un traductor, pero que vayan despertando su interés por la entrelínea.

En mi caso, trabajo con un perfil de alumnado al que ya no se le puede dar una lectura infantil, pero tampoco adulta. Ahí es donde entra la literatura juvenil que, ciertamente, es la más eficaz para esas edades. Los problemas de la literatura juvenil —de los que ya hablaré en otro momento— son, entre otros, que el contenido es decente, pero la forma es a veces terrible. El contenido es aquello que les llama, pero muchas veces la forma convierte al libro en una película novelada. Y por lo tanto, leer el libro es como ver la película a x0,5.
Muchas otras veces, por ejemplo, se me decía que la diferencia entre las películas y los libros de Harry Potter era abismal porque había detalles, como la esfinge del laberinto o la petrificación bajo la capa de invisibilidad durante la muerte de Dumbledore, que daban un matiz muchísimo más profundo y entendible a la historia de lo que jamás lo haría la película. Sin embargo, la lectura de Harry Potter respecto a la película solamente aporta información.
Esto, para los niños y jóvenes, es excelente. La historia leída es trepidante y bien narrada, pero en realidad, quien solamente se ve las películas, no pierde gran parte de la esencia. Y para incentivar la lectura a los jóvenes más jóvenes es maravilloso, pero para dar la mano a una forma de pensar más abstracta es insuficiente. En mi caso, el perfil de alumnado ya ha pasado esa etapa de ser el joven más joven, por lo que introducirles a Harry Potter, por poner el mismo ejemplo, ya no surte efecto. La respuesta inmediata es ya está la película y si no está me espero a que la saquen y lo cierto es que no les falta razón porque la costumbre cultural de una historia consiste en conocer los sucesos, no en ver cómo esos sucesos son contados. Y con lo primero que hay que acabar una vez llegados a cierta edad es con esto.

Cuando tenía la edad de mis alumnos me gustaba leer, pero no para enterarme de lo que leía, sino para ver cómo lo hacían. Por esta razón, aún a día de hoy detesto los libros que en 400 páginas no pueden contarme algo que podrían decirme en 20 páginas. Sin embargo, la gente a la que le gustaba leer —incluidos padres, profesores, compañeros y gente presentada en sociedad como grandes leídos— decían gustarles porque podían imaginarse las historias que leían. Y no les falta razón, pero bajo la lógica de un alumnado que tiene un hábito lector nulo existe la maravillosa alternativa de un Internet que resume cualquier historia en 1 párrafo y se la imagina por ti para responder bien en el examen y sacar el aprobado. Por lo tanto, pese a que imaginar historias sea muy bonito, es un constructo social que se acaba cuando a las personas no les apetece imaginarse historias.
Aprovechando la semana de Halloween pensé en gastar dos horas seguidas de clase en una difícil lectura de un cuento de Lovecraft. He de decir, y esto lo intuirán aquellos que también ejerzan de docentes, que la clase es de pocos alumnos y el número de alumnos es el factor más fundamental para que algo tenga o no éxito. En este caso, Lovecraft es un autor terriblemente aburrido que cuenta cosas muy poco interesantes, pero su forma de relatar es estética. Les recalco desde el primer día que entraron en las aulas que la literatura es la parte de la cultura encargada de expresar sensaciones a través de la estética, por lo que este autor va de perlas. Además, Lovecraft era un señor bastante abstracto, por lo que funciona bien para hablar de temas tan poco actuales y candentes como un pueblo abandonado o un cura en una montaña.
Al principio leímos un breve ensayo de un profesor de literatura que hablaba sobre cómo Lovecraft construía el terror. Según este profesor, el terror psicológico es el más horrífico porque es aquel que usando un vocabulario cotidiano consigue causar terror. Incluso, consigue poner un ejemplo en el que se atreve a interpelar al lector casi asegurándole que Mariposas negras revoloteaban histéricas por la estancia causa más terror que Veía la muerte en la estancia. Por supuesto, les pregunté a mis alumnos qué pensaban de esto y respondieron unánimemente que la palabra “muerte” les causaba más miedo que cualquier otra cosa. En realidad hicieron poco caso de la explicación del profesor experto en Lovecraft, que decía que si cambiabas muerte por otra palabra, niño, la oración dejaba de transmitir miedo, pero lo cierto es que se ve que ver un niño en una estancia es más terrorífico aún para ellos que ver a la muerte.
En este punto está claro el pensamiento directo: pone muerte, la muerte es mala, la muerte da miedo. Independientemente de la imagen literaria que generen sendos enunciados, la simple aparición de la palabra muerte es a la que se le atribuye el miedo de toda la escena. Tardamos, sin embargo, un poco más en comprender qué eran unas mariposas negras revoloteando histéricas en una estancia. Por suerte o por desgracia, el aula está conectada a otra aula a través de un pasillo hueco que une las dos puertas, dejando un pequeño descansillo entre las paredes de ambas clases. Para empezar, pregunté cómo era la muerte o qué creerían ver si vieran a la muerte en la clase. Se imaginaban la muerte medieval, con su capucha, su guadaña y su calavera. En otras asignaturas ya les conté que esta imagen era artificial de la peste negra, por lo que decidieron inventarse otras formas de la muerte que no eran de la muerte en sí, sino de lo que a ellos les daba miedo y pensaban que sería, por tanto, la muerte.
La conclusión fue algo informe y no muy elaborado, pero que mantenía la esencia del miedo a la muerte. Sin embargo, les pregunté cómo se sentirían estar encerrados entre las puertas de las aulas acompañados de mariposas negras revoloteando histéricamente. Se imaginaron la escena de inmediato, a diferencia de la muerte, y era obvio que dijeron que se morirían allí mismo. De una forma u otra, no obstante, pese a que el miedo a estar en una situación que puede darse en la realidad —las mariposas negras existen, pueden tener un vuelo errático—, el miedo a la muerte —que es, en teoría invisible en el sentido comentado durante la clase— es tan abstracto e incomprensible que el primer miedo se reduce a simple asco.
Este primer paso fue interesante, porque implicó una primera ruptura con el pensamiento inmediato. Tras ambas perspectivas, siguieron opinando que la muerte en la estancia daría más miedo, pero que ahora lo de las mariposas les daba mal rollo, cosa en la que antes no habían pensado porque no la habían visualizado.

La idea de visualidad, paradójicamente en un mundo hipervisual, está bastante abandonada. La visualidad no es solamente aquello que se ve por los ojos, sino aquello que es capaz de visualizarse en la mente: las memorias, los sueños, los recuerdos… Son visualizaciones de realidades que no son visibles a los ojos, pero que están allí. Y con el abuso de la información, de las pantallas y de la hiperinmediatez, se ha ido deformando poco a poco la capacidad de visualizar algo que no puede ser visto por los ojos. Sin embargo, durante la clase, se empezaron a replantear esto de las imágenes.
El segundo ejercicio para afianzar esto fue la lectura del inicio de La casa de la niebla que consiste en una extensa descripción de una casa que está en la niebla. Ni siquiera el argumento —alguien llega a esa casa y conoce a quien la habita— resulta interesante para alguien que no está metido en Lovecraft. Sin embargo, tiene una forma de escribir densísima y preciosa:
“De mañana, la niebla asciende del mar por los acantilados de más allá de Kingsport. Sube, blanca y algodonosa, al encuentro de sus hermanas las nubes, henchidas de sueños de húmedos pastos y cavernas de leviatanes. Y más tardes, en sosegadas lluvias estivales que mojan los empinados tejados de los poetas, las nubes esparcen esos sueños a fin de que los hombres no vivan sin el rumor de los viejos y extraños secretos y las maravillas que los planetas cuentan a los planetas durante la noche. Cuando los relatos acuden en tropel a las grutas de los tritones, y las caracolas de las ciudades invadidas por las algas emiten aires insensatos de los Dioses Anteriores, entonces las grandes brumas ansiosas se espesan en el cielo cargado de saber, y los ojos que miran el océano desde lo alto de las rocas tan sólo ven una mística blancura, como si el borde del acantilado fuese el límite de toda la tierra, y las campanas solemnes de las boyas tañesen libremente en el éter irreal.”
El primer ejercicio que hacemos siempre es leer todo en silencio y apuntar aquellas palabras que se desconocían. Normalmente salen bastantes palabras, pero en este caso salieron desde leviatanes y estivales hasta tañesen, tropel y sosegadas. El problema que veían era que la primera parte la entendían porque se imaginaban la niebla subiendo por el acantilado y nubes sobre una ciudad llamada Kingsport. Sin embargo, de repente se dice que las nubes sueñan con pastos húmedos y cavernas de leviatanes, y no volvieron a entender nada de la lectura hasta el final.
Como he comentado anteriormente, el pensamiento infantil-juvenil es directo y es lo que se conoce como verbatim. En mi caso, ya están en la recta final juvenil, por lo que es necesario incentivar un pensamiento que quiebre la idea directa y exacta para que empiecen a elaborar un pensamiento más abstracto —que no significa saber maniobrar en términos abstractos, como en matemáticas, sino que implica ser capaces de elaborar estructuras de pensamiento que se alejen de lo inmediatamente real—, y la mejor manera de romper esto es a través del interseccionismo.
Si bien desconozco si Pessoa y Lovecraft se leyeron, lo cierto es que Pessoa fue experto en interseccionar realidades mucho antes que cualquier otro escritor. Esto consiste, básicamente, en dos realidades sensitivas que se cruzan en un determinado punto del discurso. A esto se le conoce como oblicuidad. Por ejemplo, Fernando Pessoa escribió:
“La Gran Esfinge de Egipto sueña dentro de este papel…
Escribo, y ella se me aparece a través de mi mano transparente
Y al borde del papel se yerguen las pirámides…
Escribo, me perturba ver que el pico de mi pluma
es el perfil del rey Keops…
De pronto me detengo…
Se oscureció todo… Caigo por un abismo hecho de tiempo…
Estoy enterrado bajo las pirámides escribiendo versos a la luz
clara de este candelero,
y todo el Egipto me aplasta desde lo alto a través de los rasgos que trazo con mi pluma…
Oigo a la Esfinge que se ríe por dentro
del sonido de mi pluma al correr en el papel…”
En este poema de Fernando Pessoa, un poco raro al principio, es posible ver un ejercicio extraordinario de interseccionismo. “La Gran Esfinge de Egipto” es la estatua característica de Egipto, pero la estatua está soñándose dentro de este papel. En un solo verso, Fernando Pessoa ha interseccionado dos planos de realidad sensible: la realidad de la Gran Esfinge de Egipto soñándose en el papel en el que Pessoa está escribiendo el poema sobre la Esfinge soñando en el papel. Escribo y ella se me aparece a través de mi mano transparente, y al borde del papel se yerguen las pirámides. Es decir, la realidad del escritor y la realidad de lo escrito por el escritor se están fundiendo en un mismo plano, que es el papel, y ambas realidades están atravesándose lentamente y Egipto está entrando en el poeta y el poeta está entrando en Egipto. Esta imagen tan fuerte y expresiva la ha conseguido con solamente dos versos. Y vamos viendo poco a poco cómo se va enredando en un enorme caos de realidades que se atraviesan como espinas, pero que nunca se confunden: Estoy enterrado bajo las pirámides escribiendo versos a la luz clara de este candelero, y todo el Egipto me aplasta desde lo alto a través de los rasgos que trazo con mi pluma. Como puede verse, en una sola oración está consiguiendo transmitirnos una imagen repleta de sensaciones que se desbordan de las palabras.
Este mismo ejercicio, pero sin la misma excelencia, es el que realiza Lovecraft en este cuento. Las nubes que sueñan puede ser una simple personalización, pero cuando el sueño llueve sobre los tejados de los poetas está intereseccionando una realidad, la lluvia cayendo sobre los tejados, y otra realidad, los sueños que llueven sobre los poetas, es decir, que la lluvia inspira a los poetas a escribir.
Este ejercicio de reflexión les reforzó aún más la idea de la lectura no como un interés por la historia, sino por cómo se nos cuenta la historia. Les planteé también, al ver algunas caras escépticas con esto, cómo harían ellos para representar la imagen de la lluvia cayendo y que al mismo tiempo significara que esta lluvia está inspirando sueños a las personas.

Los resultados fueron interesantes porque ellos mismos se dieron cuenta que para hacer la escena en una película y que tuviera la misma fuerza y brevedad que lo que acababan de leer tenían que usar diferentes cámaras, una voz en off, una superposición de planos —habían imaginado, por ejemplo, que se mostrara caer la lluvia a cámara lenta y se superpusiera a un poeta escribiendo mientras llueve y que una voz en off leyera la parte donde se dice que la lluvia cae sobre los tejados de los poetas— y aún así no tendría la misma fuerza y sería aburridísimo [sic].
Acabamos por leer el fragmento de Lovecraft que he adjuntado aquí—ni siquiera es el cuento completo, es la primera página— y al terminar la clase me comentaron que era la primera vez que le veían la gracia y la utilidad a esto de leer.
La tarea de profesor es compleja porque se trabaja con personas, no con números ni con objetos ni con conceptos. También es complejo porque es un trabajo lento que avanza despacio y no siempre se ven los frutos que uno espera. Sin embargo, como profesor, existe el privilegio de ver esos momentos en los que las personas cambian y que encima, en algunos casos, han cambiado porque el docente les ha mostrado algo que les ha llegado. No se trata de atiborrarles de cosas el ego para que lleguen a la Universidad diciendo que han leído a Lovecraft en el colegio, sino de dar pequeñas muestras del mundo y que ellos mismos decidan si adentrarse o no, darles las oportunidades. Tal vez no ha sido una historia terrorífica, pero ahora tengo a cuatro alumnos que por su cuenta se han devorado en menos de una semana La extraña casa de la niebla, de H. P. Lovecraft, y aunque no hayan entendido mucho lo que pasa en la historia, están muy orgullosos de entender para qué sirve esta cosa a la que el profe de lite llama leer.
Espada y Pluma te necesita


SOBRE EL AUTOR

Buenas tardes
No acabo de entender muy bien el objetivo de este artículo: hablar sobre la dificultad de promover la lectura en los niños o hablar sobre las propiedades de la literatura, concretamente la de terror. No sé si es buena idea mezclar ambos temas…
Me parece que apuntas cosas interesantes en lo que respecta a acercarse a ciertas metodologías o a la dificultad de encontrar un cómo por encima de un qué, pero conceptos bastante arbitrarios y posmodernos como interseccionismo, en mi opinión no tienen nada que ver con literatura, ni con ficción, ni con narrativa, y sí con una concepción poco nutritiva de lo que es la literatura, que es lo que se estila en las universidades. Tampoco estoy seguro de que los niños puedan entender la literatura. La literatura no está escrita para los niños. Lo máximo que se puede hacer es ir preparándoles para el largo camino hasta la adultez en al que quizá se interesen decididamente por esta bella arte.
En definitiva, creo que desde tu experiencia como profesor de niños se podrían extraer cosas mucho más valiosas, y que quizá podrías proporcionárnoslas.
Un saludo afectuoso.
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Buenas tardes, Adrián:
¡Gracias por el comentario! Al ser una columna, su intención no es divulgativa ni informativa, sino más bien una reflexión sobre lo que voy viendo en mis clases. Ciertamente, hay cosas mucho más interesantes, pero las dejaré para otro momento. En este caso, mezclar el terror con la dificultad de leer ha sido por el simple hecho de que ha sido lo que me ha sucedido en clase leyendo cosas para Halloween.
En cuanto al interseccionismo, no es un término posmoderno poco nutritivo y típico de la Universidad, se trata de la palabra que usa el propio Fernando Pessoa en sus diarios personales (bastante lejos del posmodernismo) para hablar sobre un aspecto muy concreto de su poesía, que es el que he comentado.
En cuanto a que la literatura no está escrita para los niños podría debatirse empezando por ver qué se entiende por literatura. En mi opinión, hay literatura para niños y aunque la literatura no esté pensada para los niños no significa que los niños no puedan acceder a la literatura. Sin embargo, es un debate que se queda, de momento, en la opinión.
¡Espero haberte resuelto las dudas y gracias por leernos!
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Hola, Lucas.
Llamemos a las cosas por su nombre: el posmodernismo, como casi todo, tiene sus precursores, y en literatura Pessoa es uno de ellos, pues trasciende la modernidad y construye una ficción sin ficción, un mundo plenamente subjetivo, desde su ejecución y desde su interpretación.
Es un poeta valioso, y vale mucho mas que otros incluso en su prosa poetica, pero cuestiones como el interseccionismo son puro posmodernismo.
La literatura no puede ser infantil y lo infantil nunca puede ser literatura. Son conceptos antitéticos. Conceptos como literatura infantil son etiquetas inventadas por las editoriales, como literatura juvenil, feminista o cualquier otra.
¿Puede un niño apreciar las grandes obras de literatura de Mann, Faulkner, Quevedo, Dante? Estaremos de acuerdo en que no. Harry Potter quizá, pero HP no es literatura.
Un saludo afectuoso!
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Desconozco cuál es la objetividad del mundo de Dante si no la subjetividad de la Biblia, y desconozco qué hace a Faulkner literatura y a Harry Potter no más allá de los criterios de un canon literario muy concreto.
En cuanto a la trascendencia de la modernidad habría que marcar también de qué modernidad se habla. Pessoa trasciende unos límites muy concretos de una modernidad que abarca demasiadas cosas. Montaigne también rebalsa la modernidad y se construye subjetivamente en torno al mundo, pero consiste en otra modernidad totalmente diferente a la de Pessoa. La situacionalidad de Mann también puede entenderse como una ficción sin ficción y como un problema posmoderno la conceptualización del tiempo en su obra, por ejemplo.
En fin, que es un largo debate, pero sin marcar ciertos ciertos conceptos previod, tal vez posmodernos, es difícil que esto quede en algo más que una charla entretenida.
¡Saludos!
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Bueno, lo que estoy intentando desde el principio es provocar una charla entretenida, precisamente, y quizá incluso un debate que pudiera merecer la pena desarrollar.
Convendremos en que la obra de Mann rebasa con mucho una mera «situacionalidad». Así mismo convendremos en que no hace falta marcar los conceptos previos con detalle para mantener una charla.
En cuanto a canon, no hay más que uno, el occidental, que por supuesto podemos reescribir o criticar, siempre de forma más interesante a como lo haría Harold Bloom, o eso quiero creer.
Por lo que reza en la descripción de tu perfil, eres estudiante de teoría de la literatura. Supongo que no incluirías a Harry Potter en ese canon al que nos estamos refiriendo.
Un abrazo
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La descripción es algo antigua, estoy graduado y, de hecho, soy profesor de esa asignatura. Del grado, precisamente, he concluido entre otras cosas que el canon de Bloom no es mucho más que un rejunte estético de sus autores favoritos.
Que el orientalismo presente en Bloom se compagine con nuestra cerrazón como lectores de clásicos aprendidos no significa que sea el único canon o que de ese canon deban surgir otros cánones mejores. Para esto, una compañera de la revista escribió un artículo sobre Bloom que puedes leer en
https://espadaypluma.com/2019/11/01/el-padre-del-canon-ha-muerto-larga-vida-al-canon/
¡Un saludo!
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Como bien sabrás, Bloom no fue el padre del canon, solamente fue un advenedizo que intentó apropiarse del canon, que tal como dices redujo a un conjunto de sus autores favoritos, bajo un prisma capcioso, soberbio y etnocentrista. Además al final de su volumen hacía una lista de autores por países asiáticos y otros, o sea que de canon occidental no tenía mucho, o nada. Un libro, por lo demás, sin pies ni cabeza. Por cierto que no acabo de entender eso del «orientalismo presente en Bloom».
Pero el canon lleva construyéndose muchos siglos y está ahí por algo y para algo. Es cierto que deben surgir aportaciones al canon que lo hagan evolucionar, pero dudo mucho que esto suceda añadiendo a Harry Potter o a Crepúsculo (tal como apunta tu compañera), y no me has contestado en cuanto a que esperaba que estuvieras de acuerdo conmigo en eso. Tampoco has contestado a lo de que «literatura infantil» es en sí mismo un oximoron como un piano de grande.
Un saludo afectuoso.
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